La impaciencia había hecho mella en ella mientras esperaba el regreso de Hier. Estaba algo agobiada en aquella cápsula habitable junto a otras diez personas. Al llegar a tierra firme e instalarse en el campamento, había vuelto a desaparecer. Esta vez, no obstante, le había explicado que iba a encontrarse con su contacto allí dentro y conseguir las tarjetas de trabajadores esenciales que les permitiría abandonar aquel sitio y trabajar en la granja.
Aunque en primera instancia la idea de trabajar en una granja no le había parecido la mejor de todas las ocurrencias, su percepción estaba cambiando a marchas forzadas al ver la situación real que existía dentro de aquel campo de refugiados. Quería salir de allí a la primera oportunidad, y confiaba lo suficiente en Erik Hier. Desde su encuentro en el carguero Andrómeda, se había mostrado una persona amigable y abierta. Gracias a él había mitigado en algo la soledad y el dolor en el que se hallaba sumida desde la muerte de sus padres.
Mientras esperaba, podía observar todo el panorama: niños jugando a batallas, adultos intentando conseguir ropa o comida, algún incidente o alboroto esporádico entre refugiados, militares en permanente estado de alerta. Entre todo aquel movimiento, a Elia le llamó la atención dos de los militares allí presentes. No eran como los demás soldados que custodiaban el campo, su semblante era serio, vestían un uniforme gris con franjas de color rojo en las mangas y los pantalones, distinto al de las milicias –que eran rojos con detalles en negro– o al de las fuerzas del orden –que vestían completamente de negro–. Uno de ellos, el más delgado y bajito, portaba un arma, quizá un láser de última generación (por el perfil, le pareció que se trataba de un fusil de asalto T-Láser v3 [14] ). Su compañero, no parecía disponer de ningún tipo de arma de fuego. Era muy alto, seguramente medía más de dos metros, pero a su vez era corpulento y fuerte. Toda una masa de músculos. Jugueteaba con una especie de bastón de aleación plateado, pequeño y manejable a una mano. Ambos llevaban un casco blanco, del que destacaba una gran media estrella. Debían ostentar un rango importante, ya que los demás militares parecían obedecer sus indicaciones, y se presentaban con frecuencia a reportarles cualquier situación anómala que pudiera suceder dentro del campo. Elia les estuvo mirando con mucho interés durante un largo rato, hasta que al final se fijaron en ella. Fue entonces cuando apartó la mirada y se hizo la distraída. En ese mismo instante, una mano se posó sobre su hombro provocándole un pequeño susto.
—Eh, soy yo. Lo siento. No quería asustarte, niña —le dijo en tono suave Hier. Y es que Elia no había podido evitar soltar un pequeño grito de espanto.
—Tranquilo, no pasa nada —dijo ella, volviendo a buscar con la mirada a los dos hombres. Para su alivio, se habían alejado un poco, ajenos a ella. Hier se percató de ello.
—¿Pasa algo?
—No, no, en absoluto —contestó apresuradamente ella—. ¿Has conseguido las tarjetas?
—Hier sonrió ante la ansiedad que mostraba la chiquilla.
—Debemos reunirnos en un rato con mi contacto en uno de los habitáculos del campo, y nos las facilitará —le contestó sosegadamente—. Recuerda, deberemos mostrar las tarjetas en uno de los puestos de control para poder abandonar este sitio. Una vez fuera, nos estarán esperando para trasladarnos hasta la granja.
—¿Así de fácil?
—No, nada de eso —sonrió—. Aquí no hay nada fácil. Para conseguirlas se ha pagado un alto coste. La gente se suele aprovechar de estas situaciones, ¿sabes? Para optar al privilegio del que gozaremos, hay que tener muchos sardes [15] de la Unión —Elia se sintió algo avergonzada, a la par que agradecida. Hier sonrió e inesperadamente cambió de tema—. Por cierto, aquellos dos hombres a los que prestabas tanta atención, son dos miembros de la orden Augur.
—¿Cómo…? —preguntó sorprendida.
—No he podido evitar ver cómo los observabas con curiosidad —replicó con una sonora carcajada.
—Los augur resultan un misterio para mí. Es la primera vez que tengo unos tan cerca.
—Para ti y para mucha gente, querida mía. Pero es un campo que domino a la perfección. La orden se fundó durante el 2892 ET, bajo el mandato del Primer Cónsul Francis Gibbs. Su propósito era aprovechar las habilidades especiales que poseen, aunque ellos prefieran emplear la palabra don, en beneficio de la Unión Colonial. A la práctica, la organización ha acabado integrándose dentro de las fuerzas armadas que componen la Unión. Actúan en todo tipo de conflictos, sobre todo en aquellos considerados altamente peligrosos o de máxima seguridad. Al principio pretendía ser una especie de orden espiritual, pero acabó derivando en una organización militar más. Es una verdadera lástima, pero la humanidad ha demostrado que solo está capacitada para la guerra. —Reflexionó antes de continuar, mientras Elia prestaba atención a cada palabra—. Reciben el nombre de Augur en referencia a una antigua orden de sacerdotes que practicaban la adivinación. Empleaban la magia en lugar de métodos científicos o racionales para descubrir entidades o elementos desconocidos u ocultos. Evidentemente no está documentado ni acreditado que aquellos sacerdotes poseyeran algún tipo de poder especial, sin embargo, los augur sí tienen habilidades físicas y psíquicas superiores a cualquier humano. Por ello, muchos naturalistas afirman que nos encontramos delante de una nueva etapa de evolución para la humanidad. Sinceramente, y es una opinión muy personal, yo estaría de acuerdo con ellos.
Elia empezó a atropellarle a base de preguntas.
—Pero, ¿por qué uno llevaba un arma y el otro no? Sostenía una especie de bastón en una mano y nada más… Y si son una fuerza militar, ¿cómo es que solo hay dos aquí?
—Bueno. No es exactamente un bastón. Se le llama Lituo. Normalmente canaliza el poder de su portador. Eso dice la teoría —soltó una enorme sonrisa—. Los augur no suelen, o mejor dicho solían, llevar armas. Era así hasta que el almirante Thrownill se hizo cargo de la orden. Entonces quedó adherida oficialmente como parte de las fuerzas armadas de la Unión, y fue cuando se empezó a frecuentar el uso de los fusiles láser entre sus miembros. Normalmente los augur físicos son los que se resisten más en emplear armas… —Hier hizo una pausa ante la cara de no entender nada que estaba poniendo Elia—. Vale. Te explico brevemente para que te hagas una idea básica. Dentro de la orden Augur, hay tres ramas de poder según el don que se posea. Están los físicos, que se valen de capacidades atléticas y biológicas muy superiores a la de los humanos. Los psíquicos son aquellos que tienen capacidades puramente mentales, como ver o percibir el futuro, y en ocasiones también de conocer el pasado. Y por último tenemos a los quinéticos, quienes pueden controlar mentalmente el medio externo. Por eso, es posible que, para fines de autoprotección, un augur de la rama de psíquicos sin más poder que la clarividencia, la telepatía, la psicometría o la precognición lleve un láser, mientras que un augur físico ya es por sí solo un arma, o que un augur quinético con dones como la telequinesis, la crioquinesis, fragoquinesis, geoquinesis, o piroquinesis no necesite arma alguna para defenderse.
—Entiendo… creo... —exclamó la joven.
—Normalmente van en grupos reducidos. Has visto a dos, lo normal es que sea así, pero también tres, cuatro… nunca verás a más de cinco juntos, a excepción de que se trate de un conflicto de una gran envergadura y que se requiera la presencia de varias escuadras o de un escuadrón entero.
Un grito ensordecedor interrumpió la conversación entre ambos. A pocos metros de distancia, un equipo médico acudía a la zona donde se había producido el incidente. También se acercaron varios soldados milicianos. Parecía que estaban atendiendo a un niño que había sufrido un percance. La madre, que se encontraba junto a él, parecía tener un brote de histeria. La pobre no dejaba de lamentarse y llorar. Poco a poco, entre los curiosos, los médicos y los soldados que trataban de dispersar a la gente perdieron la visión de lo que sucedía, aunque todavía podían oír los lamentos desgarradores de aquella madre.
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