—Será mejor que nos vayamos ya —sugirió acertadamente Hier.
Elia asintió con la cabeza sin decir nada. Estaba visiblemente afectada por la situación, por el lugar, por todo lo sucedido hasta ahora. Cuánto antes pudieran salir de allí, mejor.
Se dirigieron a uno de los accesos exteriores del campo, señalizado como “A10”, ubicado en la parte noroeste del recinto. Allí había establecido un punto de control. Era uno de los diversos puntos repartidos por la zona y desde donde se gestionaba cualquier salida del campo, tanto de trabajadores internos (médicos, voluntarios de organizaciones no gubernamentales, funcionarios) como de refugiados. Estos últimos, pero, tenían muy limitada la posibilidad de salir. Solo aquellas personas que dispusieran de pases naranjas (distintivas para refugiados políticos y de clase alta) o verdes (con permiso de trabajo acreditado y aceptado, llamados vulgarmente “esenciales”) eran consideradas aptas para abandonar el lugar.
Conseguir un pase era complicado, y en el caso de las tarjetas verdes, casi siempre se obtenían tras pagar un precio convenido. Era inevitable también, que las mafias, algunas operando desde el mismo campo, entraran en escena para sacar beneficio de aquella situación. Por un sustancioso porcentaje lograban hacerse con una gran cantidad de pases de salida. Irónicamente, aquella tragedia había beneficiado a los grupos que operaban ilegalmente, como los piratas espaciales, que por precios elevados trasportaban refugiados a cualquier punto de la galaxia saltándose los vetos establecidos por los sectores planetarios. Los piratas, especialistas en burlar aduanas y controles de la Unión, llevaban desde el inicio del conflicto moviendo refugiados ilegales por diversos sectores planetarios, quienes no dudaban en gastarse los ahorros de toda una vida para llegar a zonas más seguras y tranquilas.
¿De qué manera había logrado Hier las dos acreditaciones verdes? Es algo por lo que ella sentía cierta curiosidad, aunque lo importante es que dispusieran de los salvoconductos. Así que optó por no preguntar. De momento.
Antes de llegar al punto de control había que superar un escáner de retina y de identidad, y otro corporal, con el objetivo de encontrar posibles sustancias escondidas en el propio organismo. Para acabar, los soldados registraban bolsas de equipaje, de manera muy minuciosa. Con esta finalidad se perseguía encontrar armas o sustancias ilegales que cualquier refugiado pudiera introducir al exterior.
Había una dotación militar encargada de dichos registros, y funcionarios de Havenlock City validaban los protocolos a seguir. Los augur presentes en los campos, supervisaban y observaban que el proceso se desarrollara correctamente amparado bajo las leyes de la Unión.
—Por aquí —le dijo a Elia, guiándola por el laberinto que conformaban las tiendas por todo el campamento.
Con paso acelerado, Hier la cogió del brazo, para en un rápido quiebro, entrar en una de ellas. Era algo austera, había una gran mesa con medicamentos y material de botiquín esparcido por ella, un pequeño mueble que contenía alimentos y líquidos de avituallamiento situado en una esquina, y poco más.
—¡Diablos!, ¿de verdad eres tú? —preguntó la mujer que se encontraba en ella. Hier sonrió y afirmó con la cabeza. Hicieron el gesto de darse la mano, pero acabaron abrazándose. Aun así, le seguía mirando raro—. No puedo acostumbrarte a verte así, querido amigo... En fin, ya era hora de que llegases. Te has demorado bastante.
Parecía algo nerviosa. Les esperó durante un largo rato, y eso había acrecentado su estado de intranquilidad. Elia la observó detenidamente. Era joven, o al menos parecía menor de treinta y cinco años. Aunque nunca se había vanagloriado de tener buen ojo para las edades. Cabello largo y castaño, portaba un cigarrillo de salvia roja [16] sobre unos labios gruesos y casi perfectos. La mujer, tras examinar detenidamente a Hier, se concentró en Elia, a quien miró con mucho interés, tanto que hizo incomodar a la chica.
—La impaciencia nunca ha sido una virtud —replicó Hier.
—En mi caso, es totalmente cierto —respondió lacónicamente la mujer apartando la vista de Elia. Del bolsillo de su camisa sacó los dos pases—. Toma, aquí tienes lo que habíamos hablado.
Hier extendió la mano y cogió los pases verdes. Los revisó detenidamente.
—Mantente alerta en todo momento. No te confíes. Sal de aquí lo antes posible, no es zona amiga. He visto dos augur por el campo. No me suenan, parecen cachorros de nueva hornada. Preguntaré por ahí sobre ellos, a ver qué me dicen. Mientras, intenta esquivarlos en el control de salida. Una vez fuera, ya os están esperando y os conducirán hasta la granja de la familia Macer. Son gente de confianza que trabajan para ellos. Tu pase es para jornalero a tiempo completo… y la chica como empleada del hogar… —la mujer hizo una pausa en su locución—. Joder… Maldita sea, ¿realmente es necesario?
—Lo es, Suzanne. Y sabes el porqué.
—Por los tiempos futuros, eh —dijo ella con una sonrisa nerviosa—. Eres un buen amigo, sabes que te tengo mucho aprecio. Pero deberías dejarlo para otros, te estás haciendo mayor para estas cosas… Te piden demasiado, cuando ya has hecho tanto por todos nosotros.
—Nunca podré dejarlo del todo, querida. Es mi forma de vida, y toda una responsabilidad que no puedo esquivar. Pero gracias por llamarme viejo de manera tan sutil.
—¡Deberías estar en un despacho y no aquí! Un retiro dorado. Te lo has ganado, y no soy la única que piensa eso. Pero es imposible hacer cambiar de idea a alguien tan testarudo como tú. Estaré aquí, alojada en Havenlock, para darte soporte cuando llegue el momento.
—Seguro… Gracias por todo, Suzanne —Hier volvió a abrazar a la mujer, en una despedida emotiva.
—Un placer, viejo amigo —dijo ella. Mientras se separaban, le cogió la mano cariñosamente.
Sus ojos brillaban, y sin decir nada, se intuía un “cuídate” en ellos.
Al salir de la tienda Elia no pudo reprimir más su curiosidad. Aquellos gestos de cariño y proximidad, a la par que de preocupación delataban una relación especial entre ambos.
—¿De qué la conoces?
—Es una antigua compañera. Durante un tiempo trabajamos codo con codo, viajando por la galaxia, buscando e indagando en los rincones más remotos. Mi vanidad me llevaba a afirmar que protegíamos las constelaciones. Solo con el tiempo te das cuenta de que, a pesar de todas las buenas intenciones, siempre sirves a un propósito que no puedes controlar. Claro que, de aquella época, ya hace demasiado… Ahora me he convertido más en una rata de escritorio que otra cosa —contestó él, mientras se acariciaba el mentón con su mano. Alzó la mirada hacia el cielo como si estuviera rememorando los viejos tiempos.
—Pero, ¿no eras historiador? ¿Un profesor?
—¿Siempre eres tan curiosa? —replicó con otra pregunta, mientras soltaba una sonora carcajada—. Sí, en cierta manera lo soy. El saber, la historia, la cultura, son mis herramientas de trabajo desde hace muchos años… la investigación de campo… He tenido la mejor escuela de todas, y trato de enseñar todos mis conocimientos.
Elia no había acabado satisfecha del todo con las explicaciones de Hier, estaba segura de que él le había contado que era profesor, pero decidió dejar sus preguntas ahí. Ahora mismo, había cosas más importantes en que pensar. Y deseaba abandonar ese campo de refugiados lo más pronto posible.
—Cuando lleguemos al punto de control, sobre todo trata de hablar lo menos posible… deja que sea yo quien responda a funcionarios y agentes si hay que dar explicaciones adicionales. Cíñete al guion —Elia asintió con la cabeza—. Todo va a salir bien —quiso transmitir una cierta tranquilidad—. No hay ningún motivo por el que debas preocuparte, niña. Es una mera formalidad que superaremos sin dificultad alguna.
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