Entre los árboles de la lejanía empezó a distinguirse uno claramente singular. Era inmenso, con unas dimensiones descomunales, más ancho que alto, y cuanto más se acercaban a él más grande parecía ser. Pero no era un árbol, no uno solo al menos. Pues cuando ya estuvieron a un día de distancia del mismo el tronco ya no lucía marrón sino gris y la copa no era de un único color, sino de muchos.
—Bienvenida a Eren Joo.
El tronco no era tal, sino una inmensa muralla y lo que parecía la copa no era una sino muchas, pues la ciudad estaba construida sobre un bosque.
—Gracias —respondió, no muy segura de si eran las palabras adecuadas.
—Te recuerdo que no está permitida la entrada a los magos, así que debes prometerme que no usarás la magia dentro de esos muros ni revelarás tu… «profesión» a menos que yo te lo diga.
No estaba bien vista la magia ni permitida la entrada a los magos y sin embargo una buena parte de la élite militar de Eren Joo lo era. ¡Cuánta hipocresía!
—¿Qué pasaría si me descubriesen? —preguntó con curiosidad.
—Te colgarían de la rama más alta de la ciudad, y a mí contigo por haberte traído —admitió.
Dejó escapar un suspiro ante tanta exageración.
—Te prometo, Jorad, que no emplearé magia alguna ni revelaré mi posición dentro de la orden de magia, a menos que tú me lo pidas o que mi vida dependa de ello —prometió, no muy dispuesta a dejarse colgar, pues aunque no acababa de creer en las palabras de su compañero, tampoco estaba dispuesta a comprobar en primera persona su veracidad.
El guerrero meditó aquellas palabras un rato antes de asentir.
—Es razonable —dijo cuando ya estaban al pie de la muralla.
—¿Cómo entraremos? No veo puertas ni ningún modo de acceso.
Como respuesta, Jorad se introdujo los dedos índice y pulgar de la mano derecha en la boca y silbó. Un método sencillo y primitivo que no tardó en recibir respuesta: otro silbido, pero procedente de lo alto de la muralla.
—Desmonta, ya no vamos a necesitar los caballos.
Le hizo caso, aunque algo confusa por el modo en que él dejaba libre con tanta facilidad a un animal tan caro como su corcel.
—¿Los dejamos sin más? —preguntó al ver que era lo que él estaba haciendo.
—Ahora vendrá alguien a por ellos —contestó su compañero.
Se acercó al muro justo detrás del guerrero y, para su sorpresa, de las alturas cayó una escalera de cuerda por la que descendió un muchacho de cabello castaño y ojos verdes, exactamente iguales a los de Jorad. El joven saltó cuando ya estaba a unos pasos del suelo y fue hasta donde los animales, ignorando por completo a los dos recién llegados.
—Debes de estar bromeando —comentó cuando vio que su compañero empezaba a ascender por aquella peligrosa escalera.
—Cuanto antes empieces a subir, antes llegaremos —respondió él sin volver la vista atrás.
Trepó el primer peldaño y lo bajó de un salto al notar cómo un escalofrío le recorría la espalda. Se sentía observada, pero no por el muchacho que había bajado antes, pues ya no estaba por los alrededores, sino por alguien desde las alturas. Jorad seguía subiendo y ella no tuvo más remedio que maldecir en silencio su promesa mientras comenzaba de nuevo su ascenso. De poder usar magia sabría ya quién los estaba espiando, donde estaba esa persona e incluso subiría la condenada escalera de cuerda sin peligro. Pero no, había prometido no usar la magia.
Suspiró, y comenzó a trepar de nuevo.
Ya estando cerca de la meta alguien le tendió una mano para ayudarla, y creyendo que se trataba del guerrero ni se lo pensó antes de aceptarla.
—Gracias —dijo pues, incluso cuando no se trataba de Jorad, aquel hombre había sido el único en ayudarla a subir esa tortura de escalera.
Ciertamente el misterioso personaje era idéntico a Jorad. Mismo tono de piel, de cabello, incluso el verde de los ojos y el peinado parecían ser los mismos. Y no solo él, todos los que allí estaban eran iguales a su compañero, a excepción de la armadura claro.
—Siempre es un placer ayudar a los viajeros —Se mostró caballeroso el desconocido—, y más tratándose de la prima del Capitán Jorad. —Le sonrió.
¿Prima? ¿De quién, de Jorad?
Mientras pensaba en qué decir a continuación empezó a sacudirse la falda y a buscar con la mirada la distintiva armadura plateada de su fugitivo compañero. La del desconocido era de un color casi pardo y no había ningún símbolo en su hombro. Y en cuanto a su voz y modales, nada tenían que ver con los del guerrero.
—¿Sabe dónde se encuentra mi querido primo? —Hacía tiempo que no utilizaba un lenguaje formal y se sentía torpe.
—Tal vez podría decirme su nombre —pidió el desconocido.
Se sintió rara cuando se encontró con la mirada de aquel hombre. ¿Por qué la miraba así? ¿Es que no había suficientes mujeres en Eren Joo? En fin, decir su verdadero nombre, el que usaba ahora, no sería prudente pues podría revelar que sabía usar magia.
—Imi Co.
Ese fue su primer nombre, el que le pusieron sus padres al nacer.
—¿Se alojará con su primo, señorita? —preguntó otra de las copias de Jorad, que se había acercado a ver lo que se cocía allí.
Debían de estar muy desesperados. Ni siquiera en la academia de magia, donde escaseaban las mujeres, la habían tratado así. ¿Dónde estaba su compañero cuando se le necesitaba? Si iba a hacerla pasar por pariente suyo, al menos debería protegerla de ese tipo de escenas.
—Eso solo si logro encontrarle. —Hizo acopio de su mejor sonrisa—. Por cierto, ¿dónde está?
Las miradas de sorpresa no faltaron.
—¿Es su primera vez en Eren Joo, señorita Ymico?
No era Ymico, sino Imi Co.
Hubo más de una oferta para enseñarle la ciudad una vez se hubiera alojado, cada una más galante que la anterior. ¡Menuda gente!
—Me temo que ya se lo he prometido a… mi primo. Tal vez en la próxima ocasión.
Debía ser cierto que Jorad pertenecía a la élite militar, porque solo con nombrarlo el resto se pusieron firmes. Pero aun así, nadie parecía querer decirle dónde estaba su primito.
Empezó a darle vueltas a todo lo que había visto y oído desde que subió la escalera de cuerda. Antes, cuando preguntó por el paradero de su supuesto primo, su coro de aduladores se había sorprendido y en seguida se habían percatado de que era su primera vez en aquella ciudad. Así que debía haber algún tipo de ritual o costumbre que aquellas gentes cumplían a raja tabla al llegar a Eren Joo.
—Señorita Imiko —¿Es que era tan difícil pronunciar bien su nombre?—, ¿no pasará a asearse?
¿Lavarse? ¿Podía ser que se tratara de eso?
—Eh, sí, por supuesto. ¿Dónde…?
Le indicaron donde estaban los aseos, porque como ella había deducido había una costumbre en aquel pueblo que era bañarse nada más llegar para quitarse el polvo del camino, pero por más que lo intentaba no conseguía encontrar la supuesta entrada a esos baños. Caminó siguiendo las instrucciones, aun cuando allí ella solo viese árboles. Tal vez fue por ello que cayó sin remedio al pisar donde no debía.
La caída no fue para nada dura. Había prometido no ejercer su don a no ser que Jorad se lo pidiese o su vida corriese peligro, y puesto que era el caso no dudó en protegerse con un inocente hechizo. Todo su cuerpo quedó recubierto por una fina capa de magia que la protegió de todos los golpes y arañazos, y al final fue como estar dentro de una burbuja. En situaciones normales, simplemente se habría transportado de nuevo a lo alto de la muralla o habría hecho que su compañero se apareciera delante de ella para cantarle las cuarenta, pero por desgracia había hecho aquella maldita promesa.
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