© del texto: Diana Salazar Santamaría
© ilustradora: Mª Carmen Cañellas Alfonso
© corrección del texto: Equipo BABIDI-BÚ
© de esta edición:
Editorial BABIDI-BÚ libros S. L, 2022
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Producción del ePub: booqlab
Primera edición: febrero, 2022
ISBN: 978-84-19106-85-8
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra»
Capítulo I. Pasos nocturnos
Capítulo II. Buscando pistas
Capítulo III. ¿Cuándo comeremos trufas?
Capítulo IV. Dibujando a Castendolf
Capítulo V. Salida nocturna
Capítulo VI. Siguiendo el rastro
Capítulo VII. El bosque de noche y de día
Capítulo VIII. El camino señalado
Capítulo IX. La misteriosa entrada
Capítulo X. El valor de las trufas
Capítulo XI. El olor de las trufas
Capítulo XII. Competencia por las trufas
Capítulo XIII. ¿Qué hacer con las trufas?
Capítulo XIV. El destino de las trufas
Capítulo XV. Carrera sin fin
Capítulo XVI. Excavando hacia las trufas
Capítulo XVII. Trufas en peligro
Capítulo XVIII. Al rescate
Capítulo XIX. Lenguaje duendil
Capítulo XX. Secretos al amanecer
Capítulo XXI. Más secretos
Capítulo XXII. Tarta y carta
Capítulo I
PASOS NOCTURNOS
—Ahí está otra vez, ¿lo oís? —preguntó Guigo entre murmullos a sus hermanos.
—No oigo nada —contestó Nolo bostezando—. Estate ya calladito que puedes despertar a nuestro hermano Bayi, y además tienes que dormir, pues solo tienes cinco años, aún eres pequeño y necesitas muchas horas de sueño para poder crecer y hacerte más listo.
—Dormir es aburrido, Nolo. Piensa en lo que pasa en el mundo mientras duermes y todo lo que te estás perdiendo —aseguró Guigo. —Además, ese correteo que oigo por las noches no me deja dormir.
—¿De que correteo hablas? —preguntó Nolo.
—¿No lo oyes?, callémonos y verás —afirmó Guigo.
—Nolo no oía nada, pero intentó disimular su incredulidad, pues tenían el acuerdo en casa de no cuestionar las fantasías de los pequeños, ya que sus padres insistían en que no había nada más fascinante que la imaginación desbocada de los primeros años de vida, que les hacía creer a los niños que todo era posible; ya tendrían suficiente tiempo para ser adultos y racionalizarlo todo, como le estaba pasando a él, que acababa de cumplir doce años.
—De acuerdo, vamos a quedarnos callados a ver si lo oímos –dijo Nolo, mientras abrazaba a su hermanito para tranquilizarlo. Estuvieron un rato callados y atentos, pero, después de varios minutos de silencio, Nolo se cansó de esperar.
—A lo mejor lo que has estado oyendo es un ratón —opinó Nolo—, o un pajarito que se coló en casa en busca de algo para comer.
—¡Ni pajarito, ni ratón! —contestó Guigo, irritado–. Sus pasos son fuertes para ser los de un animal pequeño, pero demasiado suaves para ser los de una persona. Estoy muy asustado, Nolo, pues no sé qué clase de criatura es la que se ha metido en nuestra casa.
Para tranquilizar a Guigo, Nolo le propuso que dieran una vuelta por la casa para confirmar que no había nada raro, pero el pequeño se negó rotundamente a renunciar a la seguridad que le hacían sentir su cama y el escudo protector de las mantas que se echaba por encima de la cabeza cada vez que se asustaba, así que Nolo tuvo que hacer solo la ronda de vigilancia, usando su linterna para evitar encender luces y despertar a sus padres.
Comenzó por revisar que todas las puertas y ventanas estuvieran cerradas, luego miró por debajo de mesas, camas y estanterías, buscó pequeños agujeros en las paredes, y no encontró nada fuera de lo común. Pasó por la cocina para tomarse un último vaso de leche antes de dormir, y entonces encontró algo que le llamó la atención: la puerta de la nevera estaba mal cerrada y el suelo estaba lleno de migas, lo cual no sería raro si no supiera que ninguno de sus dos hermanos había pasado por allí esa noche.
Extrañado, revisó la cocina en busca de algún animalillo tragón, pero no encontró nada, así que se fue a su habitación para intentar descansar. Encontró a Guigo medio dormido y le dio un beso de buenas noches, asegurándole que no había nada raro y que podía dormirse tranquilo, guardándose el secreto de la nevera y las migas para evitar preocuparlo hasta que lograra averiguar lo que estaba pasando.
—De acuerdo –contestó Guigo—, vamos a dormir, pero acuéstate cerca de mí para sentirme protegido y poder cerrar los ojitos con tranquilidad.
—Claro que sí —dijo Nolo mientras acercaba su cama a la de su hermano, para darle la mano y ayudarlo a dormir.
Pocos segundos después, Guigo ya se había dormido, mientras Nolo pensaba en lo feliz que vivía en el bosque con sus padres y sus dos hermanos, lo mucho que los quería, cuánto disfrutaba cada momento que podía compartir con ellos, y en que siempre haría lo que fuera necesario para protegerlos.
Capítulo II
BUSCANDO PISTAS
Al día siguiente, mientras sus hermanos estaban en la bañera jugando, Nolo estuvo registrando la casa entera en busca de algún indicio que pudiera revelar la identidad del productor de migas. Esta vez su búsqueda fue más profunda, esculcando en los cajones y armarios, levantando las alfombras, corriendo los muebles, buscando nidos de insectos, pero no encontró nada. Fue tanto lo que movió y removió todo, que su madre acabó por preguntarle si había perdido algo importante, a lo cual él respondió evasivamente, para no alarmarla hasta saber lo que estaba pasando.
Como no encontró pistas, Nolo decidió suspender su investigación, y se fue a jugar con Bayi y Guigo al escondite en el frondoso e inmenso bosque que bordeaba el jardín de su casa, y en el que solo tenían permitido entrar durante el día, siempre y cuando fueran los tres juntos. Cuando empezó a anochecer volvieron a casa, ansiosos por devorar las delicias que su madre había preparado y oír la fantástica historia que su padre inventaba cada noche antes de dormir. Mientras algunas noches la historia era acerca de delfines multicolores, caballitos de mar alados u orcas parlantes, otras noches los protagonistas eran monstruos mitológicos, fantasmas tenebrosos o criaturas diminutas que habitaban los bosques, como duendes, elfos, hadas y gnomos, que su padre aseguraba que existían camuflados cerca de ellos.
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