gustaba nada. Para empezar su compañía la había elegido una piedra encantada y no él. No siendo bastante esto, la primera persona era una mujer, y maga. ¡Cómo se había podido dejar enredar en semejante locura! Al menos esperaba que el segundo de los personajes escogidos por su destino fuese una mejor.
—¡Oiga! —Se volvió a ver quién le estaba hablando—. He oído podaí que usted está haciendo pdeguntas dadas a mi gente.
Era el cabecilla de las caravanas. Le costó entenderle pues el hombre tenía un acento extraño y no pronunciaba bien la “r”. En cuestión de segundos decidió que la mejor manera de confrontar aquella situación sería por medio de la cordialidad. Tal vez así el hombre se cansaría pronto y lo dejaría en seguir su viaje en paz.
—Así es, buen hombre.
Bajó del caballo y caminó al lado del desconocido como muestra de cortesía.
—No sé qué asunto se tdae Eren Joo pod estos lades. Aquí somos gente muy sencilla y no quedemos pdoblemas.
Jorad asintió, comprendiendo perfectamente por qué se le había acercado a hablar.
—Estoy seguro de ello.
—Si me dice qué es lo que quiede, le ayudadé con mucho gusto.
Tal vez debió acudir a él desde el principio. Pero al igual que era más que probable que aquel personaje pudiese ayudarle, también era el candidato idóneo para ocultarle información pues, como líder de las caravanas, su principal cometido era proteger a su gente.
—Eso sería de gran ayuda, ¿conoce usted, entre los miembros de su respetable comercio ambulante, a alguien que lo sepa todo?
—¿Un sabio? Aquí no hay nadie así, señod. Tal vez en las gdandes ciudades, no aquí. —Eso ya lo suponía Jorad—. Aunque ahoda que lo dice, desde hace poco viaja con nosotdos una chica nueva, una mocita no me malintedpdete. Es muy lista, y sabe muchas cosas, más que yo. —Rió—. Puede que ella sepa de algún sabio como el que está buscando.
Acudieron a su mente las palabras de la maga sobre una muchacha más joven que ellos y que según Manyou no podía ser la persona que estaban buscando. Pero Jorad tenía ganas de zanjar aquel asunto de una vez por todas, así que decidió que sería él y no la mujer quien juzgaría a la desconocida.
—¿Y dónde dice usted que puedo encontrarla?
—Justo ahí delante, señod. Está hablando con su amiga la bduja. No se asuste, que la niña tiene una pata dota y no podrá huid de sus encantos, señod. —Se burló, porque allí eran así y una vez pasada la preocupación consecuente al aspecto del guerrero nada había que temer.
Montó de nuevo, tratando de no pensar demasiado en la burla final del cabecilla de las caravanas.
Así que una muchacha, y más joven que ellos por lo que había dicho su popular compañera. ¿Cómo era posible que aquellas gentes no la temieran ni repudiaran? En cualquier caso era evidente que los conocimientos de una jovencita no podían ser lo que se dicen absolutos. Él necesitaba a un viejo sabio, no a una niña: otra fémina. Ya no estaba seguro de qué era más ridículo, si la idea de que aquella chica pudiese ser la otra persona que necesitaban o que realmente estuviese siguiendo las instrucciones de una piedra mágica.
Espoleó al caballo y alcanzó a la maga en cuestión de segundos.
—¡Maldición, Jorad, qué susto me has dado! —exclamó ella, que había atado las riendas de su montura a la caravana y caminaba alegremente, al menos hasta que él apareció—. ¿Qué ocurre? ¿Lo has encontrado? —Se refería al supuesto sabio.
No esperaba que ella se preocupara realmente por la causa y quedó sorprendido. Sin lugar a dudas entregarle aquella roca antes de decir lo que necesitaba de ella fue todo un acierto.
—No.
Le miró algo contrariada, aunque era normal. Después de todo no conocía las verdaderas intenciones que le habían llevado a acercarse a ella.
—¿Dónde está la chica? —preguntó sin rodeos.
La mujer arqueó una ceja y luego sonrió como la que se ríe de su propio chiste.
—No conmigo, como puedes ver.
No la entendía, y jamás lo haría. Era una maga al fin y al cabo.
—Acaban de decirme que estaba hablando contigo.
De repente Manyou dejó escapar un suspiro.
—¿Es que no puedes verla? Está ahí, justo delante de ti.
Fue señalarla la mujer y entonces la vio: una muchacha recostada en la parte trasera de la carreta. Lo primero que le deslumbró fueron sus ojos, grandes y de un tono azul similar al de un zafiro, pero fríos e inexpresivos. El cabello era negro y lo llevaba cortado a la altura de los hombros, algo inusual en una joven como aquella: a juzgar por su clara piel debía de ser de buena cuna. ¿Qué hacía allí entre mercaderes? En Eren Joo se la consideraría toda una belleza, y es que era realmente bonita. Tanto que Jorad tardó en fijarse en su vendada pierna y el libro que estaba leyendo.
Se sintió observado y volvió de esa especie de trance en el que había entrado mientras contemplaba a la muchacha. Era la maga quien lo miraba con una indescifrable expresión que lo irritó.
—Señorita. —Por supuesto el trato que se merecía una joven así no era el mismo que le daba a su inusual compañera—. Me dicen que se ha unido al grupo de caravanas hace poco y que tiene un alto nivel de conocimiento.
Su intención era que abandonara la lectura y le prestara algo de atención, pero lo único que logró fue que respondiera sin apartar la mirada del libro.
—Solo estoy con ellos por mi herida. Me iré tan pronto como pueda caminar. Y en cuanto a los conocimientos que me atribuís son los mismos que tendría cualquier persona de mi edad que haya tenido acceso a los libros que yo he leído.
No podía ser ella, era demasiado joven.
—Una respuesta de lo más elocuente —habló la maga.
Aunque en realidad no buscaban a alguien que lo supiese todo, sino que creyese saberlo todo.
—¿Puedo hacerle una pregunta? —habló la desconocida.
—Claro —asintió antes de darse cuenta.
—¿Por qué un guerrero de las Hojas Doradas necesita a una maga? —Dicho lo cual retiró la vista del libro, y sus ojos parecieron aún más azules.
—¿Qué sabe de esa organización, señorita?
—Casi todo —contestó inmediatamente.
—Eso lo dudo. —No pretendía ser descortés, pero su boca no pudo contener sus palabras.
Aquello debió de herir el amor propio de la muchacha porque cerró el libro con fuerza y empezó a demostrar todo lo que sabía.
—Sé que al menos la mitad de sus miembros son magos consagrados, aunque esta sea una información secreta para el pueblo. —Por su tono debía estar realmente ofendida—. Así que dígame: ¿por qué quiere la ayuda de un mago externo a su organización?
Nadie debía saber eso. Nadie. ¿Cómo era posible que…? Aquella conversación no debía continuar.
—Lamento haberla ofendido, señorita. Adiós.
Dio un tirón de las riendas y se alejó de allí. Esta vez no se sorprendió al ver a la maga materializarse justo a su vera; era casi previsible que quisiese preguntar algo después de haber escuchado las pocas frases que pronunció la joven de ojos azules.
—¿Es cierto lo que ha dicho? —Jorad se negó a afirmar o negar aquello—. Yo sé poco de tu ciudad, pero ese parecía ser un dato bastante restringido al público. —Cierto, era un secreto para la mayor parte de Eren Joo—. Podría ser ella de la que hablaba la visión de la gema —observó.
—Esa mujer me pone de los nervios.
Manyou dejó escapar una carcajada.
—Oh, sí, he notado cuanto te disgustaba. —Volvió a reírse—. Si no vas a renunciar a llevarla contigo, date prisa y ve a convencerla antes de que se le cure la pierna.
Manyou tenía un buen carácter y Jorad tuvo que admitir que hasta era graciosa. Habría sido un muy buen partido para muchos, si no fuese maga claro.
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