Se acercó a Jorad, aunque su pregunta se perdió en algún lugar entre su mente y su boca en cuanto vio que este estaba preparando el desayuno. Desgraciadamente no fue ni de lejos tan… La maga no tuvo muy claro cómo describir aquello, pero el caso es que no se parecía en nada al que habían disfrutado los comerciantes, que por ciertos los miraban sin discreción alguna. Sin embargo, en esta ocasión las miradas de desconfianza no estaban puestas en ella, sino en su compañero. A Manyou la trataban como a una clienta más, haciéndole ofertas de telas, hilos… ¡si hasta le pidieron que hiciera alguna que otra demostración de magia!
—Disculpa, ¿qué tiene mi amigo que deja mudo al resto?
Su caballo, que para su vergüenza era el que dirigía su rumbo, iba detrás de una caravana en la que había una muchacha de espaldas al horizonte inmersa en un libro. Pocas personas sabían leer, y no era frecuente encontrar a una de ellas entre mercaderes, así que la maga decidió entablar conversación con ella.
—Seguramente se deba a su armadura —respondió sin apartar los ojos de las páginas de su libro.
A esa conclusión también había llegado Manyou, aunque supuso que la joven no se refería al hecho de que Jorad la llevase puesta como si estuviesen en guerra.
—¿Qué tiene de especial?
Tras una segunda ojeada a la desconocida, se fijó en las vendas que cubrían su pierna y en las varas puestas para mantenérsela recta.
—Su color —Cerró el libro y miró a la maga a los ojos—, indica que pertenece a las Hojas Doradas de Eren Joo —Era sorprendente la seriedad e intensidad de su mirada, y al mismo tiempo la carencia de sentimiento en ella—, y ese símbolo en su hombro izquierdo —Manyou se volvió para ver lo que estaba comentando la muchacha—, significa que es el segundo al mando.
Volvió a abrir el libro, pero la hechicera no estaba dispuesta a permitirle leer.
—¿Qué son las Hojas Doradas?
Jorad iba bastante alejado de ellas, de modo que no había peligro de que pudiera oír la conversación entre las dos mujeres. Pero aunque llegara a sus oídos, solo estaban comentando el extraño aspecto de aquella armadura plateada con detalles en dorado, incluido el extraño símbolo del hombro que parecía una madeja y en el que la maga no se había fijado antes.
—Es la élite militar de Eren Joo. Como los Hombres de Agua de las Islas Umanemses, o los Morel de la tribu Divi del norte.
Aquello era fascinante… y sorprendente. ¿Cómo era posible que aquella joven supiera todo eso? La maga, en comparación, no sabía nada de todo aquello: casi necesitaba ojear su viejo mapa para entender dónde estaba o de los lugares de los que hablaban.
—Me sorprende que alguien dedicado al comercio sepa tanto sobre este tema.
Fue bajando el tono poco a poco debido a la mirada que le dedicó la muchacha. Algo en su enunciado había sido incorrecto.
—No es oro todo lo que reluce. —Manyou creyó ver lo que parecía una sonrisa—. El dueño de esta caravana me ofreció transporte hasta que sanara mi herida y fuera capaz de moverme sola —explicó.
Era evidente por su aspecto que no pertenecía a aquel grupo, pero aun así la maga había preferido que se lo confirmara la propia muchacha.
—¿Qué te pasó?
—Mala suerte. —Se encogió de hombros—. Hace dos días hubo un desprendimiento de tierra, y yo estaba debajo cuando ocurrió.
No debió ser una experiencia muy agradable si la rotura de la pierna se produjo durante aquello. Claro que teniendo en cuenta que podría haber muerto por el derrumbamiento, lo cierto es que había sido afortunada por solo romperse una extremidad. ¿Habría salido sola o la tierra la habría dejado medio enterrada hasta que los mercaderes la encontraron? Aunque había algo en su historia que… ¿acaso había estado viajando sola hasta que el grupo de caravanas le prestó su ayuda?
—¿A dónde ibas?
Como hacer preguntas indirectas le había funcionado hasta el momento, decidió seguir investigando de ese modo.
—Cualquier lugar es bueno.
Aquella era la típica respuesta de alguien que estaba huyendo, claro que Manyou no dijo nada de esto porque además de descortés sería indiscreto hasta para ella.
—Espero que la pierna te sane pronto.
No era muy común encontrar a alguien que supiera leer y no fuera ni mago ni noble, aunque a lo mejor la muchacha sí que era esto último y estaba huyendo porque…
—¿De verdad eres maga?
Con aquella pregunta la muchacha trajo a Manyou de vuelta al mundo real.
—Eso dicen. —Sonrió.
La muchacha de brillantes ojos azules asintió para seguidamente retomar su libro. Quedó claro que al menos una de las partes había dado la conversación por terminada, hecho que la otra hubo de aceptar mientras pensaba que la portada de la encuadernación le era vagamente familiar.
La maga estaba aburrida del viaje, harta del estúpido caballo que no avanzaba, y cansada del compañero que la ignoraba y dejaba atrás. Decidió que si aquella masa fofa de carne con patas sobre la que iba montada no se movía, ella lo haría en su lugar, y efectivamente en un abrir y cerrar de ojos apareció al lado de Jorad, sorprendiendo a este, y a los dos animales.
—¿¡No te dije que no hicieras eso!?
—Contigo, no conmigo —respondió tranquila y serena, y ciertamente algo contenta de haberlo sorprendido—. Dime una cosa, si tanta prisa tienes por llegar a E… a tu destino —No recordaba bien el nombre—, ¿por qué vamos con los comerciantes?
Era una pregunta que se le había ocurrido en uno de sus muchos momentos de silencioso aburrimiento, aunque el dolor causado por las agujetas y la ira hacia su compañero, último responsable de las mismas, habían contribuido a que fueran preguntas de este tipo las que cruzaran la mente de Manyou.
—Ellos también van al noroeste.
—¡Pero a ritmo de caracol! —Miró a su alrededor preocupada de lo que pudieran pensar de su comentario. Por suerte si alguien lo oyó, decidió ignorarlo.
—Deberías aprender a contener tu lengua —le regañó él.
Aquella fue la gota que colmó el vaso. Algo había que le estaba ocultando, empezando por el motivo por el que la había contratado.
—Aún no me has dicho en qué consiste el trabajo —le recordó.
Jorad extrajo algo de una de las bolsas que llevaba atadas a la silla de montar y extendió el brazo con ello hacia la maga.
—Toma. —A simple vista no podía verse de qué se trataba, pues lo ocultaba el trozo de tela en el que estaba envuelto lo que quiera que le estaba ofreciendo.
—¿Qué significa esto? —Lo cogió con reticencia.
—Es tu pago por los servicios que prestarás.
La curiosidad le pudo de nuevo, y empezó a desenvolver la tela para dejar al descubierto una gema lisa de color ambarino. Percibía magia procedente de la misma con lo que al principio evitó entrar en contacto con su superficie, pero pronto sus dedos empezaron a deslizarse por ella, tratando de adivinar de qué se trataba. Nada más hizo contacto con la piedra esta le mostró una serie de imágenes a modo de película, una que solo ella podía ver, y que le mostraron aquello que más deseaba en el mundo.
—¿Sabes qué es esta joya? —preguntó, tratando de disimular una lágrima que se le había escapado.
La emoción la había embargado, pero aún seguía siendo ella misma y ahora su prioridad era saber cómo aquel precioso objeto había llegado a manos de alguien sin el don de la magia.
—En una visión me mostró que para alcanzar mi objetivo necesitaría la ayuda de un mago que lucha porque teme curar y de alguien que, muerto por dentro, vive creyendo saberlo todo.
No solo había sido capaz de encontrar Taj Majal, sino que además podía utilizar un objeto mágico. Una historia de lo más interesante, si se omitía el hecho de que aquella gema no mostraba lo que se necesitaba sino lo que se deseaba. Jorad le estaba ocultando algo, aunque de momento tal vez sería mejor obviarlo.
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