Rosario Jiménez Roque - El secreto del bosque de los sueños

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El último de una orden de orgullosos guerreros , una maga recién salida de la academia, un príncipe que no es lo que parece y una guía que no dice todo lo que sabe. Son algunos de los componentes de 
El secreto del bosque de los sueños , una novela de fantasía que mantendrá en vilo al lector de inicio a fin.En un mundo donde la magia es tabú, Manyou , una joven maga recién salida de la academia, se verá envuelta en los problemas políticos de una de las ciudades más importantes del continente cuando Jorad, un guerrero que desconfía de la magia, la enrede para que lo ayude a él y a un grupo de rebeldes a rescatar al príncipe perdido de Eren Joo.Traicionados y perseguidos , todo se complicará cuando descubran que se han metido sin querer en un juego de poder donde no son más que simples peones.

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El desconocido, corpulento pero sin llegar a lo excesivo, se presentó con el nombre de Jorad y trató de venderle un trabajo que estaba seguro que a ella le interesaría. El problema era que en ningún momento le dijo en qué consistiría ni como le pagaría, y la verdad es que a ella poco le importaba pues tenía la mente en cuestiones más… interesantes.

—¿Cómo ha dado conmigo? —Era esta la cuestión que más importaba a la maga, después de todo, aun cuando alguien allí fuera supiera de su existencia, ella había estado viajando con magia.

El bajó el tono hasta que su voz fue apenas audible con el ruido de fondo. Fuera lo que fuese que iba a decirle, no quería que nadie más lo oyera.

—En Taj Mahal te recomendaron —Le entregó un papel y luego apartó la mirada—. Ellos me trajeron —luego retomó su tono normal y volvió a mirarla—. ¿Acepta el trabajo?

Aquello era realmente extraordinario, e interesante. Una persona sin capacidad alguna para la magia, algo que Manyou había sabido nada más verle, había sido capaz de encontrar la ciudad. Hasta donde ella sabía, tan solo los magos, o en su defecto aquellos destinados a serlo, podían llegar a Taj Mahal, y sin embargo aquel hombre lo había conseguido. Por supuesto en ningún momento la maga se planteó que pudiera estar mintiéndola, pues el papel que le había entregado llevaba la firma del gran maestro, el líder supremo de todos los magos.

Para su desgracia negarse no era una opción. No porque los ancianos la hubieran recomendado para el supuesto trabajo, ni tampoco porque el mismísimo gran maestro le hubiese escrito ordenándole que acompañara a aquel hombre hasta una ciudad de extraño nombre, sino por su curiosidad. Aquel había sido siempre su punto débil y es que si algo la intrigaba necesitaba llegar hasta el fondo de la cuestión sin demora, y quería saber cuál era la relación de ese tal Jorad con la ciudad de los magos.

—¿Por qué habría de hacerlo? Este trozo de papel no significa nada. —No pudo romperlo, porque un hechizo lo protegía, pero quería ver hasta qué punto estaba aquel desconocido interesado en contratarla.

—¿Qué le pongo? —Se acercó por fin el tabernero.

—¡Por fin! ¿Cuánto me lleva por una habitación? —Pero el sudoroso gordinflón no se dirigía a ella, de hecho parecía no verla siquiera—. ¡Oh, venga ya!

Aquello pareció divertir al tal Jorad.

—¿Acepta el trabajo? —repitió la pregunta, como si ella no tuviera mejor opción, y por desgracia era cierto.

Sus opciones eran dos: continuar su viaje sin rumbo fijo mientras aletos como el tabernero la despreciaba por lo que era, o aceptar el trabajo y tratar de averiguar algo más sobre ese Jorad. La decisión fue casi inmediata.

—Está bien. —Sonrió amistosamente mientras su mente la avisaba de que acababa de meterse en un embrollo, que en su opinión todos los trabajos lo eran, incluso cuando uno escogía hacerlo por motu propio.

Dejó escapar un nuevo suspiro, sin dejar de pensar que ahora sí que necesitaba una copa. Bueno, al menos su compañero era bien parecido y no tenía pinta de que fuera a darle demasiados problemas de cabeza.

—Partiremos de inmediato.

Lo miró extrañada pues por su aspecto habría jurado que su compañero no era de los que hacían bromas, y estaba en lo cierto.

—¿Por qué tanta prisa?

Si tenía pocas ganas de ponerse a trabajar, fuera cual fuese el tipo de trabajo para el que acabaran de contratarla, menos ganas tenía aún de ponerse a viajar.

—No tenemos tiempo que perder.

La maga ojeó su viejo y roído mapa con disimulo. La geografía no era lo suyo, afortunadamente la ciudad de Eren Joo, lugar al que Jorad quería ir, sí aparecía en el mismo, pero cuando comprobó la distancia entre su destino y su posición actual se negó rotundamente a emprender la marcha.

—En mi estado actual no podría transportarnos esa distancia —Aquello era mentira en cierto modo, ya que podría haberlos transportado esa distancia de haber estado alguna vez en Eren Joo, y sobre todo de haber estado dispuesta a usar su magia para ello—, estoy cansada y ese hechizo precisa de mucha concentración, más aún si se trata de varias personas.

Aquello último sí era cierto, aunque lo estaba usando como excusa.

—No me dejaría transportar de nuevo ni aunque mi vida dependiera de ello —declaró—. Iremos a caballo.

De aquel modo Manyou descubrió que, al igual que el resto del mundo, Jorad sentía un profundo desprecio por la magia y todo lo que estuviera relacionado con ella. Aquello no hizo sino aumentar aún más su curiosidad acerca del modo en que aquel hombre habría logrado encontrar Taj Mahal y convencer al gran maestro para que escribiese aquella carta en la que casi ordenaba a la maga acompañarlo.

Siguió a su nuevo compañero fuera de la taberna, esperando el momento oportuno para anunciar algo importante dada la situación.

—Debo advertirte de que no sé montar.

Cuando Manyou vio a las bestias de monta, que seguramente habían hecho el mismo camino que Jorad, la maga comprendió que aquel hombre se habría llevado un mago consigo aunque hubiera tenido que atarlo y cargarlo sobre sus hombros hasta Eren Joo. Y es que tenía todo lo necesario para un viaje de dos a través el continente.

Él se agachó al lado de uno de los caballos, el más bajo y gordo, y juntó las manos a modo de escalón para ella. No había posibilidad de que el animal escapara porque al igual que el otro estaba atado.

—Pon tus manos en la silla y apoya tu rodilla izquierda aquí.

No era tan cateta como para no darse cuenta de que aquel hombre iba a subirla al animal. Siguió las instrucciones de él al pie de la letra, y maldijo mentalmente las ganas que tenía de

recorrer los caminos subida en esa cosa peluda y maloliente. Una vez estuvo ella arriba, Jorad le entregó las riendas de su caballo y se alejó para subirse a su propio corcel, pues en nada tenía que ver con la bestia de Manyou. La pobre maga se resbalaba en aquella silla de cuero, y con cada paso que daban tenía que hacer un gran esfuerzo para mantenerse sentada y no dejarse caer, ya que tirarla parecía ser el único propósito de su montura. Era en situaciones como esa que la muchacha desearía ser de tipo Controlador y no Bélica, como era ella, de esa forma habría pasado la noche durmiendo en la mejor cama de la taberna y no tratando de sobrevivir sobre aquella cosa.

Suspiró, con amargura y resignación.

A duras penas lograba mantener el ritmo de su compañero, y eso que se suponían que estaban en un camino fácil: la ruta de comercio hacia Eren Joo. Estaban, además, escoltados por dos importantes sistemas montañosos del continente, a su derecha tenían el Cacio, famoso por ser el hogar de los reinos Salodeitas, y la izquierda la Rohana, antiguo muro de defensa natural contra las invasiones de los habitantes de las Islas Umanemses. ¡Qué manera de desperdiciar un buen paisaje, viajando cuando la luz no alcanzaba a iluminar apenas el camino!

Antes de que acabara la noche alcanzaron a un grupo de caravanas que descansaban después de una dura jornada de viaje, algo que a Manyou le habría gustado hacer, y durmieron allí lo que restaba de tiempo hasta el amanecer. Cuando el Sol empezó a alzarse, horas intempestivas en opinión de la maga, se unieron al grupo de carretas. De esta forma la joven contempló el amanecer en el exterior después de casi doce años sin verlo.

Se incorporó despacio y dolorida. La mayoría de los comerciantes ya estaban desayunando y preparando el que sería un nuevo día de marcha, cuando ella aún se quitaba las lagañas de los ojos.

La maga no había pegado ojo. Le dolían demasiado las piernas y apestaba a caballo lo suficiente como para atraer a todas las moscas del continente. No entendía por qué la habían recomendado específicamente a ella para ese trabajo cuando detestaba tantísimo ese tipo de actividad… Aunque bien pensado, Jorad aún no le había contado en qué consistiría el trabajo. ¿Para qué necesitaría alguien que despreciaba el mundo de la magia a una maga de tipo Bélico? ¿Protección? Si era eso, desde luego no era para él, pues no tenía pinta de ser de los que se dejaban defender durante una pelea, pero a Manyou no se le ocurría qué otra cosa podría ser.

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