Rosario Jiménez Roque - El secreto del bosque de los sueños

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El último de una orden de orgullosos guerreros , una maga recién salida de la academia, un príncipe que no es lo que parece y una guía que no dice todo lo que sabe. Son algunos de los componentes de 
El secreto del bosque de los sueños , una novela de fantasía que mantendrá en vilo al lector de inicio a fin.En un mundo donde la magia es tabú, Manyou , una joven maga recién salida de la academia, se verá envuelta en los problemas políticos de una de las ciudades más importantes del continente cuando Jorad, un guerrero que desconfía de la magia, la enrede para que lo ayude a él y a un grupo de rebeldes a rescatar al príncipe perdido de Eren Joo.Traicionados y perseguidos , todo se complicará cuando descubran que se han metido sin querer en un juego de poder donde no son más que simples peones.

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—Tendré que ir —gruñó.

Ella dejó escapar un suspiro y luego volvió a sonreír.

—Ya te llevo yo.

Mujer, y además maga, no había peor unión. Mucho antes de tener la oportunidad de negarse a que lo transportaran se vio de nuevo tras la caravana donde descansaba la joven de la que habían estado hablando. Esta había retomado su lectura y ni se inmutó cuando llegaron, lo que le dio tiempo suficiente a Jorad para reponerse de aquella magia.

—¿Vendría con nosotros a Eren Joo, señorita?

Lo preguntó directamente y sin rodeos, pues no había tiempo que perder. Aunque tardó en recibir respuesta, al parecer el libro de la joven era más importante que la aparición mágica de ellos dos.

—¿Con qué propósito?

Era muy agradable a la vista, preciosa a decir verdad, pero su tono le irritaba.

—Tuve una visión —habló Manyou—. En ella se me advirtió de que la única oportunidad de escapar de un futuro mal sería con la ayuda de una persona que viaja en este grupo de caravanas y que además cree saberlo todo. Pensamos que mi visión se refería a ti.

Dio gracias en silencio porque la maga hiciese suya aquella visión, ya que él jamás habría sido capaz de confesarlo así, abiertamente y sin temor de quien pudiese escucharles.

—¿Un futuro mal? Una singular elección de palabras.

¿Es que no los creía? ¿Cómo era posible que sospechara de ellos, que se hubiese dado cuenta?

—Mi visión es real —aseguró la maga—. Esto me lo mostró —Extrajo de uno de sus bolsillos la joya que Jorad le había entregado como adelanto por sus servicios—, se llama Ojo de Dragón.

La joven abrió los ojos de manera exagerada durante una milésima de segundo, el tiempo que tardó en disimular su sorpresa.

—Siento haber dudado de tu palabra —Parecía que conociese la gema y, en consecuencia, lo que podía hacer—, pero no puedo acompañaros.

—Si es por la pierna… —empezó a decir Jorad, dispuesto a ofrecer su montura para llevarla.

—No es por mi herida —lo interrumpió.

—Me da igual cual sea el motivo. —Saltó el guerrero, ya cansado de tantas tonterías y deseoso de cumplir de una vez por todas con aquella misión—. Creemos que eres tú de quien hablaba la visión y vendrás con nosotros a Eren Joo; por las buenas o por las malas si es preciso.

No era propio de él comportarse así, pero es que aquella muchacha lo enervaba.

—No puedes hacer eso, Jorad —susurró la maga.

Manyou se había inquietado por la amenaza del guerrero, pero no la joven. Por un momento aquellos inexpresivos ojos zafiro parecieron retarle, como si no le creyera capaz de llevarla por la fuerza hasta Eren Joo. Definitivamente le gustaba mucho más así, expresiva.

—¿Quieres ver que sí? —Estaba respondiendo a la maga, pero aquel mensaje iba dirigido a la muchacha.

Sin esperar un minuto más se bajó del caballo e hizo ademán de cogerla en brazos, y aquella vez hubo más que una sutil expresión en los ojos de la joven: toda ella reaccionó.

—¡Espera! —Se encogió y puso los brazos a modo de escudo—. Solo tengo que ir con vosotros hasta Eren Joo, ¿no es así?

Jorad reprimió una sonrisa.

—Y nos ayudarás a salir de allí.

Sintió las miradas de las dos féminas fijas en él, pero la única que le interesaba era la muchacha de ojos azules y su respuesta.

—Está bien, tienes mi palabra —asintió en voz baja.

—Me basta. Mañana mismo abandonaremos las caravanas —anunció.

Se alejó de allí con ánimo triunfal. Si apretaban el paso llegarían a su destino antes de lo que había previsto aquella misma mañana y eso eran muy buenas noticias.

—¡Jorad! —La maga lo estaba siguiendo—. No pensabas cumplir esa amenaza cuando la hiciste, ¿verdad?

La miró de soslayo.

—Si hubiese sido necesario sí —Esperó a que ella replicara algo, pero la mujer no dijo nada—. ¿Por qué lo preguntas?

—Para saber a qué atenerme —respondió sin cambiar el tono.

—Tu caso es diferente —aseguró.

—Porque soy una maga —recitó—. ¿No crees que te has precipitado al decir que nos marcharíamos mañana? No

sabemos con certeza si tu visión se refería a ella o no. ¿Y si estamos equivocados?

—No hay tiempo que perder —confesó, y luego añadió con tono cortante—. Procura ponerte una túnica que no tenga esos símbolos —Se refería a los de Taj Mahal— cuando estemos cerca de la ciudad. En Eren Joo no se permite la entrada a los magos.

Ella volvió a suspirar. Una acción que hacía casi más a menudo que respirar.

—Me mentiste con lo de la visión al no decirme que ella nos ayudaría a salir de la ciudad.

Le había cambiado de tema a propósito, tal vez porque no tenía ropa sin esos malditos símbolos. O puede que quisiera sonsacarle información de alguna clase. En cualquier caso, si el problema era la vestimenta, estaban rodeados de comerciantes, así que si era necesario él mismo se encargaría de comprarle un traje como era debido.

—Te dije lo que vi. El resto fue deducción mía.

Se hizo el silencio entre ellos, aunque duró poco.

—¿Cómo lograste controlar la joya?

Ese nuevo giro en la conversación lo cogió por sorpresa.

—¿Cómo?

—Ya te dije antes que el Ojo de Dragón solo muestra aquello que más deseas. Para ver lo que tú me has descrito se necesita mucho autocontrol, y tú acabas de demostrarme que pierdes los nervios en seguida.

—Te aseguro que el autocontrol es algo que no me falta —aseguró, muy seguro de sí mismo.

—Puede que esa sea tu opinión, pero con aquella chica lo perdiste al igual que cuando yo utilizo mi magia. ¿De verdad la visión que me has descrito es tuya?

—¿Qué insinúas?

Ella abrió y cerró la boca un par de veces, como a punto de decir algo pero sin llegar a hacerlo. Al final suspiró, negó sus propios pensamientos y respondió con tono calmado.

—Que si fueras mago, serías un perfecto Controlador.

Había cambiado su respuesta, pero él no le preguntó por la original, prefería no saberlo.

Continuaron su marcha en silencio hasta el anochecer, cuando los mercaderes los invitaron a cenar con ellos. La mayoría de los carromatos eran puestos independientes que tras muchos años de viaje juntos habían acabado formando una comunidad. Había un ambiente casi festivo en todo lo que hacían y era casi imposible no sentirse contagiado por la alegría de aquella gente. Tal vez por eso se sorprendió de que la maga estuviese tan seria, sin embargo no podía preguntarle pues habría sido un fallo garrafal. Era mujer, y además maga, ella tendría sus motivos y si le preguntaba seguramente se vería arrastrado a todo un bucle de confusas explicaciones que nada le interesaban.

—Oiga, señod. —Se acercó a él el jefe de las caravanas—. ¿Se ha peleado con su mujercita? —preguntó, pues la maga se había retirado temprano.

Se había formado un coro alrededor de él, sobre todo de niños que les gustaba tocar su armadura y curioseaban todo lo que podían cuando creían que nadie les miraba.

—¡No es mi mujer! —Fue una respuesta reflejo, pero asustó a su coro personal y al buen hombre, que no tenía culpa de que Manyou fuese maga—. Es mi hermana —mintió—, la llevo de vuelta a casa a ver si así se olvida de esa locura de estudiar magia.

Aquella no era la respuesta que su coro de cotillas esperaba y poco a poco empezaron a perder el interés en él.

—Es una buena mujer, señod, muy cariñosa con los niños. Búsquele un buen marido y verá cómo la felicidad la aleja de esas ideas —aseguró, aunque no parecía muy convencido.

—Sí, seguro —dijo tras consumir la bebida que restaba en su vaso de un solo trago.

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