La maga seguía sin comprenderlo.
—Alguno de ustedes podría convertirse en el siguiente herrero.
—Nosotros no tenemos puntos.
La anciana hablaba como si el sistema que trataba de describir fuese el más lógico y natural del mundo, pues para ella debía de ser así, pero Manyou era incapaz de comprenderlo.
—¿Y por qué arriba son todos tan… —iba a decir iguales pero en el último momento cambió sus palabras— de características físicas tan parecidas? —Para ella todos se veían iguales.
—Nadie en su sano juicio se casaría con alguien que tuviese menos puntos que su familia. —Luego los puntos sí que eran algún tipo de sistema económico—. Así que lo normal es que todos aquellos con un número parecido de puntos estén más o menos emparentados.
Aquellas palabras implicaban mucho más de lo que parecía; entre otras cosas enfermedades por el parentesco, pero eso era algo que la maga nunca diría en voz alta. Como que la gente de Eren Joo vivían encima de los verdaderos habitantes de la ciudad: aquel suburbio y sus caras eran la realidad de aquel pueblo.
—Debes salir ya —dijo la anciana de pronto—. Han venido a buscarte.
Por un momento la voz de la mujer cambió tanto que Manyou se preguntó si de verdad aquel sonido había salido de sus labios. Dejó la taza, aún con contenido, sobre una mesita cercana y salió sin decir nada más. No creía que sus caminos fueran a volver a cruzarse, pues de la misma forma que vio el don en ella, también pudo ver que el uso de la magia sin conocimiento la había consumido hasta el punto de no poder vivir sin estar siendo poseída por sus poderes. Seguramente no le leyó la mano por simpatía, sino por necesidad.
En la lejanía distinguió la figura de Jorad con su armadura plateada y no se lo pensó dos veces antes de acercarse a él. A decir verdad casi se alegró de que hubiese ido hasta allí para buscarla. Sin embargo, y aunque la armadura era casi idéntica a la de su compañero, cuando estuvo a unos pocos pasos del hombre descubrió que no se trataba de su conocido, sino de uno de sus muchos iguales.
—Usted debe de ser la señorita Imico. —Se inclinó levemente—. Bueno, debo confesar que Jorad me dijo que se llamaba Manyou aunque cuando investigué su desaparición en la muralla me dijeron ese otro nombre. Dígame, ¿cómo debo llamarla?
No pudo evitar ponerse en guardia ante el desconocido, que había pronunciado su nombre casi bien.
—¿Quién es usted?
—Le ruego que me perdone, no pretendía ser grosero. Es solo que no estoy acostumbrado a tratar con damas. —Sonrió con timidez—. Permítame empezar de nuevo. Mi nombre es Nere, décimo Capitán de las Hojas Doradas —lo dijo con no disimulado orgullo—, aunque no creo que haya oído hablar de nosotros. —Se puso nervioso y empezó a hablar rápido—. Debemos ponernos en marcha ya, o Jorad me matará —dijo.
No estaba segura de que pudiese confiar en él pero aun así lo siguió. En el peor de los casos podría aturdirle o incluso sonsacarle el modo de salir de allí por medio de la magia.
—¿Sabes a qué me dedico, Nere? —Era necesario dejar las cosas claras, por si debía enfrentarse a aquel hombre.
Él la miró un poco sorprendido.
—Bueno, la verdad es que me sorprendí cuando Jorad me dijo que era usted una señorita. —Si era eso lo que le había sorprendido, entonces debía saber que era maga—. No estoy acostumbrado a trabajar con damas, así que si he hecho algo que haya podido ofenderla le ruego que me perdone.
—No has hecho nada para ofenderme, Nere —respondió ella, sin poder evitar una sonrisa.
—¿Se molestaría si volviera a preguntarle su nombre?
Lejos de molestarse, la mujer se sentía casi halagada por el trato tan gentil que estaba recibiendo.
—Es Manyou.
—Significa magia, ¿verdad? Entiendo por qué dio usted el otro nombre en la muralla, pero en mi opinión le sienta mucho mejor el que acaba de decirme.
¡Menudo era! Si la maga no tenía cuidado, aquel hombre acabaría sacándole los colores.
—Dime, Nere —decidió cambiar de tema—, ¿sabes para qué me ha contratado nuestro amigo en común? —No necesitó acelerar el paso para ponerse a su altura, pues era él el que se adaptaba al ritmo de ella.
—¿No se lo ha dicho? —Parecía realmente sorprendido—. Quisiera decir que es un comportamiento impropio de él pero… ¿Ha oído hablar del honor de caballero, señorita…? —dudó sobre cómo debía llamarla.
—Llámame Imi, y no, no sé lo que es.
Él le preguntó por qué Imi y no Imico, a lo que ella le respondió dos cosas: la primera que el nombre correcto era Imi Co, y la segunda que «Co» era el nombre propio de su familia, lo que en otras culturas llamaban apellido.
—Nosotros, los Hojas Doradas, nos regimos por un código de comportamiento, llamado honor de caballero, según el cual juramos lealtad a un rey y solo uno —enfatizó—. El problema es que hace diez años nuestro monarca fue asesinado y sustituido mientras cumplíamos una misión en el extranjero, pero ahora algunos de nosotros creemos poder reinstaurar la antigua y original monarquía, y así enmendar el error que cometimos diez años atrás.
Manyou quedó perpleja. La habían contratado para dar un golpe de estado.
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