John Thackara - Cómo prosperar en la economía sostenible

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Cómo Prosperar en la Economía Sostenible, Diseñar Hoy en el Mundo del Mañana, es una obra indispensable para comprender la relación entre diseño e innovación social en el necesario empeño por construir un futuro sostenible. A partir de toda una vida de viajes en busca de alternativas reales, Thackara describe cómo todas las comunidades del mundo están cambiando hacia una mejor economía a partir de cero. Cada capítulo trata sobre formas creativas para hacer frente a necesidades importantes como la restauración de la tierra, con la que compartimos hogar, agua, alimentos… La lectura de estos ejemplos habla positivamente de una economía sostenible, dejando de lado la obsesión con los aspectos materiales. El libro describe las prácticas sociales, desde las pequeñas cosas a todo lo que nos rodea y nunca reparamos en ello. El crecimiento, en esta nueva economía, significa el cuidado del suelo, biodiversidad, cuencas hidrográficas, para generar una economía más saludable y resistente. Poniendo foco en valores que sostengan la administración y la salud, en lugar de la extracción y la decadencia.

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Energía

En 1971 un geólogo llamado Earl Cook evaluó la cantidad de energía “obtenida del medio ambiente” por distintos sistemas económicos. (12) Cook descubrió que quien vive en una ciudad moderna necesita unos 230.000 kilocalorías diarias para que su cuerpo y su alma sigan unidos. Cifras llamativas si se comparan con las del cazador-recolector de diez mil años atrás que necesitaba unas 5.000 kilocalorías cada día para salir adelante. Esa brecha entre vidas simples y complejas se ha ampliado a un ritmo acelerado desde 1971. Si se tienen en cuenta los sistemas, las redes y los artefactos que forman la vida moderna (coches, aviones, fábricas, edificios, infraestructura, calefacción, refrigeración, iluminación, comida, agua, hospitales, sistemas de información y sus correspondientes gadgets), un neoyorquino o un londinense de hoy “necesitan” sesenta veces más energía y recursos que el cazador-recolector de antaño. Dicho de otro modo: los ciudadanos estadounidenses gastan en la actualidad más energía y recursos físicos en un mes de la que necesitaron nuestros bisabuelos durante toda su vida.

Si pensáramos racionalmente, todo esto nos parecería alarmante, pero no lo hacemos. Simplemente ignoramos el hecho de que todas estas “necesidades” dependen de flujos crecientes de energía barata e intensa. Las creencias nos dicen una cosa, pero las matemáticas y las leyes de la física sugieren todo lo contrario. El crecimiento exponencial de cualquier cosa tangible o del consumo de energía no puede continuar de manera indefinida en un universo finito. Como explica con paciencia Tom Murphy, profesor de física norteamericano, incluso si la tasa futura de crecimiento energético en nuestra economía se redujera a un nivel inferior al actual, seguiríamos multiplicando esas cifras por 10 cada 100 años; en 275 años llegaríamos a 600 veces nuestras cifras actuales de consumo. Sin duda, puede argumentarse que el crecimiento económico no depende del crecimiento de la energía y que podría seguir a ese ritmo hasta el infinito. Pero no es así. El dinero que se multiplica produce siempre impactos físicos en la economía de la Tierra. “La energía es la capacidad para trabajar; es el elemento vital de cualquier actividad”, explica el profesor Murphy. “Pensemos en ello: mantener un crecimiento del PIB de forma indefinida a partir de una dieta fija de energía significaría que cualquier cosa que requiera energía se convierta en una parte cada vez menor del PIB, hasta que alcance un valor insignificante. Pero la comida, el calor y la ropa nunca serán necesidades insignificantes. Hay mucho sitio para las actividades económicas que utilizan menos energía, pero eso no es lo mismo que reducir la intensidad energética a cero”. (13) Es imposible un crecimiento indefinido del PIB. (14)

El mundo no está en riesgo de quedarse sin energía, ni a corto, ni siquiera a medio plazo. En rigor no nos enfrentamos a una crisis de la energía sino a una crisis de la exergía, (15) es decir, nos enfrentamos a la escasez de una energía muy concentrada y fácil de obtener que pueda utilizarse sin problemas para impulsar la actividad económica. En su forma más dinámica, la economía termo-industrial creció gracias a un petróleo que, si no brotaba literalmente del suelo, se extraía sin esfuerzo mediante máquinas movidas igualmente por petróleo. Desde entonces, hemos esquilmado los combustibles de fácil acceso y la extracción de energía se hace más difícil y más cara cada año. Para empeorar las cosas, este mundo hecho por el hombre se ha vuelto mucho más complicado; basta pensar en todas las redes informáticas, los sistemas aéreos y los sofisticados hospitales que para mantener “el sistema” en funcionamiento usan más energía de lo que hubiera sido necesario hace apenas una generación por un servicio más sencillo pero igualmente eficaz para cualquiera de nosotros.

Con el ánimo de saber por donde van los tiros fui al Palacio de Westminster en Londres. Habían invitado a Charles Hall, un profesor de ecología norteamericano, a que diese una conferencia sobre el retorno energético por energía invertida (Energy Return on Energy Invested, EROEI). Según decía, el principio central de esta idea es que se necesita energía para obtener energía, y si ese proceso supone un gran esfuerzo, y por tanto, un coste importante, no se invertirá en ello y no será posible disponer de la energía necesaria que haga funcionar el sistema. El profesor Hall nos mostró cómo a través del tiempo ha variado el número de barriles de petróleo que se obtienen para la actividad economía, por cada barril invertido en la extracción:

1930 1:100
1970 1:25
1990 1:15

Hall señalaba que la mayoría de las soluciones energéticas que se pregonan hoy día, desde las arenas bituminosas en Alberta a los paneles solares en España son inferiores al umbral 1:15 por debajo del cual la inversión nunca es rentable. Y para concluir señalaba que “no se puede tener una economía sin energía. ¡La energía hace que funcione el sistema!”, y recordaba a Tom Murphy cuando añadía que los “combustibles de mala calidad significan un crecimiento de mala calidad”. Nunca olvidaré el silencio que siguió a su exposición. En ese momento, un veterano miembro del Parlamento se puso de pie, agradeció el profesor Hall su “interesante presentación” y añadió, “pero, por supuesto, para un político electo, reducir la riqueza es algo imposible de vender”, y se sentó. A continuación, el profesor Hall, el científico, dijo que él era un hombre de números, que no era un político, y se sentó, también. Finalmente, nos fuimos todos a casa.

Los optimistas de la tecnología creen que la energía renovable propiciada por la innovación nos permitirá seguir como siempre, pero están abocados a una gran decepción. Casi todos los planes para una transición a las energías renovables parten de un error esencial: consideran las “necesidades” energéticas como algo fijo, calculan la cantidad de fuentes de energía renovables necesarias para satisfacerlas, y luego, bueno, todo se olvida. Los optimistas de la energía verde no tienen respuesta para esta incongruencia lógica: se necesitan cantidades astronómicas de combustibles fósiles, y de dinero, para implementar sistemas de energía “verde”: hacen falta 200 kilómetros de cobre para la turbina de un molino de viento, por poner un ejemplo. Habría muchos menos aerogeneradores de los que existen si tuvieran que fabricarse, instalarse y mantenerse gracias a energía exclusivamente eólica. Adaptar los sistemas energéticos a una dimensión que permitiera el funcionamiento de la actual sociedad industrial, haría necesaria una gran inversión de materiales, dinero y esfuerzo organizativo que no sería posible en la crisis que vivimos con su deflación global. Gail Tverberg, actuario y blogger, decía sin rodeos: “Más allá de las matemáticas, de la termodinámica o de la simple lógica, la falta de liquidez para invertir en infraestructuras terminaría con el sistema”. (16)

En comparación con las leyes de las matemáticas, la física y el sentido común, nuestra creencia en una economía de energía intensiva que se expande hasta el infinito en un mundo finito, parece irracional. Aunque una expresión más adecuada sería fuera de control. Muchas personas inteligentes piensan que el crecimiento no parará nunca porque es lo único que han conocido en su vida. Creen en lo inevitable del progreso, porque las cosas siempre han sido así. Creen que deben tomarse decisiones audaces sin tener en cuenta las consecuencias, porque no ha habido consecuencias negativas, o mejor dicho, ninguno las ha experimentado personalmente. Creen que el hombre es un ser especial y que el progreso es imparable, porque ninguna experiencia les ha dado motivos para pensar lo contrario. Estos mitos fundacionales de la edad moderna (la razón, el progreso, el dominio sobre la naturaleza) no son otra cosa que narraciones alimentadas por el petróleo. En la década de los cincuenta, cuando Milton Friedman expuso el pensamiento económico que ha dominado el discurso político hasta hoy, se podía comprar un barril de petróleo por tres dólares y medio.

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