Frances Tustin (1987-1989) se ocupa del carácter en pacientes autistas, y también José Bleger en Simbiosis y ambigüedad alude a la posición glischrocárica (previa a la posición esquizoparanoide de Melanie Klein): “Esta parte inmadura y más primitiva de la personalidad ha quedado segregada del yo más integrado y adaptado, y configura un todo de ciertas características que me han conducido a reconocerlo como el núcleo aglutinado de la personalidad” (p. 83).
Bleger denomina núcleo aglutinado, que en su conceptualización formaría la parte psicótica de la personalidad, como el remanente de la más primitiva organización de la personalidad, anterior a la posición esquizoparanoide.
Cité autores que se han ocupado de resaltar vestigios de las primeras etapas del desarrollo en que predomina la indiferenciación y que según sea las vicisitudes de esos momentos vividos podrían fijarse ciertos rasgos regresivos de tipo autista o confusional. Sería el caso de rasgos de inmadurez con dificultades de discriminación, vacío existencial, etcétera.
Si bien en la postura freudiana, el grueso de la formación del carácter dependerá de los avatares del Edipo, y la constitución del superyó, no se puede dejar de considerar los avatares tempranos, como componentes que marcan el recorrido.
E. Nicolini afirma: “No es necesario insistir en la especificidad e importancia del complejo de castración. Bastará recordar aquí su valor privilegiado en la resignificación de anteriores pérdidas y ofensas perturbadoras del narcisismo. Ellas cobran a menudo así, póstumamente, su eficacia traumática. O adquieren significaciones nuevas. En uno y otro caso se trata de transformaciones que, sabemos, suponen reactualización penosa de aquellas injurias tempranas (pp. 34-35).
Por lo tanto, resumiendo lo anterior, en el carácter cobra importancia el proceso de las identificaciones. Freud plantea que habría una primerísima identificación como la forma más originaria de ligazón afectiva con un objeto (se está refiriendo a una identificación preedípica); en segundo lugar, las identificaciones secundarias que pasan a sustituir una ligazón libidinosa de objeto por vía regresiva, mediante introyección del objeto en el yo (objeto resignado), es decir las identificaciones con los padres. Estas identificaciones van a conformar el superyó como corolario del sepultamiento del Edipo y renuncia al objeto erógeno. El superyó conformado por las identificaciones impone al yo modos de conducta que determinarán su carácter formándose rasgos según las aspiraciones del superyó en su calidad de ideal del yo. Por último, habría otras identificaciones que surgen a raíz de cualquier “comunidad” que llegue a percibirse en una persona que no es objeto de las pulsiones sexuales.
En la conceptualización freudiana, las identificaciones primarias serían el basamento sobre el cual se estructuran las identificaciones secundarias que serán las constituyentes del carácter. En las identificaciones con los padres desempeñará un rol importante el sexo del niño para la constitución de su carácter. Freud menciona una diferencia entre los sexos que marcaría el carácter en el niño y en la niña: en la mujer la envidia del pene, y en el hombre “la revuelta contra su actitud pasiva o femenina hacia otro hombre”.
También a manera de hipótesis, agrego comentarios acerca de la formación de rasgos de carácter más tempranos a la formación del superyó, producto de vivencias traumáticas durante los primeros años de vida.
Vimos cómo el mecanismo de la formación reactiva colabora para la formación del carácter, en la medida en que si hay un predominio de formaciones reactivas, éste tendría características defensivas. Pero la conformación del carácter podría tener otros atributos además de las formaciones reactivas y posibilitar otros tipos de defensas del yo frente a la pulsión. La sublimación sería uno de estos destinos defensivos que contribuirían al carácter.
J. Laplanche, en Sublimación-Problemáticas III (1980), comentando la obra freudiana, afirma que la formación reactiva sería un mecanismo defensivo más preciso y acabado respecto de la sublimación, ya que la formación reactiva se presenta en algunas formaciones caracteriales armadas como “una capa de hormigón” que presenta una lucha con lo pulsional pero que tomaría la energía de la pulsión. En cambio, al referirse a la sublimación señala que sería un mecanismo más ambiguo o paradojal. Este autor crea interrogantes acerca de este concepto y de la energía que se le provee, cuando dice: “…en lo sublimado no permanece ni la meta, ni el objeto, ni tampoco la fuente de la pulsión, de modo que supuestamente deberemos reencontrar la sola “energía sexual”; pero una energía sexual […] también “desexualizada”, descualificada, puesta al servicio de actividades no sexuales” (p. 125).
Al hablar de sublimación, Laplanche alude a una mutación de la meta entre la satisfacción sexual directa y la meta llamada sublimada. Lo esencial en la sublimación sería el cambio de meta. Este autor se interroga sobre cuál sería el camino de esa energía sexual utilizada para otros fines no sexuales. Toma como referencia las “vías de influencia recíprocas” enunciadas por Freud en “Tres ensayos de teoría sexual”.
Efectivamente, Freud plantea que una función para la autoconservación puede ser alterada por la función erógena de esa misma zona, por ejemplo el caso de la boca en los problemas de alimentación, si la zona se erotiza. Este sería el principio en el, que a la inversa, lo erógeno puede transmutarse para otro fin.
Freud concluye diciendo: “Ahora bien, esos mismos caminos por los cuales las perturbaciones sexuales sobre las restantes funciones del cuerpo servirían en el estado de salud a otro importante logro. Por ellos se consumaría la atracción de las fuerzas pulsionales sexuales hacia otras metas, no sexuales; vale decir la sublimación de la sexualidad” (p. 187). En el capítulo III de “El yo y el ello”, cuando se refiere a la identificación conformante del carácter, la denomina una suerte de sublimación. “La trasposición así cumplida de libido de objeto en libido narcisista conlleva manifiestamente una resignación de las metas sexuales, una desexualización y, por tanto, una suerte de sublimación” (p. 32).
Puede suponerse que el punto de contacto entre la identificación y la sublimación es que en ambos procedimientos ocurre una desexualización que hace efectiva la identificación con el objeto que debió ser resignado como objeto erótico y en el caso de la sublimación el alejamiento de lo sexual a un destino no sexual, en un objeto del mundo que sustituye el interés de lo sexual hacia lo no sexual, como un fin en pos de logros aceptados culturalmente. En este movimiento incluiría no sólo cambio de meta: también podría haber un cambio de objeto. Por lo tanto, en el período de la latencia, cuando surgiría el carácter, las mociones pulsionales, en su mayoría son desviadas del uso sexual y aplicadas a otros fines.
En el capítulo II de “Tres Ensayos de teoría sexual”, Freud alude a la cultura que impondría esa desviación de las fuerzas pulsionales sexuales de sus metas y su orientación hacia metas nuevas, y denomina a este proceso, sublimación. El comienzo de esta defensa, coincidiría con la latencia sexual de la infancia (p. 161).
Sabemos que un aspecto del superyó alude a lograr la perfección, a través del ideal del yo, y cómo el ideal del yo es la proyección del narcisismo perdido de la infancia. La sublimación sería un destino posible para lograr ciertos requerimientos del ideal del yo, y así conformar rasgos de carácter.
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