Ann Rodd - El Arca

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Zoey dejó su vida atrás. Debió huir y abandonar a su familia, a sus amigos y todo aquello que alguna vez conoció; un ser maligno e inmortal la persigue para asesinarla y para robar sus poderes, por lo que encontrar las respuestas a los misterios del dije puede ser la única forma de sobrevivir.
A través de leyendas antiguas y de confusas profecías, ella se aventura a un mundo olvidado que puede contarle innumerables historias.
Con la ayuda y con el apoyo de Zack, Zoey deberá superar sus propios límites, desentrañar los secretos del pasado que no debían ver la luz y hallar así la forma de salvarse a sí misma y a su propio mundo.

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Se aproximaron y treparon por el puente, subiendo los escalones de piedra mientras Zack seguía enumerando las cosas raras del año. Pasó por la muerte de Jude y por la faceta de diosa asesina de Zoey, mencionó la aparición de Lucas, la existencia de Peat y la muerte de Adam.

—Y no olvides la explosión, la huida y que estemos aquí dentro —recordó ella, cuando llegaron a la cima del puente. Parecía cruzaba por encima de otro abismo, a otra parte de la misma ciudad.

—Esto es lo más extraño de todo —corroboró él.

El tema de conversación se desvió cuando, luego de recorrer otro tramo en subida, Zoey pidió que descansaran porque en verdad no aguantaba más el hambre que había estado controlando por horas. Todavía era de día, así que se sentaron sobre el polvoriento suelo.

Ella sacó del bolso el único envase con comida elaborada que no había congelado y comió con unos cubiertos que Zack había robado también de un supermercado. Ella pensaba mantener su promesa de devolver el dinero, por lo que no sintió culpa. Si no devolvía la plata, sería porque todos, incluidos los dueños de la tienda, estarían muertos.

Con la comida en la panza, sintió que la energía volvía a ella y que podría continuar caminando por un buen rato más. Estiró los brazos y las piernas y se puso de pie. Curioso, Cranium se acercó para olfatear y luego se alejó cuando percibió los restos de pollo cocido y de arroz.

—Fea, fea, carne muy fea —musitó, estornudando sin parar como si tuviera alergia.

La criatura volvió a alejarse.

—¿Sabes? —dijo Zack, colgándose los bolsos al hombro—. Creo que hasta es divertido el bicho este.

6Medialunas: variación de las croissants francesas. Es muy común en Argentina.

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Capítulo 9

Allí dentro era difícil saber si era de día o de noche. Por fortuna, el reloj de Zack marcaba las 8 pm, debían detenerse. Parecía que la ciudad se terminaba y que el camino de piedra que habían estado siguiendo se hacía cada vez más pequeño, perdiéndose colina arriba, entre rocas y árboles secos. Habían dejado atrás la última casa y Cranium tenía la cabeza entre las raíces de un tronco.

—Creo que deberíamos dormir —dijo Zack—. Al menos, tú deberías. ¿Quieres hacerlo aquí afuera o…? —Se giró para ver la última casa—. ¿Ver si adentro hay buen lugar?

Decidieron regresar hasta la casa más cercana y se metieron por el hueco de la puerta. Dentro, no había nada, salvo por los restos de una mesa de piedra en la primera habitación. La construcción era más pequeña que las del centro de la ciudad, poseía solo un cuarto más, con restos de lo que parecía ser una cama de madera.

—Está destruida —comentó Zoey, entrando después de él—. Mira, se está haciendo polvo.

—Debe tener siglos y siglos de antigüedad. ¿Milenos tal vez? Lo que no entiendo es por qué esos árboles secos tampoco se deshacen —contestó Zack, agachándose para agarrar un trozo de la madera. La hizo trizas con los dedos en un segundo.

Ella no tenía una respuesta para eso, así que solo se limitó a observar por la apertura que era la ventana. Desde allí, se podía apreciar la ciudad que estaban dejando atrás, cruzada por abismos tenebrosos. Se puso en puntas de pie para intentar ver algo más y solo comprobó que, desde donde estaban, ya no se podían ver ni el portal ni el primer puente.

—Si estás muy cansada mañana —dijo Zack, sacando la bolsa de dormir y estirándola lejos de las maderas—, puedo cargarte.

—¿Con todos los bolsos? —contestó ella mientras se alejaba de la ventana.

Se sentó sobre la bolsa de dormir y se comió la mitad del siguiente envase de comida. La milanesa de pollo estaba un poco dura y no le quedó otra que intentar calentarla con el fuego de sus manos. Obviamente, tuvo el cuidado de no poner la llama justo debajo del plástico.

A Zack se le ocurrió cercar el envase con un escudo, junto con la llama, y dejarlo allí por unos minutos. Se rieron ante el improvisado horno mágico que habían inventado entre ambos.

Con eso, la milanesa se ablandó y Zoey pudo comerla mucho mejor.

—Espero que la comida alcance. —Zackary acomodó las cosas dentro del bolso con alimentos mientras ella enfriaba agua y la bebía directamente de la botella—. Tenemos ocho platos envasados, ocho y medio —añadió, señalando lo que Zoey había dejado—. Lo que nos alcanzará para algunos días más. Allí, dependerás solamente de las galletas y de los sándwiches de miga. Siento que compré poco.

Ella contó con la cabeza. Iba a tener que racionar incluso mejor.

—Comeré mitad en cada almuerzo o cena. Por suerte, si guardamos las botellas, podría rellenarlas, ¿no?

Enseguida, él puso mala cara, dividido entre la idea de las botellas —que le parecía genial— y el asunto de dejar de comer —que no le gustaba para nada—.

—Tampoco es para que te mueras de hambre.

—Estamos tratando de sobrevivir, ¿o no? No sabemos cuánto tiempo vamos a estar aquí.

Zack no discutió, guardó lo que sobraba de la cena mientras que Zoey se quitaba la ropa sucia y la hacía a un lado. Cuando ella terminó, él le pasó un paquete con toallas húmedas, de esas que se usan para limpiar a los bebés, para que ella se frotara algunas partes del cuerpo.

Ya un poco más limpia y con nueva ropa interior, Zoey se acomodó dentro de la bolsa de dormir y lamentó no poder cepillarse los dientes. Sabía que no podía malgastar el agua en eso. Además, dudaba que para Zack fuese un problema.

Ella suspiró, mirando el techo de piedra por algunos instantes, y se preguntó quién habría vivido allí. Sin embargo, pronto bajó la vista y se giró porque sintió que Zackary se recostaba a su lado.

—¿En qué piensas? —preguntó el muchacho.

—En la gente que vivió alguna vez aquí —musitó ella—. No puedo evitarlo.

—Yo tampoco, pero supongo que se nos pasará pronto.

Ella se acurrucó, desde dentro de la bolsa de dormir, contra él. Entonces, Zack se giró sobre su costado y pegó su rostro al de Zoey, frente con frente. Se miraron por un minuto entero, con la mente lejos de la ciudad y más centrada en ellos mismos.

Zack se estiró para besarla, y Zoey le correspondió con anhelo. En esos días, apenas si se habían dado cortos besos y ella quería algo más, algo que le entibiara el cuerpo y le reconfortara el alma. Pero, cuando el afecto empezó a ponerse intensó, él se alejó un centímetro.

—Zoey.

—¿Sí? —preguntó ella.

Zack se mojó los labios.

—Quiero decirte algo… —comenzó, un poco dudoso.

Ella esperó, en silencio y sin moverse mientras él buscaba las palabras correctas y cerraba, durante un momento, los ojos.

—Quiero que sepas que… A pesar de todo lo que pasó, yo no me arrepiento de nada —soltó él por fin.

Zoey lo miró en silencio, tratando de entender a qué se refería. Pasados algunos momentos, llegó a la conclusión de que él hablaba sobre aquello que habían mencionado durante la tarde: las cosas raras, las muertes, la maldición y todo lo demás. Y le dolió, porque significaba que él estaba aceptando su propia tragedia, al final de cuentas.

—Zack —empezó la muchacha, pero no sabía qué decir. Llevaban meses juntos, enfrentándose a miles de cosas y preguntándose qué hubiese sucedido si él no estuviera muerto y ella estuviera libre del dije—. Yo no sé…

Él se estiró para darle un corto beso, cortando sus intentos por decir algo.

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