—Ey, Ey —dijo Zack, palmeando el aire—. No te distraigas, cosa…, cosita —añadió cuando obtuvo su atención otra vez—. Nos referimos a una copa. ¿La has visto alguna vez? Es como esas que están allá, de plata, dentro de los baúles. Pero esta tiene que ser especial, podría tener magia, ¿comprendes? Como Lapis Exilis.
El bicho pegó el hocico al suelo.
—No hay nada como Lapis Exilis. Nada, nada.
Zoey suspiró, pero no se rindió.
—¿Parecido? Quizá sea una copa con un poder distinto.
—No, no —insistió la criatura.
Zack giró la cabeza hacia ella y negó, dándole a entender que él consideraba que hablar con el bicho era una pérdida de tiempo.
Probablemente tuvieran que poner otras cosas en juego. Quizá debían preguntar por otras historias sobre ese lugar para obtener pistas. Si los rumores escritos en internet sobre el santo grial apuntaban al Antiguo Fuerte, sin duda era a causa de los templarios y de esa ciudad escondida detrás del portal. Tenían que estar, de algún modo, un poco más cerca.
—Bueno, no importa —aseguró ella—. ¿Qué pasó con la gente de aquí, la que vivía en esta ciudad? ¿Por qué se fueron? ¿Y por qué murieron?
La criatura no dudó en responder.
—¡Guerra! Se olía la guerra, la sangre, los huesos —explicó, acomodándose en el piso—. Muchos huesos.
—Eso nos quedó claro —replicó Zack—. ¿Qué clase de guerra fue? ¿Quién podría atacarlos aquí?
No obtuvieron nada. Lo más seguro era que la criatura no lo supiera.
—De acuerdo. —Zoey se irguió—. ¿Los soldados que vinieron, esos cuyos huesos te comiste, guardaron más cosas en este mundo?
El animalito levantó la cabeza y agitó lo que parecía ser el rabo esquelético. Se puso de pie y caminó alegremente hacia el inicio del puente, más allá del yelmo que había estado olfateando. Zack hizo una mueca y, cuando Zoey se puso de pie, la tomó la mano.
—Allí, allí, allí —señaló el bicho—. Cosas secretas. No se dice nada, no se dice nada.
—¿Dónde?
—En el arca.
Sin comprender, los dos se quedaron en silencio. No pasó mucho más, sin embargo, para que Zack se llevara una mano a la sien e intentara sacar alguna conclusión.
—Un arca… ¿Los templarios guardaron cosas en un arca?
—murmuró. El animal se giró hacia él y movió la cabeza de calavera de arriba abajo—. ¿El arca… de la alianza?
Zoey bufó.
—No entiendo —replicó.
—El arca de la alianza es como una especie de baúl que Dios le mandó construir a Moisés para que guardara cosas allí, como las tablas con los mandamientos y las leyes, si no me equivoco —explicó él—. Lo curioso es que lleva cientos y cientos de años perdida. Nadie sabe dónde está.
—Como el santo grial —apuntó ella.
Él dejó caer la mano y chasqueó los dedos, indicando la certera conexión entre ambas cosas.
—Como el santo grial —añadió Zack—. Todo apunta a que los templarios escondieron la copa aquí. Y pudieron haber escondido el arca también.
—Si es que el bicho no se refiere a otra arca.
—Hay que ver —murmuró él, y se dirigió otra vez a la criatura—. ¿Dónde está el arca?
El extraño animal empezó a caminar por el puente, alejándose unos metros de ellos. Ninguno quiso seguirlo. No sabían qué tanto peso resistía la construcción y, además, no parecía haber más que un vacío aterrador debajo.
—En el reino —explicó el bicho.
—¿No estamos ahí ahora? —consultó Zoey.
—No, reino estar allá, montañas allá. Lejos, lejos —replicó la criatura mientras se sentaba el medio del puente y los observaba.
Los chicos levantaron la mirada. Notaron que se podían apreciar las siluetas de dichas montañas a lo lejos; Zoey era incluso capaz de vislumbrar algún tipo de construcción sobre sus laderas. Pero estaban lejos, lejísimos. Si Zack corría, seguramente tenían posibilidad de llegar ese mismo día. ¿Deberían ir? Era arriesgado, no sabían qué iban a encontrarse y no tenían comida. Cruzar el puente era una cosa, adentrarse en ese mundo sin estar preparados era otra.
—No puedo llevarte hasta allí —murmuró Zack, como si leyera los pensamientos de la chica—. Si queremos hacerlo, tenemos que alistarnos
Zoey lo pensó con cuidado. Repasó los problemas que podía traer regresar hasta Las Grutas, buscar comida, agua y otras cosas para luego volver al Fuerte. Temía que la vieran y que la policía los detuviera.
Se frotó la cara con las manos, tratando de encontrar la mejor solución; luego, se giró y se dirigió hacia las escaleras.
Apresurado, Zack fue tras ella.
—¿Y? —preguntó él.
—Irás tú solo —explicó ella mientras cruzaba el portal—. Podrás moverte mucho más rápido que si te acompaño. Y nadie sospecharía de ti. Puedes comprar un montón de comida, incluso galletitas y lo que encuentres que sea envasado para que dure más tiempo, una bolsa de dormir y cualquier cosa que necesitemos. Yo me quedaré aquí —dijo, ya en el hall—. Te esperaré. Cerraré el portal mientras tanto.
Él tomó aire, pero no dijo nada de primer momento. Trató de evaluar la idea, sabiendo que tenía sus puntos fuertes y sus puntos débiles.
—¿Cómo te avisaré que he vuelto a la cámara? —preguntó Zack.
—La dejaré abierta.
—¿Y si alguien viene?
—¿Puedes poner una ilusión? —consultó ella.
Con esa idea, él pareció ligeramente más cómodo.
—Pero si Peat viene…
—Si Peat viene, no habrá nada que tú puedas hacer tampoco —contestó ella—. En todo caso, lo mejor que puedes hacer ahora mismo es darme un abrazo, un beso y correr —añadió, con un poco de angustia—. Quiero verte de vuelta, ¿sí?
Zack volvió a tomar aire. Le hizo caso: la abrazó fuerte, la besó con intensidad y comenzó a vaciar el bolso de ropa, para poder llevarlo consigo. Cuando eso estuvo listo, Zoey lo acompañó hasta el pasadizo y recibió otro beso y otro abrazo antes de que él pusiera un escudo y una ilusión, por si algún turista o guía llegaba por error.
Se miraron a los ojos una última vez, antes de que él desapareciera por el enrevesado túnel.
Zoey se quedó sola, sintiéndose insegura y preocupada. Nada en ese lugar la hacía sentir cómoda y lo único que podía hacer era regresar hasta el portal y cerrarlo con la falsa idea de que así estaría mejor protegida.
Cuando llegó hasta el arco y las escaleras, se dio cuenta de que el extraño animal había atravesado el portal y estaba hurgando entre sus pertenencias.
—¡Oye! —espetó la chica, envolviéndose en llamas y amedrentándolo—. ¡Sal de ahí!
La criatura se encogió y corrió de regreso a su mundo, donde se dedicó a mirarla con su usual expresión de nada.
—No hay huesos.
—Obvio que no.
—Los soldados me daban huesos —insistió la criatura.
—Pues yo no tengo —replicó Zoey, caminando hacia el portal—. Y ahora, quédate de ese lado. Volveré en unas horas, ¿de acuerdo? Quiero que estés allí. Vas a guiarnos al arca.
La criatura estornudó a modo de respuesta, y Zoey puso los ojos en blanco. Extendió las manos hacia el portal y repitió lo que se acordaba de la profecía.
—Esta es la profecía del reino perdido.
La Ciudad de Césares desapareció y se vio reemplazada por un sólido muro. Realmente cansada, ella se sentó en el suelo y comenzó a sacudir su ropa y a acomodarla, porque sabía que iba a tener un largo tiempo de espera.
Capítulo 8
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