De don Julio, “el sabio Garavito” (1865-1919), que alcanzó gran renombre en vida, debemos recordar que obtuvo su título de bachiller en Filosofía y Letras en el Colegio San Bartolomé y estudió en la Universidad Nacional de Colombia, donde obtuvo los títulos de profesor de matemáticas y de ingeniero civil. Catedrático de la Escuela de Ingeniería y director del Observatorio Astronómico Nacional, fue miembro fundador de la Sociedad Geográfica, Director de Anales de Ingeniería y Presidente de la Sociedad Colombiana de Ingenieros. Además de su importante obra, también dejó escritos sobre economía política y crítica filosófica. Casado con María Luisa Cadena, no tuvo descendencia.
En cuanto a Justino, fue el padre de seis hijos, cuatro ingenieros; Isabel, la menor, se casó con Arturo Ramírez Montúfar (1911-1999), notable ingeniero y matemático, que fue rector de la Universidad Nacional de Colombia y años después, rector de la Escuela Colombiana de Ingeniería Julio Garavito.
También son descendientes de los Garavito Armero, José María Garavito Baraya (n. 1914), fundador del Laboratorio de Ciencias Forenses que lleva su nombre; y el ingeniero Clemente Garavito Baraya (1918-1999), que fue Director del Observatorio Astronómico, fundador y director del Planetario de Bogotá, y presidente de la Sociedad Geográfica de Colombia.
Ahora bien, en el hogar formado por Pedro María Silva Fajardo y María Teresa Garavito Armero nacieron cuatro hijos: Joaquín, Alicia, Luis Felipe —nuestro ilustre biografiado— y Daniel. El mayor fue también ingeniero y profesor en la Universidad Javeriana —su foto aparece junto a la del doctor Luis Felipe en los mosaicos de los Ingenieros Civiles de nuestra Universidad por los años sesenta—; casado con María Amalia Fajardo Páez, fue el padre de Álvaro Silva Fajardo, Ingeniero Civil de la Javeriana, de la promoción de 1969, quien fue secretario, profesor y decano académico de la Facultad.
Por su parte, el doctor Luis Felipe, en 1942, contrajo matrimonio con Magdalena Fajardo Páez, doña Magola —hermana de la esposa de Joaquín, su hermano mayor— y en el hogar que formaron, nacieron cinco hijos, entre ellos Germán y Camilo, ingenieros civiles, graduados en la Universidad Javeriana, el primero de ellos profesor de la Facultad, Presidente de la Sociedad Colombiana de Ingenieros y de la Cámara Colombiana de la Infraestructura.
Como puede verse, el entorno familiar del doctor Luis Felipe estaba estrechamente relacionado con el mundo de la ingeniería y de las ciencias, lo cual explica muchos de sus rasgos. Por ejemplo, según recordaba Germán en una larga conversación que tuvimos, él tenía un ojo extraordinario; de esta forma podía formular al alumno la pregunta más temida: “¿Cómo calculaste esto?”. Sus anotaciones frente a un error manifiesto siempre serían comentadas: “A ver viejito: ¿El agua para dónde baja?”. A juicio de su hijo, que fue también discípulo suyo, la cualidad más importante de su padre fue la generosidad con el conocimiento: lo compartió totalmente, sin reservas. No fue egoísta, enseñaba todo lo que sabía y esta cualidad quedó reflejada en sus libros. En efecto, no eran unas obras teóricas sobre la materia, sino unos verdaderos manuales, para nada complicados, con ábacos y tablas que se utilizaban en la práctica para el diseño. Incluía ejemplos con casos resueltos.
A juicio de su hijo, que fue también discípulo suyo, la cualidad más importante de su padre fue la generosidad con el conocimiento: lo compartió totalmente, sin reservas. No fue egoísta, enseñaba todo lo que sabía y esta cualidad quedó reflejada en sus libros.
Se trataba de explicar claramente cómo se hacían las cosas, la aplicación de las teorías. De esta forma, estaba formando a quienes serían su competencia en el mundo laboral. A propósito, Ingenieros Sanitarios y Estructurales Asociados, I.S.E.A. fue la firma que crearon el doctor Luis Felipe, Joaquín y el hijo de éste, Álvaro, a su regreso de Inglaterra.
Sus clases eran buenas, frente al tablero, con tiza en mano, y uno que otro cigarrillo. ¡Eran otros tiempos! Vestía gabardina y llegaba a la clase, como a todos sus compromisos, con gran puntualidad. Llamaba a lista y cerraba la puerta. Sus clases eran amables, sin intimidación alguna: “iba a enseñar y no a rajar”, subrayaba Germán; y de esa manera hacía que los alumnos se enamoraran, es decir, los motivaba, como lo hace un genuino educador.
Otro rasgo distintivo del doctor Luis Felipe fue su rectitud a toda prueba. Al respecto, Germán me contó una anécdota que tuvo lugar cuando él trabajaba en la oficina de su padre. Resulta que, en una ocasión, el doctor Luis Felipe formuló una pregunta en clase que uno tras otro de sus alumnos no pudieron contestar. Sabiendo que su hijo no había estudiado, porque había estado toda la tarde trabajando en la oficina, también lo pasó al tablero y le hizo la misma pregunta. “No sé, papá”, fue la respuesta de Germán, frente a todos sus compañeros, la cual no sorprendió en absoluto al profesor que, seguramente, debió pronunciar en seguida una muy conocida expresión: “Sentate”. Para él no había excepciones.
Sus clases eran amables, sin intimidación alguna: “iba a enseñar y no a rajar”, subrayaba Germán; y de esa manera hacía que los alumnos se enamoraran, es decir, los motivaba, como lo hace un genuino educador.
Junto a su padre, y bajo su cuidadosa dirección, el hijo aprendió a dibujar. El doctor Luis Felipe era un gran dibujante: templaba las hojas, los pliegos, con cinta colocada en diagonales, y hacía los trazos con lápiz, para pasarlos luego a tinta. La precisión era su norte, milimétrica —no olvidaba los 2 mm del espesor de un empaque— porque “no era chambón”, anotaba Germán. Era riguroso, lo que coloquialmente corresponde a “cositero”; es lo que hoy se plantea como control de calidad. Y esta cualidad la había heredado del ingeniero y profesor Pedro María Silva Fajardo, su padre. Por ejemplo, al trazar una línea, giraba la punta del lápiz, para asegurar que la mina se mantuviera pareja. Como en el caso de Germán, se podía decir que fue el papá quien le enseñó al doctor Luis Felipe a ser ingeniero. Sin duda alguna, el impresionante sentido de responsabilidad, evidente en el doctor Luis Felipe, hizo parte de la herencia recibida de un padre no menos ilustre.
Estudiaba, investigaba, rayaba y hacía anotaciones, complementaba. Sus huellas quedaron en los libros que pasaban por sus manos. Él mismo corrigió, de puño y letra, unos apartes de la aritmética de Bruño, texto clásico en el que hoy podemos apreciar sus anotaciones; y en una pequeña pasta de argollas consignó sus apuntes, también manuscritos, para la clase de Geometría analítica. Debemos recordar que el doctor Luis Felipe fue el autor de libros ampliamente utilizados para la enseñanza de acueductos y alcantarillados y de purificación de aguas.
En el 2003, cuando inauguramos la Sala Museo Jaime Cabrera Tejada en nuestra Facultad de Ingeniería, exhibimos varios documentos y objetos que habían pertenecido al doctor Luis Felipe. En el discurso que leí en aquella ocasión, 26 de mayo, hice un elogio de cinco ingenieros colombianos, Francisco José de Caldas, Jaime Cabrera Tejada, Alfredo D. Bateman, el doctor Luis Felipe y Julio Garavito. Dije en aquella ocasión lo siguiente: “Desconozco si la habilidad que demostró con el teodolito y otros instrumentos de ingeniería la alcanzó también con el uso del sable que recibió como subteniente del Ejército Nacional”.
En todo caso, “el sable de Luis Felipe”, recuerdan hijos y sobrinos, garantía de seguridad en el hogar, era evocado al menor ruido detectado. Pero fue en otro campo, en el fotográfico, donde dejó pruebas inequívocas de su habilidad. Las impresiones que hoy podemos apreciar, tomadas con una cámara Rolleiflex, así lo demuestran. Otro instrumento que debió llamar su atención a temprana edad fue la pianola que pertenecía a la familia. El doctor Luis Felipe debió oír con frecuencia decir al ilustre tío, “Tócate la patética”, y a renglón seguido escuchar los acordes de la célebre y no menos sentida sonata de Beethoven que fascinó a Julio Garavito.
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