Lucas Margarit - Utopías inglesas del siglo XVIII

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Utopías inglesas del siglo XVIII: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro reúne una serie de escritos utópicos traducidos por primera vez al español. Con diez introducciones que comentan los aspectos más relevantes de los textos, y un minucioso trabajo de notas, los investigadores y traductores que colaboran en este libro indagan sobre las transformaciones en las imágenes y en las narraciones que marcaron el género utópico en obras de Daniel Defoe, Thomas Spence y Horatio Walpole, entre otros, y que operan bajo la influencia de las ideas filosóficas de la Ilustración.
Si bien uno de los aspectos más sobresalientes del género utópico es la búsqueda de la plena felicidad de las sociedades imaginadas, la variedad de perspectivas que presentan estos textos nos remonta a la curiosidad y a la imaginación de la época como motor de la especulación social y de la crítica cultural y política. Los relatos de viajes conforman una red múltiple donde las voces comienzan a entrelazarse para mostrar al lector las diferentes facetas que atraviesan la historia, el sistema político, las creencias y la experimentación en un mundo que pareciera tomar la forma de un discurso más compacto e inteligible en términos de una ratio secularizada.

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Si la tarea que me propongo resulta exitosa, entonces, en mi próximo viaje procedería a hacer un reporte de sus vías de navegación más admirables y de los misterios de las matemáticas chinas, las que superan con creces todo otro invento moderno, son algo realmente difícil de concebir. Para realizar ese trabajo deberé recorrer los 365 volúmenes de la obra de Augro-machi-lanquaro-zi, el más antiguo matemático en toda China, y luego efectuar una descripción de la flota de 10.000 barcos, construida y solventada por el emperador Tangro XV. En efecto, habiéndose este enterado de la llegada del diluvio universal, hizo alistar estos navíos en cada una de las ciudades y pueblos de sus dominios. Los barcos tenían un tamaño proporcional a la cantidad de habitantes en cada lugar.(21) Cuando llegó el diluvio, se subieron a los barcos todas las personas y las pertenencias que estimaban que debían salvarse, junto con provisiones para 120 días. El resto de los bienes fueron dispuestos en inmensas vasijas de arcilla selladas en su parte superior para preservarlas del agua. Los barcos, en vez que de sogas, estaban provistos de 600 brazas de cadenas, las que se fijaban con gran ingenio a la tierra para que cada barco resistiera los embates del diluvio justo encima de la ciudad de proveniencia. De ese modo, cuando las aguas bajaron, la gente no tenía otra cosa que hacer que abrir las compuertas que estaban en los flancos de los navíos y salir, reparar sus casas, abrir las enormes vasijas con sus bienes y, de ese modo, volver a su statu quo.

Probablemente pueda obtener un boceto de un barco como estos en la corte del actual emperador, ya que el mismo ha sobrevivido desde entonces y, constantemente reparado, se halla anclado en un gran lago que se encuentra a unas cien millas de Tonkín. Toda la población de ese lugar se salvó y, según sus cómputos, el número de sobrevivientes ascendió a un millón y medio de personas.

Estas cosas resultarían muy útiles por estas partes del mundo y, para hacer menguar el orgullo y la arrogancia de nuestros modernos hacedores de grandes empresas, autores de extraños relatos de países extranjeros y de ocurrencias filosóficas, y asuntos similares, si es que el tiempo y la ocasión me lo permiten, haré saber cuán infinitamente retrasados estamos en relación con estas refinadas naciones, tanto en desarrollos mecánicos como en las artes.

Además, al tratar estos temas, se hará necesario que hable de la más noble invención, que es un artefacto que recomiendo a todos los que necesiten tener buena memoria, y que bosquejaré, si es que tengo la oportunidad de verlo, para que pueda ser construido en los laboratorios de nuestra Royal Society. Opera del modo más extraordinario, una parte de la máquina le proporciona al hombre de negocios un modo extrañísimo de llevar sus papeles: si es un comerciante, podrá escribir sus cartas con una manos y copiarlas con la otra; si es un tenedor de libros, con una mano podrá llenar la columna “Deudor” y con la otra la que reza “Acreedor”; si es abogado escribirá sus escritos con una mano y con la otra pasará el secatinta. La otra parte del artefacto, provee un método de escritura o transcripción veloz hasta tal punto que supera la rapidez de habla de cualquier persona. Puede transcribirse lo que se escucha, por ejemplo, si un predicador hablara ante su auditorio teniendo la máquina ante sí, ésta registraría todo lo dicho en ese mismo momento, y volcaría con tal exactitud renglones y preceptos que no sería necesario hacer ningún control.

Me han dicho que en algunos lugares de China han alcanzado tal perfección de conocimiento que se entienden a través del pensamiento; encontrarán que este un asunto resulta ser un excelente modo de preservar la sociedad de los hombres de todo tipo de fraude, engaño, estafa y miles de inventos europeos por el estilo, que en este campo superan los de esas naciones. Confieso que no he tenido tiempo de visitar aún esos sitios, ya que asuntos imprevistos me han desviado de ahí e implicaron otros recorridos en los que he hecho nuevos descubrimientos, los que me han ocasionado gran placer y se han demostrado verdaderamente útiles. Ni bien tenga la oportunidad de visitar esos lugares, brindaré a mis compatriotas un relato acabado de lo visto que, llegado el momento, llevaré a nuestra nación, célebre por mejorar lo que otros descubren, para adquirir más sabiduría que la de los pueblos paganos; espero –sin embargo– que los haga también la mitad de honestos.

No he pasado más que unos pocos meses en ese país, pero mi búsqueda de los prodigios del conocimiento humano que ahí abundan me llevó a frecuentar a sus principales artistas, ingenieros y hombres de letras; todos los días me sorprendía enterarme de algún descubrimiento nuevo del que jamás había oído hablar. He mejorado, sin embargo, mi conocimiento superficial de sus saberes comunes, a partir de lo conversado con el encargado de la biblioteca de Tonkín, quien me autorizó a consultar la enorme colección de libros que el emperador de ese país ha atesorado. Hacer para ustedes un catálogo de los mismos hubiese sido una tarea interminable y ellos no permiten que los extranjeros tomen nota de nada, deben llevarse consigo únicamente lo que su memoria puede retener. Entre los maravillosos volúmenes de los saberes antiguos y modernos de esa vasta colección solo pude observar algunos, además de los mencionados anteriormente; más adelante volveré con ulteriores detalles sobre el tema. Hubiese sido totalmente innecesaria la transcripción de los caracteres chinos o bien la conversión a nuestro alfabeto, porque las palabras no serían inteligibles, además de ser muy difíciles de pronunciar; por ende, para evitar palabras incomprensibles o jeroglíficos, traduciré lo que esté a mi alcance y lo mejor que pueda.

La primera clase de libros a la que accedí refería la constitución del imperio, se trata de gruesos volúmenes como el de nuestra Magna Charta y están dotados de un artefacto que permite desplazarlos, para colocarlos luego en un marco: al girar una tuerca las hojas se abren y se pliegan según lo desee el lector. Se prevé la muerte inmediata de aquel bibliotecario que impida que los súbditos más prominentes de China vayan y consulten esos libros; en efecto, hay una máxima que reza que todas las personas deben conocer las leyes por las que están regidas; entre todos los habitantes de ese país no hallamos ningún loco al que los emperadores parezcan arbitrarios, ellos gozan de la más grande autoridad y siempre observan con extrema exactitud los Pacta Conventa (22) de su gobierno: a partir de la observancia de estos principios no es posible hallar en toda su historia ni tiranía en los príncipes ni rebelión en los súbditos.

Los primeros volúmenes contienen comentarios antiguos sobre la constitución del imperio, escritos mucho tiempo antes de lo que nosotros consideramos el comienzo del mundo; uno de los que llamó especialmente mi atención tiene un título parecido a De cómo se comprueba que el derecho natural es superior al poder temporal . Los autores antiguos probaban, entonces, que los emperadores chinos estaban naturalmente predestinados para dirigir al pueblo y para otorgar poder de gobierno a las personas más dignas que podían encontrar; el autor también proveía una historia exacta de 2000 emperadores, separados en 35 o 36 ramas hasta que terminaba una línea sucesoria y una asamblea de nobles, ciudades y pueblos nombraba a una nueva familia para que los gobernara. Ese libro sería considerado herético por los políticos europeos y nuestros sabios autores que desde hace tiempo refutaron esa doctrina y probaron ajustadamente que reyes y emperadores descienden del cielo ya con la corona sobre sus cabezas y que todos sus súbditos han nacido con la silla de montar sobre sus espaldas. Ni me molesté en leerlo, pero consulté los excelentes tratados de Sir Robert Filmer,(23) el Dr. Hammond L…,(24) S…l y otros, quienes han desarrollado tan sabiamente la útil doctrina de la obediencia pasiva,(25) el derecho divino, etc., que deberían ser blasfemados por la multitud y despreciados por la población, y tomar sobre sí la responsabilidad de preguntarles a sus superiores por la sangre de Algernon Sidney(26) y Argyle.(27) En mi opinión, la doctrina de la obediencia pasiva, etc., entre los hombres es como el sistema copernicano del movimiento terráqueo entre los filósofos: aunque contrario a todo el conocimiento anterior y carente de demostración al respecto, sin embargo lo aceptan porque les brinda una mejor resolución y un acercamiento más racional a muchos fenómenos de la naturaleza de lo que hacía la teoría anterior. Así, los hombres modernos aprueban el esquema de gobierno no porque sea racional y mucho menos por lo demostrado, sino porque a través de ese método pueden explicar –y defender– más fácilmente que antes toda coerción en los casos que resulten un agravio al derecho natural.

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