Vanessa Torres Ortiz - Crimen dormido

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Cintia es una joven periodista del periódico local de Campero. Se interesa por las noticias relacionadas con desapariciones y asesinatos. Precisamente es ahí donde se entrega en cuerpo y alma, para resolver un antiguo crimen que le toca muy de cerca: su hermano, quien, al parecer, perdió la vida en un accidente de moto; sin embargo, ella no está tan segura de que fuese un accidente.

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Cogió el camino hacia la redacción donde trabajaba; ese era uno de esos días que llevaba aguardando impacientemente. Rosa, una muchacha que, por motivos personales, tuvo que abandonar su puesto de trabajo para marcharse a otra ciudad, había dejado libre el artículo en el que estaba trabajando y Cintia deseaba con todas sus fuerzas que su atractivo y joven jefe le diera el trabajo a ella. Se trataba del artículo sobre un asesinato que había sucedido hacía ya unos años en la misma ciudad donde residía, Campero. Hallaron el cadáver de una chica de unos veinte años en el bosque, torturada, apuñalada y finalmente degollada. Después de varios meses de investigación, archivaron el caso por falta de pruebas, quedando así el responsable en libertad. Por aquel entonces, la gente de la zona, los vecinos, rumoreaban que el asesino podía ser su propio novio, pero, al no encontrarse pruebas contundentes, quedó libre. A ella siempre le había gustado trabajar en artículos relacionados con asesinatos, desapariciones y temas semejantes, pero en esta ocasión sus ganas de retomar ella ese trabajo no eran solo por eso: pensaba y estaba completamente convencida de que ese caso estaba de alguna manera relacionado con la muerte de su hermano mayor, Jaime.

Abrió la puerta de la sala de reuniones con tal ímpetu que todos los allí presentes se quedaron completamente en silencio, contemplándola fijamente; entonces sintió verdadera vergüenza y se apresuró a sentarse en su silla habitual.

—¡Buenos días, Cintia! Íbamos a comenzar ya sin usted. —La voz de Justo, su jefe de redacción, sonó fuerte y firme por toda la sala.

—Siento mucho llegar tarde. No he conseguido dormir bien esta noche y no he oído el despertador.

Los ojos de Justo permanecieron unos pocos segundos penetrando en los de Cintia mientras ella sentía que una minúscula gota de baba luchaba por salir de su boca atravesando la comisura de sus labios.

—Bueno —continuó el jefe sin más contemplaciones—, comencemos entonces. El motivo de esta reunión, en primer lugar, es comunicaros que en breve nos veremos obligados a tener un cambio de director en el periódico. Nuestro actual director, el señor Sánchez, dimitió ayer tarde, pero no os preocupéis: mañana mismo tendremos aquí al nuevo director, el señor Gómez, Alberto Gómez.

Se miraron los periodistas allí presentes unos a otros, más que con cara de sorpresa, con la sensación de importarles bien poco el cambio de director del periódico. El que hubo hasta entonces la mayoría ni tan siquiera lo conocía y tampoco había hecho acto de presencia casi nunca; ninguno pronunció una palabra ni hizo ninguna pregunta al respecto. Justo parecía que también había notado la indiferencia sobre la noticia en los ojos de las personas allí presentes, por lo que tampoco quiso alargar más el asunto y pasó directamente al siguiente punto de la reunión:

—A continuación, pasamos a la siguiente cuestión. —Alzó un folio donde parecía tener algo escrito y lo leyó para sí. Volvió a levantar la vista y continuó hablando—. Como bien sabéis ya todos, nuestra compañera Rosa ha tenido que marcharse de la ciudad y ha dejado sin acabar el artículo en el que se encontraba trabajando. Debido a la importancia que tiene este, le pasaré la batuta a otra persona que creo que puede estar cualificada para continuar.

Cintia era un mar de nervios en ese momento tan especial para ella. Rogaba para sus adentros que la eligiera y hasta parecía dar pequeños saltos en la silla en espera de que continuara hablando. Su amigo Juanra, el mismo que esa mañana la había despertado telefónicamente, se encontraba sentado a su lado; al sentir el temblor de las piernas de Cintia, le agarró fuertemente la mano y se acercó a su oído para susurrarle: «Tranquila, seguro que es para ti». Ella le agradeció esas palabras con una dulce pero nerviosa sonrisa. Justo echó la última mirada a sus periodistas y, entonces, por fin dijo:

—Daniel Estridente.

Ni siquiera el olor a café que inundaba aquella cafetería donde Juanra la había llevado esa tarde a la salida del trabajo y tampoco ese rico aroma que siempre la envolvía en un mundo de relajación conseguían levantarle el ánimo y sobre todo ahuyentar ese gran enfado que tenía:

—¡No puedo creer que ese cretino, estúpido e ignorante de Daniel vaya a continuar con el artículo!

—Vamos, Cintia —intentó tranquilizarla Juanra mientras le acariciaba la mano derecha suavemente—, sé que querías continuar tú con el trabajo de Rosa, pero tampoco creo que sea para tanto: hay muchos más artículos que estoy seguro de que también te interesan tanto como ese.

—Juanra, es que… —Cintia se quedó callada, pero deseosa contarle a su amigo lo que de verdad pensaba de todo aquello. No estaba segura de revelarle sus verdaderos pensamientos, aunque él era su mejor amigo, en él confiaba ciegamente; en definitiva, ¿quién mejor que élpara sincerarse?—. Verás, voy a contarte algo, pero me gustaría que no comentases nada de esto, son solo pensamientos míos. ¿De acuerdo?

—¡Cintia, sabes de sobra que puedes confiar en mí para cualquier cosa! ¡Soy una tumba!

—Está bien. —Dio un fuerte suspiro y comenzó a hablar con la mirada perdida entre sus manos—. Conoces de sobra la historia de mi hermano; me refiero a su accidente. —Levantó la mirada hasta encontrarse con los ojos verdes de Juanra clavados en ella—. Jaime, junto con su moto nueva, cayó por el barranco de la ciudad y así acabó con su vida. Solo dos días después, Jenny apareció muerta cerca del barranco. Mi hermano era una persona muy reservada, pero yo era para él como su diario: confiaba en mí para todo y se sinceraba conmigo muy a menudo. Llevaba unos meses saliendo con una chica: se conocieron una noche de fiesta en un pub, pero no lo sabía nadie excepto yo, claro.

—Pero ¿a dónde quieres llegar contándome esto?

—Juanra, la chica con la que estaba saliendo mi hermano era ella, Jenny, ¡la chica asesinada, joder!

Él se quedó boquiabierto: ignoraba totalmente esa información.

—Entonces ¿crees que ambas muertes pueden estar relacionadas y por eso deseabas ser tú la que acabara el trabajo?

—¡Claro, Juanra! ¿No te parece mucha casualidad que asesinaran a Jenny solo dos días después de morir mi hermano?

—La verdad es que tiene su intriga… —Se echó hacia atrás hasta apoyar su espalda en el respaldo de la silla de aquella cafetería—. Pero, entonces, ¿quieres decir que la muerte de tu hermano no fue un accidente?

—En efecto, siempre he pensado que alguien había… no sé, manipulado la moto o algo, pero hay algo más. Jenny, a la vez que salía con Jaime, también tenía novio formal, un tal Francisco. ¿Y sabes qué más?

—¡¿Qué?! —Juanra no cabía en su cuerpo a la espera de que su amiga concluyera con esa historia.

—Que ese tal Francisco trabajaba en la policía, creo que era detective. No sé, a lo mejor estoy un poco paranoica, pero todo esto me huele muy mal y, como comprenderás, tratándose de mi hermano, es algo que no puedo dejar así y te prometo que no descansaré hasta averiguarlo.

El agua recorría cada milímetro de su piel: agua templada, casi fría, era la mejor opción para un día caluroso de verano. Aun así, no podía dejar de pensar en la conversación de la cafetería con Juanra y una ira maligna era testigo de ello al recordar a su compañero Daniel; pero Cintia no se iba a quedar con los brazos cruzados: ese tema la reconcomía por dentro, estaba convencida de que había algo oculto en todo esto y ella iba a sacarlo a relucir. Acabó con la ducha y se dirigió directamente a su dormitorio donde su pijama de rayas blancas y rosas la esperaba impaciente, pero no quería dormir todavía: sentía la necesidad de mantener su cerebro activo, inmerso en sus pensamientos.

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