1 ...6 7 8 10 11 12 ...23 —Más tarde os explicaré todo a los cinco —dijo Eulalia—. Ahora, encárgate del proyector.
—Tendré que pedirlo prestado. Pero no te preocupes; déjame hacer unas llamadas.
Jesús salió y dejó a Tomás y Eulalia a solas. Ella desprecintó un nuevo paquete de cigarrillos, encendió uno y, entornando los ojos con aire reflexivo, escogió de la carpeta azul un telegrama que examinó a la luz como quien busca un billete falso. «ÉXITO — CALVARIO POSITIVO — PUDO VERSE CRUCIFIXIÓN N.S. EN FECHA 3 ABRIL DEL 33 d. C. — EXPIRÓ A LAS 18:50 HORA LOCAL».
—¿Qué te preocupa?
—Todo. Que esta historia quizá sea demasiado buena.
—Si es un fraude lo han hecho a conciencia. Pero no creo que lo sea. Tengo ese pálpito.
La causa del pálpito se la calló, aunque ella probablemente ya la habría adivinado. Después, Tomás miró otra vez de reojo la fotografía del Crucificado y volvió a sentir un escalofrío. Si era un engaño, habían sabido despertar su interés. Eso estaba claro.
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—¡Es un fraude!
El contundente pronunciamiento cayó como un jarro de agua fría sobre el grupo. Desde que Eulalia había por fin desvelado a todos los miembros de la redacción el contenido de los documentos, todos se habían arremolinado alrededor de la mesa en la que estos se encontraban. Un ambiente de excitación general al que solo Mateo, el más veterano, había permanecido ajeno, mesándose la barba blanca con aspecto pensativo mientras examinaba la fotografía del Proyecto Cronovisor. Ahora, se había hecho el silencio y todos lo miraban aguardando una aclaración.
—Un fraude como una casa —repitió—. Siento aguaros la fiesta, pero no me cabe ninguna duda.
Tomás frunció el ceño. Sabía muy bien que Mateo no era de los que opinaban a la ligera.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Porque esta foto es de un crucifijo.
—¿Quieres decir... una imagen? ¿Una escultura?
—Así es. Y además, lo conozco. Se encuentra en una iglesia cerca de Madrid.
Mateo posó la fotografía sobre la mesa. Rápidamente, los demás se inclinaron sobre ella para examinarla a una nueva luz.
—Claro —asintió Fermín—; en realidad, en una foto oscura y de mala calidad como esta, un crucifijo podría perfectamente dar el pego.
—Especialmente este crucifijo —corroboró Mateo—. Yo lo he visto de cerca y es muy realista.
—Parad el carro, colegas —intervino Jesús—. Antes de opinar, habrá que ver la película.
—Probablemente sean solo algunas imágenes sueltas, borrosas y desenfocadas, pero lo bastante intrigantes como para que piquemos —reflexionó Fermín—. Las utilizarán para generar expectación y después venderán la gran exclusiva de la película completa por un pastizal.
—Como la autopsia de Roswell —añadió Juanma, refiriéndose a la célebre filmación de una supuesta autopsia a un extraterrestre y que había hecho furor en los años noventa.
—¡Ya ves! Un muñeco de látex, cinco minutos de película y se forraron. Todo es cuestión de montárselo bien —concluyó Fermín—: tratar el papel para conseguir un efecto envejecido en los documentos, conseguir película virgen auténtica de la época, inventarse una buena historia… Esta del Proyecto Cronovisor no está nada mal; hay que reconocerlo.
Un aire de resignación flotó en el ambiente. Solo Tomás parecía no conformarse, según notó Eulalia observándolo de reojo. Había cogido la foto de la mesa y reexaminaba con obstinación el retrato tenebroso y casi aberrante de Jesús.
—¿Según tú, esta foto es de un crucifijo? —dijo por fin, dirigiéndose a Mateo—. ¡Pues menudo crucifijo! ¿Dónde está, en el museo de los horrores? ¿Quién iba a poner algo así en una iglesia?
Mateó esbozó una sonrisa satisfecha, como si estuviera esperando ese comentario.
—A eso mismo debe su fama en ciertos círculos. Se encuentra en una iglesia dejada de la mano de Dios. De ahí que el gran público no lo conozca. Pero en el mundillo ocultista goza de alguna notoriedad. Circulan todo tipo de rumores: que en realidad es una imagen del diablo, que está maldita, que su autor murió aplastado cuando el crucifijo le cayó encima, que existen grupos satánicos que le rinden culto... En cualquier caso, es inconfundible. Si no te fías, puedes comprobarlo tú mismo. Parroquia de San Lázaro, en el Sabinar de la Sierra; a menos de una hora de Madrid.
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Ahora, Tomás estaba seguro: le habían tendido una trampa y la prueba se encontraba frente a él. No sabía de qué administración dependía aquella carretera sinuosa y llena de baches, pero tres cruces consecutivos que parecían señalizados por una cuadrilla de ineptos no podían ser casualidad. Se trataba, en toda regla, de una emboscada gubernamental.
Tras prometerse que no pagaría impuestos nunca más, volvió a examinar la encrucijada y los indicadores. Ninguno señalaba la dirección al Sabinar de la Sierra. A nadie parecía importarle un bledo aquel pueblo situado en el quinto pino; suponiendo que existiese, cosa que ya empezaba a dudar.
Suspiró, lamentando no llevar un GPS en la moto. Pero había llegado hasta allí dejándose orientar por su instinto y continuaría del mismo modo. Tomó la dirección norte, o eso le pareció, y prosiguió la ruta esquivando los baches. Después de abandonar la autopista hacía media hora, las carreteras habían ido empeorando progresivamente hasta convertirse en la estrecha cinta de asfalto sin pintar en la que se encontraba ahora.
Después de unos cinco kilómetros de curvas empezó a iniciar un fuerte ascenso. A medida que subía, un precipicio del que solo lo separaban algunos mojones de piedra colocados aquí y allá fue abriéndose al lado derecho del camino.
Dejó que la vieja Kawasaki Zephyr trepase plácidamente por la cuesta sin retorcer en exceso el acelerador. La pintura negra metalizada del depósito brilló bajo los primeros rayos de sol que conseguían abrirse paso entre las nubes. Aunque solo era la primavera asomando tímidamente. En realidad, quedaba aún mucha nieve en las cumbres, por lo que se alegró de haberse gastado el dinero en una buena chaqueta de cordura capaz de cortar el aire frío de la sierra del Guadarrama.
Sin embargo, pronto se olvidó de la temperatura. La soledad de aquellos parajes, en los que durante los últimos kilómetros no se había cruzado con ningún tráfico, lo invitaba a pensar. Y mientras la carretera se contorneaba cada vez más, su mente comenzó a repasar los extraños acontecimientos de las últimas horas.
El Proyecto Cronovisor. ¡Qué increíble y fascinante, y qué sospechoso también! ¿A qué se debía que aquellos documentos, de ser auténticos, hubiesen ido a parar precisamente a sus manos? La historia de Nicolás Late, el genio que tras retratar a Jesús con su máquina había acabado suicidándose, ¿no era demasiado buena para ser cierta, como había insinuado Eulalia? Quizá sí; pero su intuición se empeñaba en decirle lo contrario. El escalofrío que había sentido aquella noche al ver la imagen del Crucificado había sido real, tanto que le recorría de nuevo el espinazo solo de recordarla. Tal vez por ello, a pesar de la convicción con que Mateo había despachado la fotografía como un fraude, él necesitaba comprobarlo por sí mismo. Si resultaba que Mateo tenía razón, olvidaría el asunto del Proyecto Cronovisor y los pensamientos inquietantes que habían comenzado a asaltar su mente. Si no...
Decidió parar al borde del camino para despejarse y sacó la petaca del bolsillo. Aunque un positivo en alcoholemia le costaría el carnet de conducir y quizá algo más, no era probable que en aquella carretera se encontrase con un control, así que decidió correr el riesgo. Sentado sobre una roca, trató de relajarse y de disfrutar del paisaje montañoso, su preferido desde que era niño. A sus pies, al fondo del puerto y a lo largo de un estrecho valle entre laderas empinadas, se extendía un humeante manto de niebla. Sintió el poder mágico de la tierra emanando como un campo de fuerza acumulado en la masa gigantesca de las montañas. Bebió otro trago y, por el momento, guardó la petaca.
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