Lo relevante de un proceso electoral, y de este en particular, no es (tanto) quién gane las elecciones, sino cómo funcionará el sistema político, particularmente cómo gobernará el presidente electo. ¿Seguirá manteniendo el statu quo para que nada cambie profundamente? ¿O quien lidere el próximo gobierno finalmente hará los acuerdos necesarios para que haya políticas de Estado a largo plazo?
La Argentina necesita un plan de estabilización para salir de la actual crisis económica –que es muy profunda–: debemos controlar la inflación y, paralelamente, lanzar un programa ambicioso y bien calibrado de reformas estructurales. Quien asuma el 10 de diciembre la próxima presidencia se va a encontrar con un contexto complejísimo en el plano económico y financiero. Al mismo tiempo, deberá lidiar con una deuda interna enorme en materia de pobreza y marginalidad.
Para esto, será imprescindible que los principales líderes convoquen a un diálogo entre las distintas fuerzas políticas con el fin no solo de salir de la grieta que divide a la sociedad –y que no contribuye en nada a que podamos salir de la decadencia y de la desintegración del entramado social–, sino para que, de una vez por todas, haya políticas de Estado.
Los deseos de consenso y diálogo son bienvenidos, pero deben dejar de ser palabras para convertirse en hechos reales. Es imprescindible fijar objetivos de mediano y largo plazo con instrumentos adecuados para que mejore el funcionamiento del sistema democrático argentino.
De esto dependerá, entre otras cosas, que en lo que queda de este siglo el país no siga hundido en la decadencia que arrastra desde hace mucho tiempo. Debemos aprovechar esta coyuntura histórica para consensuar una nueva matriz de funcionamiento de la política que nos permita aprovechar el enorme potencial de desarrollo que sin duda tiene el país.
1
La democracia al rescate: voto popular, legitimidad, capital político, esperanza
En este capítulo analizaremos algo bastante singular en los regímenes democráticos: el mero hecho de votar, de concurrir a las urnas, produce un efecto muy particular en los ciudadanos que es renovar la esperanza y construir legitimidad de origen.
Al reproducirse el momento crítico de la democracia, que es la selección del liderazgo mediante el voto popular, crece en los representados la sensación de que sus demandas van a ser escuchadas. Esta idea constituye un principio básico y se sostiene en la confianza de que aquellos a los que se les delegan los recursos van a entender más claramente cuáles son las prioridades y van a utilizar sus capacidades, instrumentos e ideas para responder a ellas.
En general, todo eso no sucede. Sin embargo, a pesar de la experiencia empírica, la democracia conserva esa magia, ese efecto casi único, de mantener la ilusión. Y así, sin importar cuántas veces uno se haya decepcionado, espera concurrir nuevamente a las urnas con la esperanza de que en esta ocasión será escuchado.
Las elecciones de este 2019 ofrecen de nuevo esa oportunidad: que la democracia salga al rescate de la Argentina. Y de esta forma, mediante el voto popular, ungir a un nuevo gobierno con plena legitimidad.
Aquí es necesario referirse a dos conceptos: la legitimidad de origen y la legitimidad de ejercicio. La primera es la condición a la que acceden ciertas personas por el solo hecho de haber sido elegidas de acuerdo con un conjunto de reglas. Se llega a través del proceso electoral por el cual el pueblo, que es el soberano, elige a sus representantes y les delega su poder. Ese poder es intangible y le otorga al representante un stock de capital político que se expresa en la confianza y la influencia que el gobernante ostentará durante su mandato.
Para algunos, este capital es estático. Es decir, no merma, ni aumenta a lo largo de la gestión. En cambio, hay quienes lo consideran dinámico, es decir, que puede reproducirse o perderse según el contexto y de acuerdo con cómo sea invertido. Lo que determinará esa variación es la capacidad de los representantes para satisfacer, al menos parcialmente, las demandas de la sociedad.
Cuando esto ocurre, es decir, cuando un gobierno utiliza su capital político y los recursos públicos para responder a las exigencias de la ciudadanía, se da lugar a otro intangible: la legitimidad de ejercicio. Es otra fuerza vital e invisible de la democracia que tiene el efecto de regenerar el capital surgido del voto popular.
Existen, de todas formas, regímenes con legitimidad de ejercicio, pero que carecen de legitimidad de origen. Esto sucede cuando el mandato no es delegado por el resultado de una elección. Sin embargo, la legitimidad de ejercicio, que surge de la capacidad de dar respuestas a los reclamos de la ciudadanía, les permite mantenerse en el poder.
En un país como la Argentina, que arrastra una larga historia de inestabilidad, esta facultad del sistema democrático para generar esperanza y reproducir la sensación de que las demandas serán escuchadas es fundamental.
Pasadas más de tres décadas desde el retorno a la democracia, muchos han sido los logros; por ejemplo, la estabilidad institucional, el establecimiento de los derechos humanos como principio fundamental del orden democrático, la superación de conflictos limítrofes en el marco de la integración regional y la implementación de nuevos programas sociales focalizados en aliviar la extrema pobreza. Sin embargo, las asignaturas pendientes son enormes, pues la política es casi siempre parte del problema y casi nunca parte de la solución.
En efecto, hemos acumulado fracasos muy significativos, materializados en síntomas de problemas profundos y estructurales del sistema político local: dos hiperinflaciones, un megadefault, expropiaciones masivas y controversiales, fragmentación del sistema político, fuerte polarización social, un nivel de desigualdad incompatible con una sociedad moderna y democrática, y una insólita pasividad ante el avance de la amenaza de gobernabilidad más grave que enfrenta la Argentina en muchísimo tiempo: el fenómeno del narcotráfico.
A pesar de este balance negativo, de ninguna forma el país está condenado a la decadencia, aunque su éxito requerirá múltiples esfuerzos. Los destinos de los pueblos no están predeterminados, sino que son consecuencia de decisiones estratégicas tomadas en el contexto de coyunturas críticas.
Hasta ahora ningún gobierno ha logrado sacar al país de su largo declive, pero quizá por el pasado doloroso de los regímenes de facto , así como por la ausencia de actores autoritarios, la democracia sigue representando ese único camino de salvación. Aquel que genera, a través del voto popular, una nueva ola de esperanza.
En este capítulo vamos a trabajar cuatro puntos que nos permitirán entender el modo en que el sistema democrático se estructura para conservar esa capacidad de renovar periódicamente esta ilusión. El primero intentará responder para qué sirven las elecciones; en segundo lugar, analizaremos las condiciones necesarias para construir legitimidad de origen y de qué modo puede transformarse en legitimidad de ejercicio; luego, profundizaremos el concepto de capital político y la importancia de los acuerdos para la gobernabilidad; finalmente, veremos cómo opera la esperanza de la ciudadanía dentro del proceso democrático.
Las elecciones sirven para construir y distribuir poder
Los procesos electorales sirven para elegir autoridades dentro de un sistema democrático. Sin embargo, esa no es su única función. Mediante el voto popular la sociedad también tiene la posibilidad de expresar sus matices. De esta forma, se plasman las diferencias que la ciudadanía personifica en los distintos actores políticos.
Читать дальше