Su abuelo no lo dejó hablar y continuó con la conversación:
–No, prefiero que siga concentrado en su música, los negocios son cosa mía, de camino necesito que le eche un ojo a este trasto de Fran –dijo tocando el pelo de su nieto pequeño.
–Yo también salgo esta tarde para Córdoba –le comentó mi padre–. Mañana operan a mi hermano del corazón y no me queda más remedio que ir a acompañarlo. Me voy, pero con la intranquilidad de dejarlos a ellos solos, yo no tengo quien vigile a mis dos “trastos”, como usted dice.
Ellos sonrieron, pues no era más que una broma; de pronto Fran, que por el contrario, le pareció una idea excelente, se le encendió una bombilla:
–Abuelo ¿por qué no les dejas quedarse en casa? Marisa puede atendernos de sobra a los cuatro y así todos estaremos vigilados.
Mi padre se echó a reír pareciéndole absurda la idea. Pero Alex y yo nos miramos, pensando a la vez que era nuestra oportunidad de estar juntos unos últimos días.
Él entró en la conversación enseguida, aunque con aire de importarle poco, metió las manos en sus bolsillos y le dijo a mi padre:
–No se crea, no es tan mala la idea, habitaciones hay de sobra en la casa y si mi hermano tiene algo que hacer, seguro que me dejará en paz y podré terminar de prepararme para la gira.
Su abuelo lo miró y sorprendentemente le dio la razón:
–No es un mal razonamiento, si Fran no está rondando detrás de su hermano seguro que en esta última semana termina de ponerse al día y estando su hija aquí estos dos personajes no se meterán en demasiados líos.
Mi hermano y Fran chocaron sus manos, como dando por hecho aquello, Alex y yo no podíamos ocultar nuestras sonrisas, aún sin querer mirarnos apenas.
Mi padre me miró y me dijo:
–Sé que a tu hermano le parece genial, pero, ¿y a ti?
Hice un gesto con mis hombros, como diciendo me da igual y le contesté:
–¡Allá ellos! Yo, si me quedo voy a estar todo el día tumbada en la piscina.
El viejo contestó rápido:
–¡Entonces ya está! Me quedo mucho más tranquilo sabiendo que Alejandro no tendrá ningún tipo de interrupciones.
Cruzamos nuestras miradas, solo nos faltó ponernos a saltar, aunque creo que mentalmente lo estábamos haciendo.
Mi padre se marchó después de comer camino a Córdoba, a mi hermano y a mí nos dejó en la puerta del chalet antes de irse, sin dejar de avisarnos una y otra vez la que nos podía caer si metíamos la pata en algo.
Nada más entrar, Fran nos recibió; los dos estaban locos de contentos, fueron directos al dormitorio del muchacho, querían dormir en la misma habitación, aunque por los planes que tenían, dormir iban a dormir poco.
Marisa me llevó hasta el que iba a ser mi dormitorio, yo no podía nada más que pensar en cuál sería la habitación de Alex. Su música seguía sonando sin parar, Marisa se dio cuenta que yo intentaba adivinar de dónde procedía aquella melodía; ella, pensando que me molestaba me dijo:
–No te preocupes, terminas acostumbrándote.
–No, si no me molesta, como nunca he estado en esta parte de la casa me preguntaba en qué habitación tocaba Alejandro, para no interrumpir.
–Bueno, seguro que en cuanto te acerques a ella lo notarás, pero es la del fondo. Intenta no molestarlo, nadie entra en ella durante sus ensayos.
Asentí con la cabeza, y con mi pequeño bolso de viaje aún entre mis manos, la sonreí, esperando que creyese en mi carita de niña buena y saliese del cuarto confiando que no iba a molestar a nadie. Pero ella no había terminado de llegar a la escalera cuando yo ya estaba en la puerta de Alex, directamente entré sin llamar; me quedé inmóvil al verlo tocar, la pieza me era conocida, aunque que nadie me preguntara su nombre, porque no iba a saber contestarle. ¡¿Qué queréis?! Yo estudiaba medicina, había pasado muy por encima lo de la música, a mí me aprobaban en el colegio por llevar la flauta, poco más.
Era increíble escucharlo, él estaba totalmente concentrado, era la primera vez que le veía tocar, ahora comprendía lo de sus horas de gimnasio, era una fuerza brutal la que utilizaba, todo su cuerpo era armonía, me quedé alucinada, la música resonaba dentro de esa habitación de una manera sorprendente, me envolvía por completo y por primera vez su música me llegó al corazón, tanto como él ya lo estaba.
Cuando acabó la pieza aplaudí intensamente llevada por la emoción.
Él se volvió al escucharme, me miró. Pensé que le había sentado mal que entrara y lo interrumpiera, entonces le pregunté con verdadera cara de angustia:
–¿Te molesto?, ¿me marcho?
Sonrió y me ofreció su mano. Yo corrí a su encuentro emocionada, me senté en su regazo, abrazándolo con fuerza, y seguidamente terminé de derretirme al escucharle decirme:
–¡Hola preciosa, me encanta que hayas venido!
No hizo falta nada más que mirarnos para encendernos el uno al otro. Nos besamos con ternura durante un momento, enseguida quise disculparme de nuevo por mi entrometimiento:
–¡No te enfades conmigo, ya me voy, prometo no molestarte más en tus sesiones! Pero tenía muchas ganas de verte tocar, llevo escuchándote desde que tenía diez años y no lo había hecho nunca.
–No me he enfadado, solo me he quedado inmóvil al verte, porque me parece que eres lo más bonito que he visto nunca. –Me besó de nuevo–. ¿Sabes? Pienso que tenemos que aprovechar hasta el último instante que tenemos para estar juntos, no quiero desperdiciar ni un segundo más aquí sentado en vez de estar contigo.
Me dio un sabroso beso. Yo, sin poder parar de sonreír, le contesté:
–¡Sí claro, para que tu abuelo me mate en cuanto se entere que por mi culpa te has estado distrayendo!
–¡Pues que nos mate juntos, así no nos podremos volver a separar!
Sonreí, me volví hacia su piano e intenté hacerlo sonar tocando algunas teclas.
–¿Me vas a enseñar alguna vez a tocar? Tiene que ser muy bonito saber hacerlo.
Él cogió mis manos acariciándolas, su voz sonó tan cerca de mi oído que tuve que cerrar los ojos al sentir cómo succionaba el lóbulo de mi oreja con su boca.
–¿De verdad quieres perder el tiempo en esto?
Con mis ojos aún cerrados mientras sentía sus labios paseándose por mi cuello, le pregunté:
–¿Y has pensado qué otra cosa quieres hacer?
Sin dejar de besarme, volvió a subir sus labios hasta mi oído y me musitó con esa maravillosa voz que me volvía loca:
–Quiero hacerte el amor.
El corazón me dio un vuelco, así en frío y recién llegada no me esperaba esa petición, abrí los ojos y lo miré.
–¡Alex!
Retiró el pelo de mi cara y me dijo:
–Pelirroja, te juro que no me lo puedo quitar de la cabeza, no pienso en otra cosa, ni siquiera puedo concentrarme en la música, todos estos días juntos y tú no has querido, siempre había algo que te parecía mal. ¡Pues bien, si no es por mí, ahora tenemos la oportunidad y una buena cama a nuestra disposición, nadie nos molestará!
Agaché la cabeza un poco avergonzada por su petición.
–Es que…
Buscó mi boca y me besó.
–Es que nada, sé sincera ¿quieres o no?
–Alex claro que quiero estar contigo y sabes de sobra que tú no eres la razón de que me lo haya pensado tanto, pero esperaba un momento romántico, algo más especial para nuestra primera vez.
Acarició mi cara y me dijo:
–Es por aquella mala experiencia que me contaste, ¿verdad?
Asentí al escucharlo e intenté explicarle, muy por encima, el porqué de mi comportamiento.
–Fui una boba, me lo habían magnificado tanto que en la primera ocasión que surgió lo hice, sin pensar dónde ni con quién. Fue algo muy decepcionante y me sentí muy mal durante mucho tiempo por haber sido una inconsciente, además elegí al peor de los candidatos, le faltó publicarlo en los periódicos. Me da un poco de miedo pensar que algo parecido pueda volver a pasar.
Читать дальше