Según los entendidos, era todo un erudito y se estaba haciendo un importante nombre en la música clásica, aunque yo no había escuchado hablar nunca de él fuera de aquel recinto (desde luego, el tipo de música que tocaba no era para la verbena del pueblo). Eso, y que mis gustos musicales eran bastante diferentes a lo que él practicaba, hacían que me abstuviese de opinar. Aunque, sin querer reconocérselo a los demás, después de tantos años escuchándolo tocar, al final me había acostumbrado y este era en el único sitio donde íbamos a trabajar que yo no me ponía los auriculares para oír mi música, sino que escuchaba la que él emitía y, excepto cuando tocaba aquellas piezas chirriantes, había aprendido a relajarme con ella. Como tiempo atrás, ese verano no había sido nada excepcional en lo referente a nuestros encuentros, no había conseguido hablar con él y apenas lo había visto; solo algunas veces pude alegrarme la vista, aunque a lo lejos, cuando se asomaba al balcón de su cuarto, ¡pero juro que merecía la pena! Madre mía, ¡cómo estaba el muchacho! Ya desde niños siempre me había gustado, pero como era cuatro o cinco años mayor, además de ser muy serio y distante, nunca habíamos sido demasiado allegados, y como apenas lo conocía, pensaba que, si además era de carácter parecido a su abuelo, suponía que él creería que yo no merecía la pena,
“solo era la hija de su jardinero ” (Dios, otra vez esas dichosas novelas). Por el contrario, a mí, pensar en ese motivo (y de nuevo gracia a las últimas leídas), hacía que me subiese la temperatura varios grados por encima de la media, por eso me aseguraba que los lunes mis vaqueros fuesen los más cortos y estrechos posibles. Sonrío para mis adentros al recordarlo, y es que me gustaba de verdad; su casi metro noventa, con un cuerpo de infarto y un pelo que rozaba el negro, confirmaba que aquel verano yo había decidido, sin lugar a duda, que era mi hombre ideal. Solo me faltaba una cosa para estar totalmente convencida, corroborar el color de sus ojos; no lo recordaba con exactitud, aunque estaba segura que eran claros y eso lo hacía perfecto para mí. De pronto, la voz de mi padre me sacó del trance de mis calenturientos pensamientos con mi amor platónico.
–¡Vamos, manos a la obra! Si nos damos prisa podréis iros a la playa en cuanto terminemos.
Él se fue directo a arreglar los setos de jazmines que rodeaban la finca, mi hermano a la piscina, acompañado de Fran, que en cuantos nos vio llegar, vino hacia nosotros para ayudar a bajar los arreos de jardinería y así poder entretenerse un rato. Yo me dirigí a arreglar las macetas del porche, tenía bastante buena mano con las plantas, por eso mi padre decía que llegaría a ser una buena doctora, puesto que, si tenía sensibilidad para unos seres tan delicados como las flores, podría tenerla para los humanos.
Me di cuenta que se me habían acabado las bolsas de basura y entré en la casa buscando a la Señora Rivera. Aquella adorable mujer era la encargada de atender a la familia.
–Marisa, ¿está usted en casa?
–Sí hija, pasa, estoy en la cocina.
–¡Hola! Se me han terminado las bolsas de basura, ¿podría usted dejarme una?
–Sí cielo –abrió un par de cajones y sin mirarme se lamentó–, pero aquí no me quedan –Con esa dulce mirada que la caracterizaba se dirigió de nuevo hacia mí–. Mira, están en el armario grande que están en la despensa, ¿puedes bajar tú y subir otro paquete para dejarlo aquí?
–¡Claro, enseguida se las traigo!
Bajé las escaleras hasta el sótano, antes de entrar en la habitación que utilizaban como despensa había un gran salón donde mi hermano y Fran jugaban habitualmente a los videos juegos o escuchaban música; me quedé mirando unas fotografías que estaban colgadas en la pared, en varias de ellas había un hombre tocando al piano; eran ya algo antiguas, por eso no podía ser mi pianista de arriba, que afortunadamente nos había dado unos minutos de descanso. Continué mirando todas aquellas viejas reliquias, pensando en el parecido que había con los chicos (sin duda debía ser un familiar, quizás fuese su padre). De pronto una voz me asustó:
–¡Aquí no hay ninguna planta para cuidar!
Di un salto y me volví en dirección a quién me hablaba. Era el mayor de los hermanos, “¡¡mi Alex!!”. Estaba de pie en el quicio de la puerta mirándome, y yo solo podía pensar “¡¡Ole tú!!”, pero él no podía sospechar ni por un momento mis pensamientos, así que toda digna me puse en mi papel:
–¡Joder, qué susto me has dado! No estaba haciendo nada malo, solo miraba las fotos –alcé mi barbilla demostrando que yo también podía ser arrogante. ¿Qué se habría creído?, ¿qué había bajado a robar? – ¡Solo he bajado por unas bolsas para la basura, Marisa me ha dado permiso para cogerlas! –Sonrió, me di cuenta que solamente era un juego. Y si él tenía ganas de jugar, yo era buenísima en eso. Él abrió la puerta de la despensa y sacó un paquete, extendió su mano ofreciéndomelas, me acerqué para cogerlas y al hacerlo rocé intencionadamente mis dedos con los suyos, lo miré desafiante y le dije:
–Quiero más.
Con una sonrisa en sus labios, que parecía tatuársele por momentos, me preguntó casi en un susurro:
–¿Más de qué?
Cambié por completo mi expresión y el tono de voz, entonces le contesté:
– ¡Más bolsas! Marisa me dijo que subiese un paquete para ella.
Se borró esa expresión pícara de su cara y volvió a entrar, sacó otro paquete. Cuando me las ofreció fue él quien atrapó mis dedos con los suyos. Se acercó a mí y me dijo en voz baja:
–¡Verdes! –Lo miré sin entender bien a que se refería, al ver la interrogación en mi cara, continuó diciéndome–: Tus ojos, son verdes. Me preguntaba de qué color serían.
No hice el mínimo intento por separarme, quise dármelas de lista y le contesté:
–Los tuyos son azules, yo también me lo había preguntado.
“ Quien juega con fuego, termina quemándose ”. Así que sin esperarlo y sujeta como seguía teniendo mi mano, me atrajo hasta él y me dio ese beso en los labios con el que tanto había soñado. Tierno, dulce y… caliente; muy, muy caliente. Fue entonces cuando todo mi cuerpo tembló, como si un cable de alta tensión me hubiera recorrido entera.
¡Me quedé muerta! ¡Era la primera vez que hablaba conmigo a solas en años y me había zampado aquel besazo en toda la boca! Empezaba a reaccionar, cuando él, sin separarse de mis labios me dijo:
–Estaba deseando conocer tu sabor.
¡¿Pero qué acababa de hacer?! Con la inmadurez de los veintiún años, me las había querido dar de mujer de mundo, y me “ salió el tiro por la culata ”. Sin poder remediarlo y colorada como un tomate, cogí los paquetes de bolsas y salí corriendo del sótano.
Subí de nuevo hasta el jardín y me puse a trabajar como si la vida me fuese en ello. No habían pasado ni diez minutos cuando vi a Alex llegar hasta la piscina; yo me hacía la interesante, no quería mirarlo, pero cuando se quitó la camiseta para lanzarse al agua tuve que sujetarme la mandíbula para que la boca no se me quedase abierta; sabía que estaba bueno, pero de esa guisa era la expresión gráfica del ¡“Madre mía”!
Hizo unos cuantos largos, salió del agua, cogió una toalla y se dirigió de nuevo hacia mí. Yo escuchaba cómo los latidos de mi corazón, que parecían ir a toda revolución, sonaban directamente dentro de mis oídos. No quería levantar la cabeza de la maceta que estaba arreglando, intentando ignorarlo por completo, pero cuando sentí que se paró justo a mi espalda, hasta la respiración se me detuvo.
–Has cambiado mucho, te veo bastante diferente, así como…muy crecidita.
Читать дальше