C. Martínez Ubero - Mis suspiros llevan tu nombre

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Mis suspiros llevan tu nombre: краткое содержание, описание и аннотация

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En el mismo corazón de la Costa del Sol, la joven estudiante de medicina Isabel Aguirre tiene su despertar al amor con una quimera prácticamente inalcanzable para ella. Pero la vida se encargó de enseñarle que nada es de color rosa y que su ingenuidad no puede llevarle nada más que por callejones sin salida. Así que decide ponerse el mundo por montera y como compañero de viaje escoge al
mejor maestro para el amor que una mujer hubiese podido elegir. Él llega a mostrarle caminos que hasta entonces estaban totalmente prohibidos para ella. Es entonces cuando comprende que esa es su vida y sólo ella la decide. Nada, ni nadie, van a estar nunca por encima de sus decisiones.

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–¡Espera, espera un momento! Tengo que avisar a mis amigas, si no creerán que me han secuestrado. –Por señas les indiqué que salía fuera, ellas apenas me prestaron atención, estaban más pendientes de la mesa de los chicos que de mí. Pero mi hermano se dio cuenta y con su dedo pulgar levantado me indicó que todo estaba bien.

Salimos hacia la calle, él seguía llevándome de la mano. Sentía la suya caliente y suave, tenía unas manos muy cuidadas, sus dedos eran largos y finos pero fuertes. Anduvimos unos metros en silencio y al llegar hasta el muro que separa la playa del paseo dio un salto entrando en la arena.

–¡Ven! – Dijo de nuevo, ofreciéndome su mano para que yo hiciera lo mismo.

–¡Estás loco! llevo mis zapatos nuevos.

–¡Pues quítatelos! No sé cómo podéis andar con esos tacones, ¿qué miden quince, dieciocho centímetros?

–¡Otro como mi padre! pero bueno ¿acaso os lo tenéis que poner vosotros para molestaros tanto que yo los lleve? ¡Además con esta minifalda no puedo levantar las piernas sin que se me vea todo!

Ni corto ni perezoso desde el otro lado del pequeño muro que nos separaba, me cogió en brazos y me llevó junto a él. Yo lancé un grito y comencé a reír.

Me tenía aún entre sus brazos sin dejarme en la arena, cuando acercó sus labios a los míos y me besó de nuevo, me dejó de pie, yo no podía apartar mis ojos de los suyos fue su dulce voz la que me sacó del trance:

–Quítate los zapatos, se te van a estropear.

Obedecí de nuevo como una boba sin rechistar, sus besos parecían tener narcóticos para mí, me dejaban totalmente drogada. Me los quité y sin que él soltase mi mano comenzamos a caminar hacia la orilla. La noche invitaba a ese paseo, la luz eléctrica era muy suave, solo la de la luna nos acompañaba reflejada en el mar tranquilo, y solamente el ruido de las olas en la orilla rompía aquel silencio. Él no hablaba y por primera vez yo no sabía qué decir, así que me aventuré a sacar un tema de conversación:

–Me ha sorprendido mucho verte, no pensé que vendrías, como no has dado señales de vida en toda la semana.

–No tenía tú número.

¡Escueto, pero sincero! Pues era verdad, jamás nos dimos los números, como volvió a guardar silencio le dije de nuevo:

–También se lo podías haber pedido a tu hermano, ¿no te parece?

–Odio los teléfonos, normalmente no son nada más que para dar malas noticias, apenas uso el mío, siempre que puedo lo dejo en casa.

¡Bueno, parecía que no había modo de sacar conversación! Así que de nuevo volví a intentarlo:

–Lo que me ha sorprendido en serio ha sido verte en la discoteca esta noche.

–Ni creo que vuelvas a verme más.

Suspiré, qué “cortito” era el pobre, “al ataque otra vez”.

–¿Por qué? ¿Acaso no te gusta nada más que tu música?

Él sonrió.

–No, me gustan muchos estilos, pero si mi abuelo se entera que he estado en un sitio cerrado con la música a ese volumen me mata, puede ser fatal para mis oídos.

Si hubiese sido otro ya lo habría mandado a hacer puñetas, pero me gustaba en serio y comprendía que no todo el mundo era tan charlatán como yo, así que le eché ganas de nuevo e intenté mantener viva aquel intento de conversación, y continué preguntándole:

–¿Acaso tienes problema de oído, ¿cómo el Mozart ese?

Él sonrió de nuevo.

–No, del oído estoy bien, pero tantos decibelios en un sitio tan pequeño pueden afectar seriamente al sistema auditivo, tú como futura doctora deberías saberlo mejor que nadie, –se volvió y me dio un beso en los labios–. Y no era Mozart quien perdió el oído, fue Beethoven. Vamos a sentarnos

¡Bueno, yo sabía que uno de ellos era! Pero mejor cerraba mi boca y no metía más la pata.

No me hacía ninguna gracia manchar mi vestido con la arena, pero tampoco quería parecerle una ñoña protestando por todo, así que me senté. Él estaba guapísimo aquella noche, nunca lo había tenido así, solo para mí. Llevaba una camisa negra, que le sentaba de “muerte”, me daba algo de vergüenza mirar un poquito más abajo, pero sus vaqueros se ceñían justo donde debían y no podía evitar que los ojos se me fuesen detrás.

Me senté bastante erguida mientras él se recostó en la arena, no sabía de qué hablar sin volver a parecer una inculta, miraba hacia el mar, supongo que intentando hacerme la interesante (después de lo “del Mozart” más valía estarse calladita), pero él seguía en su tónica y no hablaba, solamente me miraba. Me incomodaba tanto sentirme observada que mi cabeza rodaba a mil por hora para intentar hablar de algo o me volvería loca, así que de nuevo me lancé al vacío:

–Este año, sino llega a ser por que escuchaba tu música, diría que ni habías venido, vendes muy cara tu presencia.

Se tumbó en la arena, colocó los brazos detrás de su cabeza y mirando hacia el cielo me contestó:

–Tengo que estar muy concentrado, pronto volveremos a Los Ángeles. Estoy a punto de firmar unos importantísimos contratos, si todo sale bien en unas semanas comenzaré una gira por Norteamérica. En esta profesión tienes que demostrar que eres el mejor para llegar a algo, aquí no valen los segundos puestos, o eres el primero o todo este esfuerzo no sirve para nada.

–¡En unas semanas! ¿Y vuelves para mucho tiempo?

–No lo sé, todo depende de cómo marchen por allí las cosas; mi abuelo está convencido que todo irá bien, pero yo no estoy tan seguro.

–No me lo puedo creer ¿de verdad es eso lo que tú deseas hacer?

Me miró sorprendido.

–¿A qué te refieres?

–Te llevo viendo trabajar tanto durante años y no sé, por tu tono de voz al decirme lo de la gira, en vez de saltar de alegría como haría yo, estás aquí contándomelo como si no tuviese la mayor importancia. Perdóname si me paso de lista, pero no me pareces emocionado con la idea, por eso me preguntaba si tú deseas de verdad irte dejándolo todo aquí y empezar tan lejos desde cero, según dice tu hermano ya tienes un nombre dentro de la música clásica en Europa.

Dio un fuerte suspiro.

–Supongo que sí, qué esa ha sido siempre la meta. Pero, a decir verdad, ni siquiera me había dado la oportunidad de planteármelo, mi abuelo toma estas decisiones por mí desde hace años y creo que se lo debo.

Por su tono de voz adiviné que no quería seguir hablando. Volví mi cara mirando hacia el mar, queriendo dar por zanjado el tema.

Él cogió uno de mis mechones de pelo entre sus dedos y me dijo:

–Me hipnotiza su color; desde que eras pequeña me encantaba verte enredando entre las flores, me gustaba ver cómo brillaba tu pelo bajo el sol, las pelirrojas me gustan, pero a ti este color te queda genial.

Yo misma cogí uno de mis mechones y me miré el pelo. Ese mismo pelo que en ocasiones me había dado tantos malos ratos en el colegio, donde me habían puesto motes de toda la variedad de frutas y verduras conocidas con tonos naranjas, sin olvidar las distintas especies de animales, que un poco más mayor y debido a mi altura iban creando las “desarrolladas” imaginaciones de mis compañeros; y ahora me confesaba que a él le había gustado desde siempre. Lo miré sonriendo mientras él seguía sosteniéndolo entre sus dedos.

–¿De verdad te habías fijado antes en mí?

No lo dudó, me contestó enseguida:

–¡Claro, siempre me has parecido una niña preciosa!

–¡Pero yo ya no soy ninguna niña, yo…

Él me agarró desde la nuca, arrastró con suavidad mi cuerpo hasta la arena y me atrajo hasta su boca.

–Entonces demuéstramelo. Hasta ahora solo he besado yo, todavía no me has devuelto ninguno de los besos que te he dado y me muero porque lo hagas.

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