Como se ve, la noción de intencionalidad es sumamente analógica, pues abarca varios campos, se dice de muchas maneras, y conjunta lo cognoscitivo, lo volitivo y lo ontológico. Deseamos conocer para amar y, en definitiva, para existir, para subsistir. Incluso después de la muerte, como muchos pensadores han visto al amor, que perdura más allá de ella.
Aquí tenemos que hacer intervenir una antropología filosófica analógica, pues se han dado muchas unívocas y equívocas, que distorsionan a la persona. De hecho, el estudio filosófico de la persona se da en la antropología filosófica. Ésta ha tenido representantes unívocos, como, en el lado de la filosofía analítica, a Ernst Tugendhat, el cual hace una antropología cientificista, biologicista, centrada en el estudio de la base orgánica del hombre o en las conductas de los animales, como los primates.17 Eso es desconocer que tenemos cultura. Pero otros han hecho una antropología filosófica demasiado culturalista, como la de Clifford Geertz, que se va a los productos culturales del hombre, como si no tuviéramos una base biológica.18 Hay que unir, analógicamente, ambas perspectivas, y lograr una antropología filosófica que conjunte biología y cultura, en el límite.
Y ya que en la analogía predomina la diferencia, hasta podemos decir que en el hombre predomina la cultura sobre la biología, lo simbólico sobre lo biológico, por eso Cassirer lo definió como animal simbólico. Y Luis Cencillo como animal hermenéutico. Ese predominio de lo cultural o simbólico se ve en que alguien puede amar mucho a un hijo adoptivo, a diferencia de los que no aman a su hijo biológico. Así San José pudo aceptar al niño Jesús para cuidarlo, y estoy seguro de que éste lo quería como a un padre de verdad.
Pero tampoco podemos desconocer lo biológico. A pesar de eso, el malestar en la sociedad no es sólo biológico, es también cultural, y tal vez más esto último, porque en las culturas, como lo hizo ver Ricoeur, lo principal son los símbolos.19 Cuando Freud habla del malestar en la cultura, se centra en el problema sexual, pero habría que ir más allá, a la falta de simbolicidad en la sociedad, pues estamos en un tiempo de símbolos caídos.
La persona vive de los símbolos, es el alimento que su psiquismo le pide, más allá del alimento y el medicamento biológicos. No en balde se ha hablado del símbolo como un fármaco. Es el alimento del espíritu, como se ve en la vida religiosa.
Fuentes de sentido han sido el arte y la religión. Nietzsche lo buscaba en el arte, sobre todo en la música, desdeñando la religión. Pero en la actualidad, filósofos clarividentes, como Habermas, se preocupan porque muchas sociedades han perdido esa fuente de sentido que es la religión y no encuentran con qué suplirla satisfactoriamente, pues lo han querido hacer con el hedonismo que lleva al consumismo, pero tal parece que el solo placer no es suficiente.20 El hombre necesita la dimensión religiosa, al menos estar abierto a ella.
Aspecto sociológico o comunitario
Ya que la persona es un ser en relación, podemos darnos cuenta de que se vincula con las cosas, pero, sobre todo con las personas. Con las cosas puede conectarse para disfrutarlas; por ejemplo, en su belleza estética, tanto natural como artística, pero también para poseerlas, en la acumulación que promueve el capitalismo. Sin embargo, se vincula en especial con las personas, y eso a varios niveles.
Puede vincularse con ellas en el estar en sociedad, lo que Heidegger llamó el ser-con, pero que tuvo que desarrollarlo un discípulo suyo, Karl Löwith.21 Este tipo de relación hace surgir la ética, la política y el derecho. Es la vida en sociedad, donde se despliega un personalismo comunitario, que veremos al trasluz del concepto de analogía.
En ese nivel las personas se relacionan para el trabajo, y para un aspecto del amor que es la solidaridad, o amistad social. No en balde ya desde Aristóteles y Santo Tomás se decía que nos unimos en comunidad o sociedad para satisfacer mejor nuestras necesidades mediante el trabajo y la amistad.
Hay otro nivel de relación humana, que es la amistad misma. Puede tener todavía rasgos de utilidad, pero ya los tiene también de placer, pues los amigos se deleitan con su compañía. Y lo mejor es que sea una amistad honesta, es decir, de benevolencia, en la que se quiere el bien del amigo, esto es, su perfección o autorrealización, por la virtud.
En el ámbito de la moral, se ha dado una ética de virtudes, dado que se ha visto rebasada la ética de leyes. En la filosofía analítica, muchos la han adoptado, como Peter Geach, Elizabeth Anscombe, Philippa Foot y Bernard Williams; en el lado posmoderno, ha sido Alasdair MacIntyre quien la ha promovido.22 Él se dio cuenta de que la ética de leyes, como la de Kant, con sus imperativos, había caducado. Y quedaba elegir entre Nietzsche y Aristóteles. Él optó por este último, y elaboró una ética basada en las virtudes.
También en filosofía política se ha dado el giro hacia la virtud. Los teóricos del republicanismo más reciente, sobre todo del comunitarista, han insistido en la necesidad de virtudes cívicas, para la convivencia.23 Son, por ejemplo, la participación en los diálogos o debates públicos, el voto deliberativo, y otras semejantes, las que ayudan a la convivencia comunitaria.
Esto no debe extrañarnos, pues la noción de virtud ha vuelto incluso a la epistemología.24 Ya se trata de una epistemología de virtudes, con virtudes epistémicas tales como la parsimonia en la experimentación, la creatividad en las hipótesis, la relevancia en la argumentación, etc.
Y lo mismo ha pasado en la educación, con una pedagogía de virtudes.25 Ya no se ve al alumno como un saco al que hay que llenar de información, sino como algo vivo y orgánico, en el que hay que formar ciertas virtudes. Si la enseñanza consiste en desatar el dinamismo del conocimiento, es necesario estudiar la epistemología para hacerlo. Y una epistemología de virtudes lleva de modo natural a una pedagogía de virtudes. Por eso trataremos de aplicarla a la formación de valores.
Formación en valores (y virtudes)
Creo que lo mejor para formar en valores es acompañarlos con una ética de virtudes. Los valores son abstractos, mientras que las virtudes son concretas y prácticas. Servirán para hacerlos vida. Por otra parte, no hay nada tan analógico como la noción de virtud. Los griegos la pensaron como el término medio entre dos extremos en las acciones. Era un término medio proporcional, y proporción en griego se dice analogía. Por tanto, la virtud no es otra cosa que una actitud analógica o mediadora en el fluir de las acciones.
Las virtudes clásicas: prudencia, templanza, fortaleza y justicia, son sumamente analógicas, son el sentido de la proporción. La prudencia es la sensibilidad para encontrar el justo medio, el equilibrio proporcional, por eso era vista como la puerta hacia las virtudes. La templanza es el equilibrio proporcional o analógico en la satisfacción de las necesidades, tiene que ver con el apetito concupiscible. La fortaleza da el equilibrio proporcional de la resistencia ante lo arduo o difícil, se relaciona con lo irascible. Y la justicia es dar a cada quien su proporción, tanto en la conmutación, como en la distribución y en el ámbito legal.
Son virtudes que se necesitan para la vida social. MacIntyre añade la veracidad,26 pues sin ella se destruye la sociedad misma, no se puede vivir a base de engaños, como lo señalara ya Nietzsche: es el poder de la mentira.
Pues bien, los valores tienen que acompañarse de las virtudes, que los ponen en la vida diaria, en el mundo de la vida. El gran campeón de la axiología, Max Scheler, llegaba a decir que los valores no son, sino que valen, y los veía como esencias platónicas; además, decía que los valores se captaban por intuición, y lo peor es que con una intuición emocional, ni siquiera intelectual.27 Esto hace la situación muy peligrosa, pues lo que yo intuyo tú no lo intuyes, y una polémica de intuiciones nadie la gana. Tiene que haber recurso a la razón.
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