Luis Ervin Prado Arellano - Cultura política y subalternidad en América Latina

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Cultura política y subalternidad en América Latina: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Cómo escribir una historia que incluya a la gran mayoría de personas que vivieron en el pasado? Por medio siglo esta pregunta ha tenido una cierta urgencia, no sólo por razones historiográficas sino también porque la respuesta ha sido considerada central en los proyectos que buscan ganar la inclusión en la sociedad de grupos sociales previamente excluidos. En la década de 1960 la historia social creció rápidamente y tuvo bastante éxito en ayudar a nuestra comprensión de muchos grupos sociales, como los esclavos, las mujeres y los obreros, especialmente en lo tocante a sus vidas cotidianas y sus labores. Sin embargo, estas personas que entraron en la historia social raramente aparecieron en la historia política, salvo en resistencia a la política dominante. Pudieron entrar en una rebelión de esclavos, en una jacquerie de campesinos o en una huelga de obreros. Pero estos actos valientes casi nunca —salvo en el caso de la Revolución Haitiana— afectaron las grandes narrativas de la historia ni fueron los motores de la historia. La política de la clase obrera era concebida contra la nación y el Estado. Por eso, en los años noventa, el proyecto de los Estudios Subalternos intentó superar algunos límites de la historia social, especialmente la falta de presencia de los grupos populares en la vida política de la nación. James Sanders

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Esta metodología tradicional va de la mano con un eurocentrismo muy fuerte en muchas obras de historia intelectual. 29John Headley, en The Europeanization of the World: On the Origins of Human Rights and Democracy, ha insistido en que fueron Europa y Estados Unidos —y solamente Europa y Estados Unidos— donde se crearon la democracia y la idea de derechos universales. Headley desprecia todos los esfuerzos no europeos considerándolos insostenibles y sin respaldo institucional. 30Tristemente, como lo discutiremos luego, este estereotipo no es raro entre los historiadores globales y es peor aún con los historiadores de Europa o de Estados Unidos. Sin embargo, este eurocentrismo es asombrosamente común también entre algunos historiadores que estudian las tradiciones intelectuales de América Latina. Para Roberto Breña, por ejemplo, los movimientos y creaciones intelectuales más importantes del mundo hispánico empezaron en España y solo después se trasladaron a América Latina. 31La crítica profunda al eurocentrismo que tantos autores vinculados a los Subaltern Studies y los estudios pos-coloniales han hecho, me parece que no ha influido la historia intelectual de la misma manera en que ha cambiado la historia política y social. 32

Junto al eurocentrismo, la otra falla de la historia intelectual es su elitismo. 33Los intelectuales que han merecido ser estudiados casi siempre son de la clase alta. 34Los historiadores han tratado de justificar esto con la excusa de las fuentes. Solamente los educados y los alfabetizados dejaban algo escrito que permitía conocer sus pensamientos. Sin embargo, los historiadores ofrecieron las mismas excusas en los años sesenta en lo relativo a la historia social. Era imposible, decían, estudiar las vidas de esclavos o mujeres o trabajadores porque ellos no dejaron fuentes escritas. 35Claro, los historiadores simplemente no habían buscado estos recursos en los archivos —y en realidad habían muchísimos— o debían aprender nuevas maneras de leer otras fuentes para buscar en ellas la vida popular. Por supuesto, siempre queremos más y hay vacíos y la tarea es muy difícil, pero es posible hacerla. Hay que ampliar nuestro sentido de los recursos para pensar y escribir la historia intelectual. De cualquier modo, esta excusa de las fuentes encubría un estereotipo más profundo: las clases populares no tenían, y no tienen, supuestamente, pensamientos que merezcan su estudio.

Otro gran obstáculo de la historia intelectual tradicional es su obsesión con el origen de una idea o un pensamiento, como si el origen nos relatara todo. Éste no es el énfasis en la historia de la tecnología, por ejemplo. 36Si bien es importante que los alemanes Karl Benz o Gottlieb Daimler hubieran inventado el automóvil, es igualmente importante la difusión de esta tecnología por Henry Ford en Estados Unidos, porque fue la difusión la que afectó la sociedad más profundamente, no la creación inicial. 37Los historiadores en otros campos también han empezado a criticar la concepción que busca al primero en descubrir o iniciar un concepto o proceso histórico, y cómo estas búsquedas de “los primeros” han deformado —usualmente debido al eurocentrismo— la historiografía. 38Necesitamos, creo, una historia intelectual que se enfoque en las prácticas cotidianas y en cómo las ideas fueron transformadas por estas prácticas así como en las ideas en tanto que invención abstracta y en los debates doctrinales entre letrados.

Tal vez estoy planteando un argumento demasiado polémico. Los mejores historiadores de las ideas ya están transformando la historia intelectual, aunque creo que todavía se necesitan cambios profundos. 39

Voy a aprovechar este ensayo para repensar dos historias intelectuales de mi primer libro, Republicanos indóciles, que Isidro Vanegas tradujo tan cuidadosa y cultamente. 40Tengo que repensarlo, porque aunque quería darle voz a los subalternos indígenas y afro-colombianos, cuando escribí este libro, hace quince años, todavía no podía aceptar o entender, completamente, las consecuencias de lo que descubrí en los archivos: no solo la contribución intelectual de esos grupos a la nación y a la política —lo cual era mi propósito— sino también que ellos hicieron una contribución a la historia intelectual. Por ejemplo, los indígenas del Cauca empezaron a desarrollar una nueva comprensión de la ciudadanía decimonónica buscando resolver un problema del concepto de ciudadanía que aún hoy enfrentan las sociedades democráticas: el choque entre las identidades particulares —muchas veces de minorías— y la identidad supuestamente universal de la ciudadanía. Los afro-colombianos del Cauca, al mismo tiempo, estuvieron redefiniendo el significado de la igualdad y su relación con el republicanismo de formas tan creativas y avanzadas como en cualquier otro lugar del mundo atlántico.

Empecemos con los indígenas del sur del Cauca. 41En el siglo diecinueve tanto a los liberales como a los conservadores les preocupaba que los indígenas no fueran aptos para ser ciudadanos. Para muchos conservadores el problema era esencialmente racial mientras que muchos liberales pensaban que cualquier problema racial podía ser resuelto mediante la “civilización”, la educación y el “blanqueamiento” de las clases bajas. El problema más grave, sin embargo, era la posición legal de los indígenas, afuera de la igualdad jurídica que era tan central a la visión de republicanismo de los liberales. Los liberales advertían que mientras los indígenas fueran gobernados por una legislación especial “no se volverían ciudadanos libres y miembros activos de una república democrática”. 42Otro liberal sostenía que el estatus especial indígena era “similar al de los menores, disipadores, dementes y sordomudos”. 43Los liberales propusieron la división de los resguardos para que los indígenas pudieran deshacerse de los rezagos de su identidad colonial que los mantenía como gente separada del resto de la sociedad. Tras eso, pensaban, podrían unirse a la sociedad republicana.

Los indígenas caucanos estaban maniatados. O aceptaban la ciudadanía liberal y abandonaban sus comunidades, sus tierras y su identidad indígena, o serían tildados de casta retardataria colonial y así excluidos de la vida política de la república. Las comunidades indígenas rechazaron la oferta maniquea de los liberales y a cambio instauraron la reclamación de una ciudadanía —y un republicanismo— que no excluía su identidad indígena sino que más bien buscaba crear un nueva formulación de la ciudadanía. En peticiones y cartas enviadas por comunidades indígenas, los líderes indígenas insistían en que eran granadinos —o colombianos— y que formaban parte de la nación, con todos los derechos adquiridos por tal estatus. El inicio usual de las peticiones incluía alguna variación de “usar el derecho de petición que la constitución concede a cada granadino”. 44Los indígenas de Jambaló, por ejemplo, hicieron notar que tenían las mismas responsabilidades que “otros ciudadanos no indígenas”, pero aseguraron que querían mantener sus tierras comunes. 45En vez de simplemente insistir en que eran ciudadanos, estrategia muy común entre los subalternos, los indígenas también argumentaron que esta ciudadanía era compatible con su visión particular de una identidad como indígenas.

Así, los indígenas de Túquerres exigieron al Estado que respetara “nuestras tradiciones [de] vivir en comunidad”, al tiempo que aseguraban que eran “ciudadanos granadinos”. 46Significativamente, indígenas de muchas parcialidades de Obando argumentaron que la nueva república había otorgado a los indígenas “la prerrogativa de representarnos y defender nuestros derechos”. 47Los derechos más importantes, por supuesto, eran la posesión de sus tierras comunes y el auto-gobierno. Otros indígenas aseguraban que eran los “republicanos, quienes proclaman la igualdad”, los que tenían el deber de proteger los resguardos. 48Los indígenas sopesaron la idea de ciudadanía de las élites colombianas e insistieron no sólo en que el indigenismo era compatible con la ciudadanía y la nación republicana, sino en que la ciudadanía, una ciudadanía indígena, les había otorgado nuevos derechos y una posición distinta frente al Estado, con los cuales podían defender sus comunidades. Los indígenas crearon un contra-discurso hacia la élite republicana, el cual no los marginaba ni los obligaba a sacrificar sus comunidades, ni sus tierras o su identidad a cambio del estatus político de ciudadanos.

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