LA HISTORIA DE LA CULTURA
Las historias de la humanidad que se escriben a partir del siglo XVIII tienen a la cultura como uno de sus temas marginales, de desarrollo paralelo al de los acontecimientos y los personajes protagonistas. La cultura va a considerarse como un reflejo fiel de cada época, condicionada por esos acontecimientos antes que influyendo en ellos. Y así como son frecuentes las historias del arte, de la literatura o de la música, como compartimentos estancos, incluso como asignaturas del sistema educativo, no existen muchas historias de la cultura como tal, historias que recojan su desarrollo y evolución global a lo largo de los siglos.
Aunque la obra de Herder que hemos citado es, a pesar de su título, antes una historia de la cultura que un tratado de filosofía, fue el historiador suizo Jakob Burckhardt (1818-1857) el primero que se dedicó con rigor a historiar la cultura, a la que consideraba, junto con la religión y el Estado, la más influyente de las potencias que determinan la historia. Sus obras La Historia de la cultura griega, La época de Constantino el Grande, El Cicerone y sobre todo La cultura del Renacimiento en Italia (Orbis, 1985) se consideran modelos para el tratamiento de las historias de la cultura escritas con posterioridad.
En España uno de los mayores esfuerzos para elaborar una historia de la cultura universal fue el que llevó a cabo el catedrático Manuel Ferrandis Torres con su Historia general de la cultura, publicada en dos tomos en 1934 y reeditada posteriormente en un grueso volumen de 876 páginas (Librería Santarén, 1941). En esta obra se recogen los acontecimientos culturales y los movimientos sociales, políticos, económicos, religiosos… que influyeron en el desarrollo de todas las manifestaciones culturales desde la prehistoria hasta la revolución soviética y la crisis económica de los años 30 del pasado siglo, que es hasta donde llega.
En esa línea de historiar la cultura Fernando García de Cortázar acaba de editar Breve historia de la cultura en España (Planeta), un intento de aportar una visión global a la historia de la cultura en nuestro país. Ya en una publicación anterior (Historia de España, de Atapuerca al Estatut), García de Cortázar presentaba un panorama de la cultura paralelo a su devenir histórico, recogiendo incluso fragmentos de obras literarias, relacionándolos con los acontecimientos y los personajes de la historia y deteniéndose en aspectos de la cultura española de cada época. Ahora aborda la historia de la cultura desde dos perspectivas, una diacrónica, en la que va situando los acontecimientos culturales en el transcurso de la historia y otra, más original, cual es la de abordarlos desde la perspectiva de las ciudades donde se produjeron (el libro se abre con la Edad Media y Santiago de Compostela). Libro básicamente de divulgación cultural, no cabe duda que resulta útil para quienes se quieran acercar a la cultura española desde los núcleos donde se generó a lo largo de la historia. Breve historia de la cultura en España pretende presentar una panorámica de lo que ha sido nuestra cultura y de cómo hemos llegado hasta aquí.
En “El porvenir de la cultura”, último capítulo de la citada Historia general de la cultura, de Manuel Ferrandis, a tenor de los acontecimientos que se vivían en aquellos años (el enfrentamiento ideológico y las reivindicaciones nacionales en el seno de una grave crisis económica), el catedrático advertía del peligro de un nuevo conflicto bélico que consideraba inminente (Hoy no ofrece duda alguna que todas las naciones están preparadas y aun dispuestas para una nueva guerra… ) y que solo se podría evitar con el desarrollo de lo que llama la cultura interna, la formación humanística del ciudadano, frente a la cultura externa, la que había proporcionado a la civilización una impresionante evolución técnica y científica en los primeros años del siglo XX. La Segunda Guerra Mundial estallaba poco después, tal vez porque los gobiernos de aquellos años no prestaron atención suficiente a la cultura. ¿Estamos hoy ante una situación semejante?
12Originalmente publicado el 14 de febrero del 2009.
LA TELEVISIÓN COMO GRAN PLATAFORMA CULTURAL13
En uno de los episodios de la serie de televisión norteamericana Friends, uno de los adolescentes protagonistas solicita en una biblioteca pública una conocida novela para un trabajo de literatura en su instituto. En los días siguientes a la emisión de este episodio las bibliotecas y las librerías norteamericanas se vieron sorprendidas por la demanda masiva de este mismo libro por parte de jóvenes y adolescentes.
En una escena de la película Sexo en Nueva York, una de las protagonistas lee en voz alta fragmentos del libro Cartas de amor de grandes hombres. Las librerías recibieron cientos de peticiones de este libro, a pesar de que no existía (un editor norteamericano, un tal Mac Millan, se hizo millonario con la edición de un libro de cartas de amor al que dio este título, al observar que era uno de los más solicitados en el mercado).
Un conocido programa de entrevistas de la cadena de televisión norteamericana ABC, conducido por la popular presentadora Oprah Winfrey, convoca una vez al mes a un escritor para hablar de su último libro durante un tramo del programa. En los días siguientes a la emisión del espacio, el libro en cuestión llega a vender cientos de miles de ejemplares, hasta el punto de que los libreros han llegado a solicitar a la periodista que se les informe con días de antelación el título elegido para el próximo programa, a fin de cubrir las previsiones de demanda de los compradores.
Son solo ejemplos de una televisión, la de los Estados Unidos, cuyo modelo no es el mejor cuando hay que hablar de televisión cultural o preocupada por divulgar la cultura, la educación o los contenidos de servicio público, en un modelo hegemonizado por el entretenimiento y la cultura de masas, aunque tampoco hay que desdeñar algunas iniciativas de la PBS (la televisión pública norteamericana), PACE (Artes de Representación, Cultura y Entretenimiento), ARTS (no confundir con la europea ARTE), TEC, o los canales de pago Bravo, HBO (Home Box Office) y Ovation (un canal dedicado a las bellas artes).
Durante la pasada temporada, y previsiblemente en la que ahora comienza, los canales de televisión españoles, públicos y privados, han explotado el filón de teleseries de situación, similares a Friends, que convocan a millones de espectadores en horario de ‘prime time’. Personalmente no soy un asiduo a estos programas, pero ha sido inevitable que por unas u otras circunstancias haya visionado decenas de capítulos de Los Serrano, Siete vidas, Aquí no hay quien viva, Cuéntame, Ana y los siete, y algunos otros en la misma línea de contenidos. Sus guiones están muy bien elaborados, recrean situaciones argumentales con un cierto rigor social, aluden a experiencias conectadas con la actualidad y, en general, promueven valores progresistas. En todas ellas una parte importante de sus protagonistas son jóvenes y adolescentes. Sin embargo, la presencia de la cultura en estas teleseries es prácticamente nula. Ni siquiera al modo en que citábamos el ejemplo del episodio de Friends. Cuando se habla de libros, se hace con cierto desdén y como una carga pesada e inevitable de los estudios. La música clásica, el arte y otras manifestaciones culturales (apenas la música pop y ni tan siquiera el cine), están prácticamente ausentes de las preocupaciones de esos protagonistas que, en buena medida, desde un medio tan poderoso como la televisión, se postulan como los representantes de la juventud española de estos años. Podemos aludir aquí a la teoría de la televisión como fractal del mundo, al modo en que lo hace el filósofo Gustavo Bueno (Telebasura y democracia (Ediciones B)) cuando afirma que la evaluación de la calidad televisiva es indisociable de la evaluación del mundo que la televisión refleja, para señalar que, si bien la televisión no es el absoluto reflejo de esa realidad, todos sus contenidos se hacen eco de una parte de ella. Por eso no es ninguna exageración afirmar que una buena parte de la juventud española de este tiempo siente una atracción por la cultura y dispone de unos mecanismos de acceso a sus diversas manifestaciones, que generaciones anteriores nunca habían soñado tener. Los índices de lectura de libros y periódicos son más altos en jóvenes que en adultos, la asistencia a las salas de cine y de conciertos es mayoritaria entre los jóvenes, los museos se ven cada vez más frecuentados por gente de menos edad y el consumo de productos culturales cuenta cada vez más con los menores de 30 años. Sin embargo, esta preocupación por la cultura no está reflejada de ningún modo en las teleseries de las que hablamos, en una gran parte, ya digo, protagonizadas por jóvenes españoles de clase media.
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