Francisco Rodríguez Pastoriza - Oficio de lecturas

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El periodismo cultural ha venido conquistando un lugar cada vez más importante en los medios españoles, desde los escritos a los audiovisuales y digitales.La rica tradición cultural que España ha tenido a lo largo de la historia continúa manifestándose actualmente en la producción que nuestros creadores mantienen en el mundo del arte y la cultura, con una presencia cada vez mayor en nuestra sociedad.El periodismo cultural recoge esta actividad y la hace llegar a los lectores y a las audiencias para mantenerlas informadas y proporcionarles una interpretación de lo que se viene haciendo en el mundo de la cultura.Francisco Rodríguez Pastoriza, profesor de Periodismo y periodista cultural de largo recorrido, ha reunido en este libro algunos de sus trabajos publicados en diversos medios durante los últimos años, siempre relacionados con la cultura. La mayor parte son críticas de libros de literatura y ensayo sobre los temas más diversos: arte, música, cine, totalitarismos, guerras… Hay aquí también reflexiones sobre aspectos relacionados con la cultura y los medios de comunicación, así como textos teóricos sobre la crítica, la creación y el mundo de la información de la cultura.Con este libro, el profesor Rodríguez Pastoriza elabora un muestrario de práctica periodística que, de alguna manera, completa la visión teórica de uno de sus anteriores trabajos publicado con el título de
Periodismo cultural.

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Otro influyente salón era el regentado por la condesa de Albany, que se trasladó a Florencia cuando en 1792 tuvo que abandonar París. Había nacido princesa alemana y fue reina morganática por su matrimonio con Carlos Eduardo de Inglaterra, quien después de haber perdido el poder se convirtió en un borracho prematuramente envejecido que la maltrataba cruelmente. Recibió ayuda económica de la reina María Antonieta y del poeta Alfieri, con quien mantuvo un tórrido romance. Fue él quien organizó su fuga del domicilio conyugal y fue con él con quien consiguió huir in extremis de los revolucionarios, que la buscaban para ejecutarla. Se instaló en Florencia acompañada de Alfieri, aunque su amor ya no era entonces más que una ficción social. A la muerte del poeta se relacionó con el pintor François-Xavier Fabre, a quien nombró su heredero universal.

LA ENCICLOPEDIA, EL SUEÑO DEL SIGLO

El siglo XVIII fue testigo del esfuerzo más gigantesco llevado a cabo por el mundo intelectual en toda la historia de la Humanidad: la Enciclopedia, una ambiciosa compilación de todo el saber, registrada en 17 tomos, cuyos avatares narra fielmente el historiador Philipp Blom en Encyclopédie. El triunfo de la razón en tiempos irracionales (Anagrama).

Se señala con todo merecimiento a Denis Diderot la gloria de haber llevado a cabo la empresa de editar esta obra magna del conocimiento, a la que contribuyó con artículos de botánica, mitología, geografía, filología, artes y oficios… Su nombre figura en la portada de la obra junto a de D’Alembert, inmortalizados ambos como sus autores principales. Se atribuyen méritos inmerecidos a Rousseau y a Voltaire, que apenas contribuyeron con algunos artículos, y se relega casi al olvido a otros como Chevalier de Jaucourt, quien escribió más de 40.000 entradas y dedicó su vida y su fortuna a la empresa, de la que se convirtió en su motor cuando Diderot llegó a considerarla una carga y D’Alembert ya la había abandonado como editor. Jaucourt había sido el autor de un diccionario médico en seis volúmenes en el que había invertido veinte años de su vida. No se llegó a publicar porque los originales desaparecieron en el naufragio del buque que los llevaba a la imprenta de Amsterdam, pero volcó todos sus conocimientos en las páginas del nuevo proyecto.

La Encyclopédie nació en un momento favorable para las ideas que se querían divulgar desde sus páginas, el gran cambio social que se venía manifestando a través de la secularización, la extensión de la educación, la urbanización de las ciudades y el desarrollo de la burguesía como nueva clase social en auge. En el mundo de las ideas se iba abriendo paso la filosofía de Spinoza, Descartes y Locke.

El gran mérito de los autores de la Encyclopédie fue el de enfrentarse a la Iglesia y a la Corona, a la cultura oficial y a los inamovibles principios religiosos por los que se movía la vida intelectual y social de la época, para transmitir conocimientos basados en la razón y en la ciencia, exponiéndose sin embargo a ser encarcelados o ejecutados por ello. La mayoría de los enciclopedistas eran ateos, reformadores sociales y económicos, y críticos del absolutismo monárquico. Muchos se dedicaban a la escritura y edición de panfletos ilegales, cartas filosóficas y meditaciones heréticas donde denunciaban la vida de la corte, así como de textos eróticos en los que se ridiculizaba al rey y a sus ministros, a obispos lujuriosos, curas lascivos y monjas depravadas. Una estrategia utilizada por los enciclopedistas fue la de sustentar las opiniones progresistas en fuentes de autoridad oficialmente reconocidas. Diderot había pasado de los jesuitas al jansenismo, para terminar declarándose ateo. Sus Pensées philosophiques fueron quemados en público, y tuvo suerte de que no se hiciese lo mismo con el autor, como era costumbre. Fue arrestado en vísperas de la publicación del primer volumen de la Encyclopédie por su obra Lettre sur les aveugles, y sometido a un trato tan vejatorio que, para obtener la libertad, prometió que no volvería a publicar ningún escrito sin someterlo antes a la censura, una decisión que tuvo que lamentar toda su vida, ya que nunca más pudo escribir libremente. Otro de los méritos de la Encyclopédie fue el de relegar a un segundo plano la información acerca de reyes, grandes batallas o vidas de santos a favor de la de las herramientas del trabajo, los oficios y todo lo que mejoraba la vida de los seres humanos. Las láminas estaban pobladas de dibujos de artilugios y de rostros de gente corriente, sin que ni uno solo pueda reconocerse como el retrato de un noble, un general ni siquiera un genio. Se trataba de representar a la colectividad humana trabajadora y demostrar que el valor de una sociedad radicaba en el trabajo y en la productividad. Se daban situaciones curiosas, como la entrada de la palabra rey, en la que se habla primero de «un ave de aproximadamente el tamaño de una hembra de pavo», antes de pasar a hablar de los reyes de Francia.

Los principales enemigos de la Encyclopédie fueron los jesuitas, que la atacaron con furia desde su órgano de prensa Journal de Trévoux, molestos además por no haber sido invitados a colaborar en las entradas sobre Teología, que los enciclopedistas confiaron al abbé Mallet, quien llegó a relacionarla en algún momento con la adivinación y la magia negra. Los jesuitas influyeron para que el obispo nombrara nuevos censores y no llegaron a controlar la publicación gracias a los buenos oficios de Mme. De Pompadour, la amante del rey, firme defensora de las ideas progresistas en la corte.

La Encyclopédie tuvo que enfrentarse a otros problemas como el de la oposición de los poderes políticos tras la derrota de Francia ante Prusia, dada la manifiesta simpatía de los enciclopedistas por Federico II. Este movimiento se unió a quienes pedían la supresión de la publicación por propagar el materialismo, destruir la religión, alimentar la corrupción de la moral, dudar de la existencia de Dios y de la creación del mundo, tratar a las Escrituras como un libro de ficción, ridiculizar los dogmas o identificar religión con fanatismo. El proyecto sufrió prohibiciones temporales, secuestros y censuras, además de los ataques de los vendedores de información y forjadores de rumores, los rivales literarios y los curas intolerantes. También tenían en contra al rey Luis XV, que detestaba a los intelectuales, y a buena parte de la corte de Versalles, ridiculizada y cuestionada en su legitimidad. También a la Iglesia, al Parlamento e incluso al Papa, quien había condenado la obra. También enemigos internos, como Le Bretón, que llegó a mutilar decenas de artículos sin conocimiento de Diderot. Pero todas estas acciones aumentaban el talante desafiante de los enciclopedistas y alentaban la continuidad de su trabajo. Además, había personas en puestos de poder que simpatizaban con la Encyclopédie, como el director del Comercio del Libro, Lamoignon de Malesherbes, que escondió los ejemplares y los manuscritos, que el rey había mandado secuestrar, en el único lugar que no iba a ser registrado: su propio despacho.

Fue la economía la que iba a salvar la Encyclopédie, porque editores y libreros amenazaron con publicar los últimos volúmenes en Viena o en Moscú, si se les prohibía hacerlo en Francia. La gran riqueza que había reportado a la industria editorial francesa (daba empleo a un millar de impresores, grabadores, dibujantes, encuadernadores, entre otros oficios) y el prestigio internacional de la obra, decidieron al nuevo rey, Luis XVI, a permitir que se terminara su publicación.

A pesar de sus ideas progresistas, de su anticlericalismo y de sus críticas a la política oficial, muy pocos enciclopedistas tuvieron un papel activo en la Revolución francesa, con la excepción de Alexandre Deleyre. Es verdad que en 1789 la mayoría eran de edad avanzada, y algunos habían muerto, pero, por otra parte, más que en la Revolución, los enciclopedistas confiaban en la evolución. Los revolucionarios aplastaron algunos de los valores de los enciclopedistas e incluso llegaron a ejecutar a uno de ellos, Antoine Allut, y también a Malesherbes, que había sido su protector. El objetivo de la Encyclopédie era el de la revolución intelectual más que la social y económica, así como la contribución al triunfo de las nuevas ideas sobre la intolerancia y la ortodoxia, aunque sus autores no supieran ver la llegada de la revolución industrial, cuyo germen tanto habían contribuido a plantar.

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