Álvarez los siguió con la mirada hasta que desaparecieron de su alcance. Entró en el coche patrulla en el que llegó y volvió a comisaría. En muy poco tiempo se encontraba de nuevo a las puertas de su puesto de trabajo. Cogió su móvil e hizo una llamada.
—Señor, el cadáver ya ha sido reconocido. Algo en este caso no me gusta un pelo. Solo una mujer vio salir a un hombre con pasamontañas y un arma, pero no nos ha facilitado mucha información. Sí... tengo a mis dos mejores hombres trabajando en el caso. De acuerdo... A sus órdenes.
Después de colgar y guardar el Iphone 4, se preguntó por qué el capitán mostraba tanto interés en un caso como ese.
Nuevamente avanzó por los pasillos de la comisaría hasta acceder a otro de los despachos. En la sala dos agentes de paisano observaban un panel con fotografías sacadas de la escena del crimen.
—Comisario —saludaron al unísono.
—¿Qué tenemos?
—El señor Larraz trabajaba como jefe de mantenimiento informático del Ministerio de Defensa. Con siete años de antigüedad, había ascendido en dos ocasiones, hasta hacerse cargo del equipo que llevaba el mantenimiento global del edificio. Debido a las horas que son no hemos podido empezar con los interrogatorios, así que mañana a primera hora saldremos para hablar con familiares y allegados —dijo el inspector Suárez, tomando la iniciativa.
—No podemos descartar nada, pero no da la sensación de que sea un crimen pasional. Según la autopsia, el disparo que acabó con la vida de la amante, fue realizado a muy corta distancia, por lo que el asesino fue lo suficientemente sigiloso como para que no se percataran de su presencia mientras estaban follando —continuó el inspector Valcárcel.
—Valcárcel, cuida tu vocabulario, no olvides que hablas con un superior.
El comisario intentaba mantener siempre las distancias de su rango, algo harto complicado siendo los tres de la misma quinta y habiendo compartido tantas noches de guardia juntos, mas ambos agentes comprendían los motivos que le llevaban a aquel cambio de actitud, y como amigos y compañeros lo aceptaban de buen grado.
—Lo siento señor —respondió con cierta sorna, que no pasó desapercibida.
»Por su parte, el disparo al señor Larraz no fue una casualidad, el asesino apuntó ahí. Una persona poco habituada a manejar armas de fuego no habría realizado un disparo semejante. Además, la forma que usó para escapar, lanzándose en tirolina desde una azotea, solo está al alcance de las fuerzas especiales. Soltó el cable tras aterrizar en el lugar de destino y desmontó el mecanismo para que no tuviéramos posibilidad de localizar el edificio donde fue a parar. Lo que está claro es que alguien ordenó el asesinato de ambos. La pregunta es: ¿por qué? —concluyó Valcárcel.
—¿Qué se sabe de la morena? —volvió a preguntar el comisario.
—Poca cosa. Cristina Morán, veinticuatro años, secretaria de Pedro Sebastián, subdirector y mano derecha del ministro. Casada, sin hijos. Su marido Roberto Núñez es un empresario de éxito. Residen en Rivas Vaciamadrid. Poco más por el momento, mañana investigaremos su entorno a ver qué podemos sacar.
—Está bien, podéis dormir un poco, en tres horas os quiero al pie del cañón. —Concluyó el comisario la reunión y se dirigió de nuevo a su despacho.
Álvarez sabía que aquella noche no podría pegar ojo. Siempre le costaba conciliar el sueño después de las tres, por lo que decidió salir a pasear e intentar ordenar sus ideas.
Eran las cuatro y media de la madrugada. Le encantaba caminar a esas horas, sin un alma por la calle. No era una zona de garitos ni de discotecas, por lo que la tranquilidad era total. Apenas había coches circulando sobre el asfalto y salvo una o dos ventanas iluminadas en los edificios el resto estaban a oscuras, señal de que la ciudad dormía plácidamente, ajena a los acontecimientos.
Pensaba en aquella pobre mujer, y se acordó de la suya y de su pequeño. ¿Cómo estarían?, ¿se encontrarían bien? No pudo evitar sacar el teléfono y marcar el número de su casa. La voz de su mujer sonó alterada:
—Nene, ¿ha pasado algo? ¿Estás bien?
—Tranquila, cariño, todo está bien, solo quería decirte todo lo que te quiero. Y Marquitos, ¿te ha dado mucho la lata? —Su familia sacaba su lado más tierno y protector, solo pensar que les podía pasar algo y se estremecía, no podía soportarlo.
—¿Seguro que estás bien, José?, ¿no habrás bebido?
Una carcajada sincera le sobrevino como un soplo de aire fresco.
—No, tranquila, vuelve a dormir. Te quiero, pequeña.
—Aaanda, yo también te quiero, pero no me vuelvas a dar estos sustos en tu vida.
Con estas palabras terminó la llamada. Sin pretenderlo, su esposa había conseguido darle una inyección de energía y determinación. Un impulso para resolver ese caso por la vía rápida.
Después de colgar volvió a comisaría. Bajó a los vestuarios, cogió su ropa de civil y se pegó una ducha helada. Cuando salió era un hombre nuevo, se vistió y preparó para la batalla. En un par de horas haría trabajo de campo y aquello siempre le motivaba.
No imaginaba que empezaría antes.
El agente dejó a Mery en el portal de su casa. Esperó a que abriera la puerta que daba acceso al edificio y se fue. Se encontraba mucho más tranquila que en comisaría. Estaba agotada, aunque no creía que pudiera dormir. Cogió el ascensor hasta la cuarta planta. Los bloques de esa zona tenían las viviendas separadas en dos partes diferenciadas, quedando el ascensor y la escalera entre medias. La joven viuda giró a la derecha, accedió al ala oeste y caminó por el pasillo hasta llegar al número 3. Una sensación de pánico se apoderó de ella cuando vio que la puerta de su piso estaba ligeramente entornada. Alguien había entrado o estaba dentro. Solo hacía unos minutos que el agente la había dejado allí, probablemente no estaría demasiado lejos como para volver. Sacó la tarjeta que le había dado el comisario del monedero que tenía en el bolso y marcó su número de teléfono. No tardó en responder.
—Comisario Álvarez.
—Señor comisario, soy Mery... María José Sagasta. Dios, creo que alguien ha entrado en mi casa. —Estaba muy nerviosa y con la extraña sensación de que ese se estaba convirtiendo en su estado habitual.
—Tranquilícese, señora Sagasta, el agente López acaba de indicarnos que aún no ha salido a la autovía. Le daré orden de que vuelva. Baje a la calle, ahí no está segura.
Mery hizo lo que le ordenaba y bajó al portal a la espera del policía. Pocos minutos más tarde unas luces azules que parpadeaban en la lejanía se acercaban a gran velocidad. El Citroën C4 frenó en seco y el agente bajó con prisa. Echó su mano al arma y desenfundó.
—Señora, no se mueva de aquí.
Entró en el portal y subió las escaleras a grandes zancadas hasta llegar al cuarto piso. Respiró hondo, encendió una linterna y agarró con firmeza su pistola reglamentaria. Pegado a la pared y dando pasos laterales sin dejar de mirar la entrada al domicilio, se fue adentrando en el corredor.
Ya frente a la puerta abrió muy despacio, evitando hacer cualquier tipo de ruido y apuntando en todas direcciones. No se escuchaba nada. La entrada daba directamente a la cocina, cuya puerta acristalada permitía ver el interior sin necesidad de pasar. No había nadie dentro. Otra puerta daba acceso al salón comedor, pero esta estaba cerrada. El policía giró lentamente el pomo y entró silenciosamente, con el arma siempre a punto. Cuando pudo ver el escenario al completo se dio cuenta de que ya no había nadie allí. Cogió el walkie talkie y, tras apretar el botón, notificó a su superior.
Читать дальше