—Pues cuénteme, señora, soy toda oídos. Por favor, no omita nada, por raro, tonto o superfluo que pueda parecer. —Se inclinó levemente hacia delante mientras pronunciaba estas palabras, dando la sensación de estar ávida por conocer la información del caso.
—Por favor tutéame, creo que vamos a hablar largo y tendido y me resultará más cómodo si nos tratamos con más confianza.
—Como desees —respondió Raquel, para, inmediatamente después, dejar paso a la narración de los hechos por parte de su nueva cliente.
Mery comenzó el relato desde las sospechas que tenía acerca de que su marido le fuera infiel con la secretaria del subdirector del Ministerio de Defensa. Narró con detalle el encuentro con Lucas, la llamada del comisario, el reconocimiento del cadáver y el posterior allanamiento. Raquel apenas podía disimular la emoción, sus ojos se iban abriendo poco a poco, según avanzaba la historia. La señorita Peral se apresuró por tranquilizarla, le indicó que tenía una coartada sólida en la noche del asesinato, pero necesitaban la declaración del hombre con el que la compartió.
La letrada solicitó acceso a información confidencial: sus cuentas de ahorro, nóminas y posibles pagos y cobros en B. A Mery no le hizo especial gracia tener que darle esa información, pero el miedo que le provocaba terminar con los huesos en la cárcel por un delito que no había cometido, hizo que accediera a todas las peticiones.
Le dijo que debería facilitarle toda la información y material que pudiera tener del trabajo de su marido, así como los nombres de compañeros a los que pudiese interrogar sin levantar demasiadas sospechas; además de acceso a su domicilio para realizar una investigación en el lugar del delito, aunque ya hubiera estado la policía. La abogada hizo constar en más de una ocasión que los cuerpos del Estado tenían tendencia a dejar pasar algunos detalles importantes por sus ansias de querer cerrar los casos cuanto antes. Ella no tenía prisa, solo quería que su cliente quedara completamente libre de cargos en el momento del juicio.
El camarero apareció con una botella de Chardonnay y dos copas que llenó en el momento. Se fue para volver con la especialidad de la casa para dos: una paella de arroz negro con marisco. Mery no tenía ni pizca de hambre, pero hizo un esfuerzo por comer. Ciertamente estaba exquisita y, sorprendentemente, le abrió el apetito mucho más de lo que se imaginaba. Hablar con la jurista consiguió tranquilizarla, hacerla ver las cosas con mayor claridad y, aunque el dolor por la muerte de Miguel estaba muy presente, había logrado focalizar su mente hacia otro objetivo: demostrar su inocencia.
La letrada, cuestionada por sus emolumentos, tranquilizó a su futura defendida indicando que su salario sería de un treinta por ciento de la indemnización obtenida con la sentencia y que, además, con dicha retribución se pagarían las costas procesales pertinentes. Realmente Raquel Peral estaba viendo una inversión a medio-largo plazo, un trampolín para captar muchos más clientes y hacerse un nombre en casos de homicidio. Es por ello que le habló de la importancia de involucrar a los medios de comunicación, mediante lo cual podría conseguir dinero para no tener ningún tipo de problema económico, aunque se esmeraba en transmitirle que no llegarían a juicio.
A Mery no le hacía ni pizca de gracia meter a la radio o a la televisión en todo aquello, pero entendía lo que la abogada quería decir, y era consciente de los enormes gastos que conllevaría un juicio de esas características.
Después del postre no hubo mucho más que decir, comenzaría la investigación al día siguiente. La impresión que se llevó Mery de su recién contratada abogada fue agridulce, tenía mucho miedo por la edad y la inexperiencia que parecía poseer en casos como ese, pero por otro lado era inteligente, intuitiva y sagaz. Estaba haciendo una apuesta peligrosa, cuyo resultado era impredecible. ¿Habría elegido bien? Tampoco tenía demasiado donde escoger.
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