A. Pink - La soberanía de Dios

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¿Quién gobierna todas las cosas?La situación actual exige a gritos un nuevo examen y una nueva presentación de la omnipotencia, suficiencia y soberanía de Dios. Es preciso que desde todos los púlpitos se predique a gran voz que Dios vive todavía, y que todavía reina. La fe está actualmente sometida a la prueba del fuego, y no hay lugar alguno de reposo firme y suficiente para el corazón y la mente sino en el Trono de Dios. Lo que ahora se necesita, como nunca antes, es un énfasis pleno, positivo y constructivo en el hecho de que Dios es Dios. A grandes males grandes remedios. Las congregaciones están hartas de palabras huecas y simples generalizaciones; es preciso que se les de algo concreto y específico. El jarabe tranquilizante quizá pueda servir para los niños de carácter nervioso; pero los adultos necesitan un tónico de hierro, y no conocemos nada mejor para infundir vigor espiritual en nuestro ánimo que una comprensión espiritual del pleno carácter de Dios. Está escrito: «El pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará» (Daniel 11:32).

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Contemplemos el reino animal y observemos la maravillosa variedad del mismo. ¿Es posible comparar entre el león y el cordero, el oso y el cabrito, el elefante y el ratón? Algunos como el caballo y el perro, están dotados de gran inteligencia; mientras otros, como las ovejas y los cerdos, casi carecen de ella. ¿Por qué? Algunos están destinados a ser bestias de carga, mientras otros disfrutan de una vida de libertad. ¿Por qué la mula y el asno habían de estar encadenados a una vida de afanoso trabajo, mientras se permite que el león y el tigre vaguen por la selva a su gusto? Algunos sirven de alimento al hombre, otros no; algunos son hermosos, otros feos; algunos están dotados de gran fortaleza, otros parecen ser completamente impotentes; algunos son ligeros en el andar, otros apenas pueden arrastrarse; algunos son útiles al hombre, otros parecen carecer de todo valor; unos viven muchos años, otros unos cuantos meses; unos son mansos, otros son feroces. Y, ¿por qué todas estas variaciones y diferencias? Lo que hemos dicho sobre los animales cuadrúpedos, se puede aplicar igualmente a las aves y peces.

Pero ahora consideremos el reino vegetal . ¿ Por qué las rosas habían de tener espinas, mientras los lirios no las tienen? ¿Por qué una flor había de exhalar aroma fragante y otra no tener ninguno? ¿ Por qué un árbol había de llevar fruto comestible y otro venenoso? ¿Por qué una planta había de resistir la helada y otra marchitarse con ella? ¿Por qué un manzano había de ir cargado de manzanas, y otro árbol de la misma edad y en el mismo huerto ser casi estéril? ¿Por qué una planta había de florecer doce veces al año y otra sólo una vez cada siglo? Verdaderamente « todo lo que Jehová quiere , lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos» (Salmo 135:6).

Consideremos ahora las huestes angélicas . Cualquiera hubiera dicho que aquí encontraríamos uniformidad; pero no es así. Como en otros campos, también en este se muestra la misma voluntad soberana del Creador. Algunos de estos seres tienen un rango más elevado que otros; son más poderosos y están más cerca de Dios. La Escritura revela una jerarquía concreta y bien definida en las filas angélicas. De arcángel pasando por serafín y querubín, llegamos a los «principados y autoridades» (Efesios 3:10) y de los principados y potestades a los «gobernantes» (Efesios 6:12) y luego a los propios ángeles, y aun entre ellos leemos de «los ángeles escogidos » (1 Timoteo 5:21). De nuevo preguntamos: ¿Por qué esta desigualdad , esta diferencia en rangos y orden? Todo lo que podemos responder es: «Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho» (Salmo 115:3).

Por tanto, si vemos la soberanía de Dios desplegada en toda la Creación, ¿por qué ha de considerarse cosa extraña si la contemplamos actuando en la r aza humana ? ¿Por qué ha de tenerse por extraño que Dios se complazca en dar cinco talentos a uno y a otro solamente uno? ¿Por qué ha de tenerse por cosa extraña si uno nace con una constitución robusta y otro hijo de los mismos padres es débil y enfermizo? ¿Por qué ha de tenerse por cosa extraña que Abel muera en la flor de su juventud, mientras que se permite que Caín siga viviendo durante años? ¿Por qué ha de considerarse extraño que unos nazcan negros y otros blancos; unos discapacitados y otros con elevadas dotes intelectuales; unos pasivos y otros rebosantes de dinamismo; unos con temperamento egoísta, rebelde, ambicioso, y otros abnegados, sumisos y desprendidos? ¿Por qué ha de tenerse por extraño que la naturaleza dote a algunos para dirigir y gobernar, mientras otros son solamente aptos para seguir y servir? La herencia y el medio ambiente no pueden explicar todas estas variaciones y desigualdades. No; es Dios Quien hace la diferencia. ¿Por qué? «Sí, Padre, porque así te agradó» (Mateo 11:26), ha de ser nuestra respuesta.

Debemos aprender esta verdad básica: el Creador es soberano absoluto, ejecuta Su propia voluntad, efectúa lo que Le agrada y no considera sino Su propia gloria. « Todas las cosas ha hecho Jehová para sí mismo » (Proverbios 16:4). ¿Y acaso no tenía perfecto derecho a hacerlo? Puesto que Dios es Dios ¿quién pretenderá disputar Sus decisiones? Murmurar contra Él es solamente rebelión; discutir Sus caminos es contradecir Su sabiduría; criticarle es pecado de la peor especie. ¿Hemos olvidado Quién es Él? «Como nada son todas las naciones delante de él; y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es. ¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?» (Isaías 40:17–18).

Capítulo 3

LA SOBERANÍA DE DIOS EN

SU ADMINISTRACIÓN

“Jehová estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre todos” (Salmo 103:19).

Primero, una palabra referente a la necesidad de que Dios gobierne el mundo material . Supongamos lo contrario por un momento. Supongamos que Dios creó el mundo, designó y estableció ciertas leyes (lo que los hombres denominan «las leyes de la naturaleza») y que, habiéndolo creado, se retiró abandonándolo a su suerte y a dichas leyes. Si así fuera, tendríamos un mundo sobre el cual no habría ningún Administrador inteligente que lo presidiera, un mundo controlado solamente por leyes impersonales ; concepto digno del materialismo burdo y el ateísmo puro. Sin embargo, supongámoslo por un momento; y a la luz de tal suposición, ponderemos con detenimiento la siguiente pregunta: ¿Qué garantía tenemos de que en algún día cercano el mundo no sea destruido? Basta una observación superficial a «las leyes de la naturaleza» para percatarnos de que no trabajan uniformemente . Prueba de ello es que ninguna estación del año es igual a otra. Si las leyes de la naturaleza son irregulares en su operación, ¿qué garantía tenemos de que alguna catástrofe no azote nuestra tierra? «El viento sopla de donde quiere » (Juan 3:8), lo cual significa que el hombre no puede sujetarlo ni obstaculizarlo. A veces sopla con gran furor, y bien podría aumentar repentinamente en volumen e intensidad, hasta convertirse en un huracán de proporciones mundiales. Si no hay otras leyes que las de la naturaleza para regular el viento, quizá mañana pueda producirse un tornado tremendo que barra y destruya todo lo que existe sobre la superficie de la tierra. ¿Qué garantía tenemos contra semejante calamidad? En los últimos años hemos oído y leído mucho sobre nubes que se descargan e inundan comunidades enteras, causando espantosos estragos. Si el hombre es impotente ante estas cosas, si la ciencia no puede poner remedio alguno a que esto ocurra, ¿cómo sabremos que estas nubes no van a multiplicarse indefinidamente y que la tierra no será inundada por el torrente? De todas formas no sería nada nuevo; ¿por qué no habría de repetirse el diluvio de los tiempos de Noé? ¿Y qué decir de los terremotos? Cada cierto número de años, alguna isla o alguna gran ciudad es barrida de la faz de la tierra por uno de ellos; ¿y qué puede hacer el hombre? ¿Dónde está la garantía de que dentro de poco un terremoto de tremendas proporciones no vaya a destruir el mundo entero? Confiamos en que todo lector comprenda lo que estamos procurando demostrar: si negamos que Dios está gobernando la materia, si negamos que Él es «quién sustenta todas las cosas con la palabra de su poder» (Hebreos 1:3), ¡desaparecería todo sentido de seguridad!

Sigamos un razonamiento similar en lo que respecta a la raza humana. ¿Está Dios gobernando este mundo? ¿Está Él rigiendo los destinos de las naciones, controlando la marcha de los imperios, determinando la duración de las dinastías? ¿Ha prescrito Él los límites de los malhechores diciendo: «hasta aquí llegarás»? Supongamos por un momento lo contrario. Supongamos que Dios ha dejado la dirección en manos de Sus criaturas y veamos a dónde nos conduce tal suposición. Supongamos que todo hombre viene a este mundo dotado de una voluntad completamente libre y que es imposible controlarlo sin destruir su libertad. Vamos a suponer que además del conocimiento del bien y del mal, tiene el poder de escoger entre ellos, y que es completamente libre para decidir su propio camino ¿que significaría eso? bueno, la conclusión sería que el hombre es soberano , porque él estaría haciendo según su voluntad, constituyéndose como el arquitecto de su futuro. Pero en tal caso no tendríamos seguridad de que por mucho tiempo el hombre rechazara el mal y escogiera el bien. Si así fuera, no tendríamos garantía alguna de que la raza humana no cometería un suicidio moral. Si se eliminaran todos los frenos divinos y el hombre quedara absolutamente libre para hacer lo que gustase, todas las distinciones éticas pronto desaparecerían, la barbarie predominaría universalmente y un caos infernal se enseñorearía de la tierra. ¿Por qué no? Si una nación quita a sus gobernantes y repudia su constitución, ¿qué impide que todas las naciones hagan lo mismo?

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