Lourdes Celina Vázquez Parada - El islam y la cultura occidental

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En conclusión, diremos con convencimiento que Wolfgang Vogt y Celina Vázquez, en este libro, operan mediante presentación, explicación, argumentación y análisis valorativo, una especie de actualización a nivel altamente investigativo-científico, de la evolución de los temas de islam, las culturas islámicas (consideradas en Occidente como periféricas), la relación bilateral entre Occidente europeo y Oriente islámico, la mujer en el islam, la esencia y el postulado de la literatura y la idea inicial motivo de su creación, las literaturas nacionales o regionales, la religiosidad popular y el fenómeno de la integración en las sociedades occidentales.
Tales procederes de los autores no solo expresan su visión sobre los fenómenos tratados, sino que ensanchan la comprensión de los receptores del libro sobre los mismos hechos alejándolos de generalidades arbitrarias, y ponen de manifiesto motivaciones y sentidos que conllevan esos temas de actualidad.
En fin, este libro aborda con seriedad y disciplina temas que siguen nutriendo la historia cultural mundial por lo que, sin duda alguna, es una de las versiones más logradas en estas dos primeras décadas del siglo xxi.

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Un hombre culto y civilizado es incapaz de cometer actos bárbaros; pero, en la lengua española, un hombre culto no es lo mismo que un hombre civilizado. Una persona civilizada tiene buenos modales y no es grosera, pero no necesariamente sabe mucho de arte o literatura. Un hombre culto es aquel que tiene una amplia formación humanística. En francés se da preferencia al término civilización, y en español y alemán, al de cultura. Es así como se refleja en nuestra forma de hablar la idea de una cultura elitista.

Cuando estudiamos la Antigüedad no importa si no diferenciamos entre culturas o civilizaciones en los casos de Babilonia, Egipto, Grecia, Roma, los incas o los mayas, por ejemplo. Pero en la actualidad se impone cada vez con mayor fuerza el concepto de cultura creado por los antropólogos, para los cuales una cultura es la forma de vida de un pueblo o grupo étnico. Así, cuando hablamos de cultura wixárika nos referimos a las creencias, los hábitos alimenticios, la forma de vestir, la agricultura; es decir, la forma de vida en general de esta tribu indígena. Este concepto antropológico es posible aplicarlo a otras culturas, como la mexicana, la francesa y las de otros países y comunidades, ya que se trata de un concepto neutral. En adelante nos basaremos en él, aunque estamos conscientes de que persiste la confusión entre cultura y civilización en diversas lenguas. Cultura es un concepto que abarca muchos ámbitos de nuestra vida. Lo que nos da identidad es, en primer lugar, la lengua y la religión, y enseguida muchos otros factores de menor importancia: “amamos (o detestamos) la lengua, el lugar de infancia, su cocina, pero no amamos el seguro social, el fondo de jubilación… solamente queremos poder tenerles confianza,” dice Todorov.47

Estado nacional e identidad

Tzvetan Todorov explica también que nacemos inmersos en una cultura, la de nuestros padres. La cultura, la nacionalidad, el estado y la religión nos dan identidad. Por lo general, el nacionalismo es más fuerte que la religiosidad; la patria terrestre está más presente que la celestial. Durante las dos guerras mundiales los sacerdotes católicos de Francia y Alemania bendecían a los soldados que salían al campo de batalla, y a nadie le importaba que los católicos lucharan contra católicos. Inclusive los judíos alemanes, entre 1914 y 1918, estaban orgullosos de formar parte del ejército alemán, en cuyas filas podían mostrar su patriotismo. Después de las experiencias del holocausto empezaron a dudar del “patriotismo” de la generación anterior que enfrentaba también a judíos alemanes y franceses en el campo de batalla. Ahora, la nueva patria para muchos judíos alemanes es el recién fundado Estado de Israel.

La conciencia nacional surge a finales del siglo xviii con la Revolución francesa de 1789. La Marsellesa, el himno nacional francés donde se habla de los hijos de la patria, es producto de esta revolución y modelo para la composición de himnos nacionales en los países occidentales. Se trata de mensajes belicosos que suenan extraños en nuestro tiempo moderno, en el cual se busca la paz y se rechazan la violencia y el terrorismo. Por ejemplo, en el caso mexicano, es difícil imaginarse “el sonoro rugir del cañón”; la poesía patriótica de la Independencia, de Andrés Quintana Roo o Sánchez de Tagle y muchos otros, ya no tiene admiradores entre una juventud a la cual le es ajeno el concepto de patriotismo y que no siempre se siente orgullosa de ser mexicana.

A partir de la segunda mitad del siglo xx, el patriotismo y el nacionalismo han perdido su fuerza. Gracias a la política de conciliación de Adenauer y De Gaulle, los franceses dejan de ser los enemigos hereditarios de los alemanes y se convierten en sus aliados, igual que Inglaterra y Estados Unidos. El nuevo enemigo ya no es nacional, sino ideológico. El mundo occidental, liderado por los Estados Unidos, enfrenta al comunismo. Su enemigo principal, la Unión Soviética, es un estado multinacional que crea a un hombre nuevo ajeno a cualquier identidad nacional y religiosa, “el homo sovieticus”, cuyo fin describe la premio Nobel de literatura Svetlana Aleksiévich en uno de sus libros de reportaje.48 Es difícil decir si el proceso de “desnacionalización” y secularización fracasó completamente. Es una empresa muy arriesgada alejar al hombre de sus raíces religiosas y de su identidad nacional de manera repentina. La iglesia ortodoxa se debilitó mucho durante este proceso de sovietización; sin embargo, en el sur de la Unión Soviética, donde predomina el islam, la religiosidad sigue siendo un factor de gran importancia. El Partido Comunista subestimó la fuerza de la religión y ahora el gobierno ruso es aliado del Patriarca de Moscú. Sin embargo, el islam no deja de ser considerado un enemigo peligroso del gobierno, porque tiene el apoyo del Estado Islámico y otros islamistas radicales.

No obstante, aunque el Estado nacional, tan poderoso durante el siglo xix y principios del xx se debilitó mucho, todavía sigue presente. No podemos renunciar a él como quiso Stalin; pero debemos reconocer que “especialmente en Europa por el reforzamiento de las redes trasnacionales”49 su autonomía es cada vez más reducida. Hoy día los ingleses sueñan con devolverle su fuerza y se salen de la Unión Europea, que procura que los Estados nacionales se sometan a las directrices del Parlamento Europeo. La realidad es que, en este mundo globalizado, muchas decisiones ya no se toman a nivel nacional. Las empresas trasnacionales imponen sus condiciones a los países que se rebelan, amenazando con quitarles los créditos que son vitales para ellos. Un país aislado de la economía mundial, como lo fue Irán hasta hace poco, o Venezuela en la actualidad, sufre serios daños económicos.

El resultado es que, por un lado, el tradicional Estado nacional se está debilitando, y por otro, su desaparición forzosa, tal como la vimos en la Unión Soviética y Yugoslavia, puede tener consecuencias fatales, como los conflictos bélicos desatados en la zona del Cáucaso y en Ucrania; o la guerra civil en Yugoslavia, cuyas heridas apenas están sanando. Parece absurdo que la Unión Europea trate de unificar a los países en una organización supranacional que pretende hacer su propia política exterior y establecer embajadas europeas, mientras en el este de Europa surgen nuevos estados nacionales como Bielorrusia (Rusia blanca) o Ucrania. A veces estos estados son muy pequeños, como Eslovaquia, antes unida a Checoslovaquia, o Moldavia, que perteneció a Rumania hasta 1944 en que fue anexada a la Unión Soviética y hoy es un país independiente.

La Yugoslavia de Tito, que trató sin éxito de hacer olvidar a sus habitantes sus raíces étnico-religiosas para darles una nueva identidad comunista, se deshizo completamente porque sus habitantes comenzaron a combatirse tratando de recuperar sus raíces. Aunque serbios y croatas hablan prácticamente la misma lengua, se enfrentan por diferencias étnicas y religiosas. Los croatas católicos miran hacia el Occidente, los serbios ortodoxos se consideran cercanos a los rusos, un pueblo eslavo hermano. Ahora tienen sus propios estados. Muchos viven en Bosnia, un nuevo estado multicultural donde conviven serbios, croatas y, sobre todo, musulmanes. La guerra de Yugoslavia cobró muchas víctimas entre la población islámica, cuya identidad no es étnica ni nacional, sino religiosa. Cuando los turcos, que los convirtieron al islam, se retiraron, se quedaron sin protección; y durante el gobierno de Tito la religión dejó de tener importancia. Así, mientras Yugoslavia y la Unión Soviética se desmembraron, la Unión Europea trata de unirse cada vez más a través de un proceso muy difícil.

Al respecto, señala Todorov que “jamás habrá una nación o un pueblo europeo”,50 porque la Unión se compone de diferentes pueblos y culturas y no tiene una lengua común. No es posible seguir el ejemplo de Suiza y Bélgica donde alemanes, franceses e italianos en el primer caso, y holandeses y franceses en el segundo, se miran con desconfianza. Lo mismo pasa en Canadá, donde la minoría francesa quisiera independizarse. Por eso tiene razón cuando afirma que “La Unión Europea no elimina las estructuras estatales de los países miembros, sino que los coordina”.51 Tampoco es posible fusionar culturas muy diferentes como la alemana o la francesa o unificar por medio de una lengua vehicular, que es, en este caso, el inglés. Esto provoca resistencia ya que, sobre todo los pequeños estados de la Unión, exigen autonomía cultural y respeto por su lengua nacional.

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