Yo me impresioné con el número tan alto de inconvenientes que me fue enumerando. Que mi pene colgaba, oscilaba, vulnerable, pasivo, testarudo, miserable, arrugado, oprimido, perpetuamente frustrado, estúpido, deshuesado, ciego, furioso. Y se levantaba cuando nadie lo llamaba ¿verdad? Se encogía, podía quedarse fofo en los instantes cruciales. Se irritaba. Erguido bajo la ropa dificultaba de pronto la marcha. A veces se balancea en la entrepierna contra los testículos. Si se somete a cierta abstinencia huele mal. Y lo peor es que su potencia es limitada. Sale a escena de vez en cuando rotundo de sangre y deseo, y desaparece entre bastidores apenas acabada la proyección. O apenas empezada, lo que siempre es bastante peor…
Yo le pregunté si podía ir al jardín… Dijo que sí… Me recosté allí en un sillón, en medio de toda esa claridad y empecé a llorar… Vinieron Gorgonzola, el doctor y Zanahoria, un alcohólico… Luego Langosta… ¿Tú por qué estás aquí?… Porque… Demasiado bla, bla, bla… Me llevaron a clase de francés… Je m´appelle Jacqueline, ¿et vous?… De pronto me sentí muy triste y lloré de nuevo… Me sentí muy cansada y salí otra vez al jardín a leer los reglamentos del Instituto… Al rato se acercaron otro doctor y una enfermera… Amables… Me preguntaron si tenía frío… Sí, le dije, y la enfermera fue por un suéter… Me trajo el suéter… Un suéter bonito… Le platiqué cómo me tomé los fenobarbitales y me dormí… Me acompañó a mi cuarto… Un bonito cuarto… Desempaqué… Entró Piña Colada… Háblale a mi doctor, pregúntale… El secuentex… Han pasado ocho días de mi ciclo… ¿Qué hago?… El doctor dijo que estaba bien, que empezara a tomarlo desde hoy… Piña Colada me llevó al salón de rehabilitación… Quería hacer algo… Pedí una libreta y una pluma… Estaban en clase de inglés con Rice Crispies… Divertida… Hacen juegos de salón… Aprenda inglés jugando… Pero estoy tan cansada… Es hora de cenar… Me siento con Mermelada… Le digo que cuando salga de aquí se puede hacer rica fabricando ropa desechable de papel… Le parece muy buena idea… Le llevo una charola de comida a Chocolate que apenas puede hablar, come un poco, murmura gracias… Estoy tan fatigada que digo ya me cansé… Alguien me toma de la mano y lleva a mi cuarto… Me acuesto… Empiezo a hablar y me pongo a llorar… Al carajo con mamá… La enfermera me deja hablar… Le explico que la vivacidad de mamá y todas las cosas interesantes que ha hecho en la vida son como una barrera que ni siquiera mi brillante hermano ha podido franquear, y que yo represento un peligro y una amenaza para mis hijos, que mi propia vitalidad y fuerza les puede impedir competir y rebasarme… Y mi desmedida lujuria… Por eso debo morir… Duermo mal porque aún me duele mucho la garganta. Me metieron muchas sondas… No sé qué hora es… Soñé mucho con mi marido… Lo quiero… No sé si lo quiero… Todavía lo quiero… Ya no lo quiero… No me importa… Me besó… Casi nunca me besa… A veces pasan hasta seis meses y no me besa…
Yo soy inasible en la inmanencia… ¿Soy claro? Pues yo resido igualmente en los muertos que en los seres que todavía no han nacido…
Yo veo claramente dos caminos: cambiar mi modo de ser o seguir igual. Cambiar lo veo difícil, me rebelo ¿por qué ser como los demás creen que debo ser? Con esta actitud corro el riesgo de perder a Alguno. ¿Importaría? He pasado ya tantas veces por esta situación que perder a Alguno no me causaría especial dolor, estaría triste “pero siempre estoy triste” (otra vez Neruda). Pero ¿dónde me lleva todo esto? Debo intentar algo. Debo intentar amar. Después de todo, en el fondo, anhelo desesperadamente amar y ser amada. Intentaré, pero no será fácil. Sólo me queda esperar de Alguno una gran comprensión y una infinita dulzura cuando trate conmigo. No quiero perderlo. Debo darme esta oportunidad a mí misma. Pero no deseo pasarme la vida explicando por qué actúo de determinada manera. No lo deseo. Por ello, repito, sólo me queda esperar una gran dulzura y comprensión de Alguno. Ojalá, ¡ojalá las tenga! En cuanto a por qué soy así, por qué guardo silencio, o por qué no soy cariñosa, no vale la pena atormentarme. Soy así porque tengo miedo, porque siento inseguridad. No sé cuándo ocurrió, no sé cuándo empezó a ser así, tal vez desde siempre, tal vez desde la adolescencia. No sé. Ocurrió simplemente. Debo superarlo. Lo haré. Sé que será lentamente, muy lentamente. Pero lo haré. Ojalá y tenga Alguno la paciencia de tolerarlo, la calma suficiente para comprenderme. Será gradual y dulcemente, no de golpe. No puedo desprenderme de mis terrores en un día, o de un día para otro. Llegaron conmigo a la existencia. Debo abandonarlos muy lentamente. De otro modo no podría. No puedo de un día para otro tener gestos de cariño cuando siempre los he evitado. No puedo de la noche a la mañana dejar que todo lo oculto en mi corazón salga a flote. No puedo. Tardaría tiempo. ¡Ojalá lo entendiera! El miedo que siento de amar para que todo finalice en un adiós, no puedo reprimirlo, borrarlo con sólo desearlo. Lo haré, pero poco a poco. ¿Esto es muy difícil de entender? ¿Es difícil de comprender mi miedo si he visto que a mi alrededor todo se derrumba? ¿Si he visto que el amor termina convirtiéndose en odio, o ni siquiera en eso, sino en fastidio, aburrimiento, desinterés? Me resisto a amar porque tengo miedo. Alguno lo sabe. Y no voy a repetírselo cada vez que lo vea. Soy un ser temeroso e inseguro que lucha por olvidar la inseguridad y el temor. Sólo necesito tiempo. Algo de tiempo…
Yo dije que nada sexual me era extraño. Rieron y sí, la sexualidad femenina, respondieron ellas. La sexualidad femenina…
Yo le enseñé un cuadro de Félix Labisse: L’avenir devoilé (El porvenir develado). En un verde elemento acuático nadan algunas hojas que evocan sexos femeninos. Emerge un busto de mujer cubierto por una envoltura roja, salvo los ojos y una mano. La envoltura se desgarra y riza como un pétalo, develando los senos color carne un poco pálida. El porvenir aparece como una de las zonas más eróticas del cuerpo femenino… Y una de las frases de Le fou d’Elsa dice: “El porvenir del hombre es la mujer”. ¿Y la mujer?, protestó Armonía ¿no tiene meta ni tendrá fin?
Yo en cuanto llegué al departamento la niña me pidió: Mamá, estudia conmigo dos capítulos que mañana tengo prueba de ciencias. Me esforcé en mostrar ánimo y solidaridad sentándome a su lado y al mismo tiempo revisando en el regazo la correspondencia del día. Comenzamos. ¿Qué hay que hacer para evitar las lombrices? Y la niña: Andar con zapatos, lavarnos las manos antes y después de la evacuación. Y estar inmunizado contra las paperas significa que ya tuve paperas y puedo quedar cerca del niño con paperas. La lombriz de paperas no entra en mí. La defensa de los ojos son las lágrimas, de la nariz son los pelos, y de la boca es el jugo gástrico. Yo hablé al vacío: usar calzado ¿para qué sirve? La niña me miró espantada: Mamá, la pregunta es “mencione cinco medidas de prevención contra las lombrices”. Yo volví en mí, aparté las cartas y folletos, en su mayoría reclamos de acreedores, y me dispuse a estudiar con mi hija.
Yo recibí la invitación para reunirnos con algunos pendejos de clase media. No tenía orillas doradas. No las necesitaba. Simplemente sabías que estaba allí: las monedas de chocolate cubiertas con papel de oro, la mazuma mazuma, lo que se necesita para levantarse de la cama y cagarse en la propia y mejor vajilla (si no quieres hacerlo en tu cloaca, es tu viaje, baby), y sí, compañeros. Lo tenían. La hierba que sabe a tinta y dedos callosos, impresa sobre el mejor papel de Crane, de ése que tiene ramilletes de ceros en cada esquina, antecedidos de una cifra… Un general venido a menos se apresuró a abrir la puerta del taxi del cual ya habíamos salido mucho tiempo antes. No le dimos propina. Nos dijo groserías hasta arriba, nos dijo groserías hasta abajo, nos dijo groserías hasta que entramos in brogue. Nos arrastramos por el vestíbulo. Oh, minas de travertini, ¿nunca se acabarán? O eres tú la insinuación, la clave, el letrero, quizá la Cosa Misma, lo aparentemente imposible: provisión inagotable. En realidad todo era feo y blanqueado de piedra de Kasota ¿a quién le importaba? A nosotros. A lo lejos un tambor nos proporcionó un poquito de locura por las orejas: algunas toneladas de prismas habían golpeado el suelo del barco, hacía una noche de luz y miedo. Velozmente hacia arriba. Náusea de montaña. El piso noventa, todo el piso adornado como La Terraza del Terror (balaustradas de hilo nylon transparente). Una autómata —la obra maestra de un montón de artesanos muy diestros y del brujo de Chiapas: La Anfitriona. Brazos de tela de chryselephantine se levantaron y separaron, palmas hacia abajo. Una mano para cada uno para hacer con ella lo que quisiéramos: apretar, lamer, acariciar, besuquear, golpear, pero no precisamente sacudir. Los ojos —trasplantaciones color lavanda de lo mejor—estaban mojados por la alegría, la más cara. Nuestros labios se separaron. Click. Esto es una grabación. Estoy tan FELIZ de que hayan podido VENIR. Si tienen algo que decir —y debe ser algo bueno—, esperen el tono. Sobre esas manos bajaron ojos como de lentes gran angulares. Con la mirada de un connoisseur de perlas, joyas y relojes, alguien que realmente conoce su materia y no acepta ningún engaño de nadie, especialmente cuando nadie le ha dicho nada. Estudiamos la colección. Hmmmm. No era de lo mejor. ¿El anillo que quita el polvo de los nudillos de rubí azul? Ésta es la más famosa falsificación en el mundo entero más Saturno, Marte y Júpiter con todo y lunas de repuesto… Tartamudeo de coraje. Tonto. Cretino. Idiota. Se levantaron las miradas y me miraron a la cara. Mi sonrisa se volvió simplemente más cariñosa, pero mis ojos habían cambiado sutilmente. De ellos brotaba La Aurora Boreal caliente y echando humo. Nuestras caras se sonrojaron, pelaron, sanaron y oscurecieron hasta el bronceado deseado. Un brillo colorado y sano. Nos fuimos inmediatamente. Mejor que Acapulco. Más barato y no hubo bicicleteros pega y corre. ¿Acapulco? ¿A quién le hace falta?
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