Al final de la obra, Dante decide no hablar más de esta singular mujer «hasta tanto que pudiese hacerlo más dignamente».
Y en conseguirlo me esfuerzo cuanto puedo, como ella en verdad sabe. Así, pues, si le place a Aquel por quien toda cosa vive que mi vida dure algunos años, espero decir de ella lo que nunca de nadie se ha dicho. Y luego quiera aquel que es señor de toda cortesía que mi alma pueda irse a ver la gloria de su señora, esto es, de la bienaventurada Beatriz, la cual gloriosamente contempla el rostro de aquel qui est per omnia saecula benedictus (que es bendito por todos los siglos). 9
El lenguaje poético
Por ser fruto de una transfiguración —un cambio a mejor—, este amor requiere ser proclamado con lenguaje poético , entendido este vocablo en su sentido más profundo. La figura de Beatriz simboliza este tipo de amor elevado, promotor de relaciones desbordantes de sentido. Tal fertilidad nos indica que dicho simbolismo es plenamente real , eficiente, no una vana figuración literaria. Si puede parecerlo a primera vista, es precisamente porque su tipo de realidad es muy elevado. 10
Como el tema del amor a las personas se vincula en la Divina comedia muy estrechamente con el amor a la sabiduría, nos ayudará a penetrar en esta obra experimentar de cerca el fervor que sintió Dante por la vida de la razón y, en general, por la «filosofía». Los estudios filosóficos le ayudaron a profundizar en la experiencia que tenía de la vida y le permitieron analizar las diversas actitudes que adoptaron ante la vida quienes se hallan ahora en el infierno, en el purgatorio, en el paraíso.
El infierno
Conducido por el admirado poeta Virgilio, Dante se encuentra, en su viaje, ante la puerta del infierno. En ella figuraba una pavorosa inscripción, cuyas palabras, más que escritas, parecen talladas en bronce:
Por mí se va a la ciudad doliente;
por mí se va a las penas eternas;
por mí se va a estar con la gente perdida.
(…) Antes que yo no hubo cosa creada,
sino lo eterno, y yo permaneceré eternamente.
Vosotros, los que entráis,
dejad aquí toda esperanza (Canto 3, 1-9). 11
Dante advierte que quienes ahí habitan —sin esperanza de un futuro mejor— «nunca vivieron de verdad» ( ibid ., 64-60); se dejaron llevar de una actitud de soberbia y prepotencia, y se sometieron a toda suerte de adicciones viciosas; entre ellas, la gula (Canto 6, 49-63) y la avaricia… ( ibid ., 64-76). De sus extralimitaciones no mostraron arrepentimiento en vida, y murieron sin contrición.
El purgatorio
Las personas que aquí se encuentran cometieron también faltas graves, pero se arrepintieron sinceramente antes de morir. Por eso su estado es de purificación . Lo anota cuidadosamente el autor: «Virgilio me dijo: “Hijo mío, aquí puede haber tormento, pero no muerte”» (Canto 27, 1-32).
Dante se dirige a quienes se hallan en tal estado con estas palabras: «¡Oh almas seguras de gozar, cuando sea, de eterna paz! (…) Que vuestro mayor deseo se vea satisfecho pronto y el cielo os albergue, que está lleno de amor y se dilata por más espacio» (Canto 26, 52-66). Una de estas almas nos revela su nombre —Guido Guinicelli—; confiesa que llevó un camino errado, pero se arrepintió antes de su hora postrera.
El final del purgatorio será venturoso para cada alma en él retenida. Por eso eleva Dante el tono poético. Virgilio presiente ya la cercanía de Beatriz, y le dice a Dante para animarle: «Me parece que la están viendo mis ojos» (Canto 27, 52-54). Dante añade: «Nos guiaba una voz que cantaba al lado de allá, y nosotros, atentos solamente a ella, salimos por donde estaba la subida. Venite, benedicti Patris mei (Venid, benditos de mi Padre), se oyó decir a un ser luminoso que allí había, y lo era tanto que me fue imposible mirarlo» ( ibid ., 56-59).
Dante comienza a presentir la dicha del cielo, al que se está acercando, mediante un sueño en el que creyó ser Lía —la primera esposa del patriarca Jacob—, que extiende en torno sus bellas manos para hacerse una guirnalda ( ibid ., 100-102). Esta premonición se acentúa cuando Virgilio le predijo que el supremo bien está a punto de serle concedido: «Aquel dulce fruto que por tantas ramas va buscando el afán de los mortales hoy, en paz, saciará tu hambre» ( ibid ., 115-117). Conmovido, el afanoso caminante comenta: «Nunca hubo regalo que me causara un placer igual. Y tanto se acrecentó en mí el deseo de hallarme arriba que, a cada paso, parecían crecerme alas para volar» ( ibid ., 121-123).
Cuando, en la subida, pisaron el último escalón de esa morada, Virgilio le miró a los ojos y le dijo, con el aire grave de los testamentos: «Has visto, hijo, el fuego temporal y el eterno, y has llegado a un lugar a partir del cual no puedo ver nada nuevo. Te he traído hasta aquí con ingenio y destreza; toma desde ahora tu voluntad por guía; ya estás fuera de los caminos escarpados y angostos. Mira el sol que ilumina tu frente; las hierbas, las flores y los arbustos que esta tierra por sí sola produce. Mientras llegan, felices, los bellos ojos que, llorando, me hicieron ir a ti, puedes sentarte o puedes ir hacia ellos. No esperes mis palabras o mi consejo. Libre, recto y sano es tu albedrío, y sería un error no actuar conforme a su parecer; y así, considerándote dueño de ti, te otorgo corona y mitra» ( ibid ., 127-142), es decir, cierto grado de soberanía.
La primera señal de que nos acercamos al reino de Dios es hacernos cargo del respeto que el Creador siente hacia nuestra libertad y nuestra responsabilidad.
La cercanía del paraíso
Para indicar que está acercándose al paraíso, Dante nos presenta paisajes amables, acogedores, bien aromados y animados por los trinos de los pájaros. En ellos destaca la presencia de mujeres jóvenes y hermosas que entonan canciones deliciosas mientras escogen las flores más bellas.
Una de ellas le indica que se halla en el «paraíso terrenal» (Canto 28, 91-93), en el cual el Sumo Bien situó al hombre en principio. «El Sumo Bien, que solo en sí mismo se complace, hizo al hombre bueno y para el bien y le dio este lugar en aras de su eterna paz. Por su culpa permaneció aquí poco; por su culpa, en llanto y en afán cambió la honesta risa y el dulce pasatiempo» ( ibid ., 94-96).
Abundan aquí los cantos de bendición y alabanza. Una joven, con entusiasmo de enamorada, expresa en una bella melodía esta bienaventuranza: «Beati, quorum tecta sunt peccata!» (dichosos aquellos a quienes se le perdonaron sus pecados) (Canto 29, 1-2).
Este ambiente de belleza y bondad está penetrado de una luz muy viva, y hasta las gentes de un cortejo «están vestidas de un blanco tan puro como nunca existió» ( ibid ., 64-66).
Las flores dan al conjunto un aire festivo y alegre, verdaderamente primaveral. Los cien ministros y mensajeros de la vida eterna cantan jubilosos: «Benedictus qui venit!» (bendito el que viene), 12y arrojan flores, mientras exclaman: «Manibus o date lilia plenis!» (esparcid lilios a manos llenas) 13(Canto 30, 19-22).
Aparición de Beatriz
En este ambiente «donde siempre es primavera», la bien amada Beatriz aparece «coronada de olivo sobre el cándido velo, vestida de color de llama viva, bajo un verde manto. Y mi espíritu (…), por la oculta virtud que de ella emanaba, sintió la gran fuerza del antiguo amor (…)». Dirigiéndose a Dante, le dice: «¡Mírame bien! Soy yo; soy realmente Beatriz. ¿Cómo te creíste digno de subir al monte? ¿No sabías que aquí el hombre es feliz?» ( ibid ., 73-75).
Beatriz le reprocha a Dante haber cometido serios errores al faltar ella de la tierra. Dante se arrepiente profundamente y se ve sometido a una especie de rito de purificación. Una joven le dice que se agarre a ella y lo introduce en un río; lo sumerge en él mientras se oye cantar el Asperges me , antífona que pronuncian los sacerdotes católicos cuando bendicen al pueblo con agua bendita.
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