Los guerreros jaguar constituían la élite del ejército mexica. Solían enviarse al frente de la batalla en las campañas militares. Para alcanzar el estatus de jaguar, el soldado debía capturar doce enemigos vivos en dos campañas consecutivas.
En palabras de Isabel Bueno, «Los espectáculos de masas fueron fomentados por el imperio mexicano para hacer ostentación de su poder y controlar a las comunidades, haciéndolas partícipes y cómplices». 101 Las celebraciones implicaban el sacrifico de seres humanos, una cuestión siempre controvertida, pero está claro que, en todo caso, no fueron los mexicas sus introductores en Mesoamérica. Sin duda, hubo sacrificios humanos en la ciudad de Teotihuacan. Los toltecas y los acolhuas sacrificaron seres humanos y los mexicas, al entrar en contacto con ellos y sus prácticas, los adoptaron. Pero, sobre todo, fue tras su asentamiento en el valle central de México, al estar bajo la tutela gubernativa de los tepanecas de Azcapotzalco, cuando los mexicas asumieron los aspectos sociogubernativos e ideológico-religiosos de los mismos y de ahí que las prácticas como la extracción de los corazones, pero también el flechamiento y el posterior desollamiento del cuerpo, además del llamado sacrificio gladiatorio, 102 estuviesen bien insertadas en el calendario festivo-religioso. Era este un calendario muy nutrido de por sí de celebraciones, que aumentaron conforme lo hizo la extensión del imperio y, con ella, los triunfos militares. No fue hasta el reinado de Moctezuma I cuando se sistematizaron las conmemoraciones en el ámbito mexica. Yolotl González, citada por Isabel Bueno, afirmaba que «En un Estado centralizado el sacrificio se convierte, con su función reguladora y controladora de la violencia, en un medio de manipulación y de obtención de poder político a través del manejo de la ideología y de las fuerzas sobrenaturales». 103 Para Alfredo López Austin:
[…] la explicación [de los sacrificios humanos] debe buscarse en la ineficacia de los conquistadores para dominar a los pueblos que habían caído bajo sus armas. Cuando la rebeldía de los vencidos podía echar por tierra los logros bélicos, debía optarse entre disminuir el beneficio de la expoliación o arriesgarse al surgimiento de un peligroso movimiento de liberación. 104
Y añade:
[…] en el fondo los mexicas también querían dominar a menor costo. La guerra cansaba con los siglos, y el intento de difundir el culto de Huitzilopochtli como rector y el de sus hijos como modernos toltecas creadores de cepas de gobierno era, a todas vistas, la pretensión de un cambio de vida. [...] La era del dominio pacífico, religioso, pretendía iniciarse cuando llegaron otros conquistadores […]. 105
El propio López Austin, en un trabajo conjunto con Leonardo López Luján, se desdijo en buena medida de esa idea acerca del dominio pacífico, religioso, que nunca llegó a ver la luz, sino que, más bien, existieron o, mejor, coexistieron estrategias de dominación coercitivas e ideológicas, las cuales, por cierto, aplicó la Monarquía Hispánica. López Austin lo reconoce sin ambages:
La Conquista [española] y la Colonia se establecieron gracias a dos formas concurrentes y complementarias de dominación: por una parte, el avance militar y el establecimiento de un orden político hegemónico, bases del nuevo orden económico de explotación a los indígenas; por la otra, el adoctrinamiento religioso y la aculturación de los indígenas bajo los cánones del pensamiento occidental. No es posible –como lo han pretendido algunos de los defensores de la evangelización– separar la conquista militar de la llamada «conquista espiritual», pues ninguna puede explicarse sin el auxilio de la otra, ni ambas sin su unión a la empresa imperial. 106
Stan Declercq, merced al uso de los cronistas y la comparación con otros espacios americanos, nos revela todo el ceremonial de recibimiento de los prisioneros de guerra: eran aclamados con cánticos específicos para ese momento, como si se entrase de nuevo en guerra, y los propios prisioneros participaban de tales cánticos y bailes 107 junto con los principales mexicas y honraban el templo de Huitzilopochtli. En esos cantos, muchos tomados al enemigo, se celebraban hazañas bélicas y de los antepasados. Recibían entonces un refrigerio y eran sahumerizados como personas con un destino importante, en este caso, el sacrificio. Pasaban ante el tlatoani para ser recibidos formalmente y eran llevados a un lugar especial, un recinto donde guardar a las víctimas sacrificiales, el malcalli , para, posteriormente, poner a los presos en filas delante del tzompantli , donde los guerreros captores se identificaban como tales. Había jaulas de madera en las que se guardaban a los cautivos durante un tiempo, llamadas teylpiloyan por fray Juan de Torquemada para diferenciarlas de las jaulas para presos comunes, o quauhcalco . Después, el prisionero pasaba a ser custodiado por el calpulli de su captor, donde era vestido y alimentado como un miembro más y se le daba un buen tratamiento. Incluso podía disponer de prostitutas como si de una esposa mexica se tratase. De esa forma, la integración en la nueva comunidad era total. En un momento dado, a elección de los sacerdotes de acuerdo con un calendario de actos, el prisionero era trasladado de nuevo a un templo principal, donde era inmolado. Era habitual que el capturado hiciera referencia a la honra de su localidad de procedencia y se regocijaba por tener un final digno, el mejor, de hecho, aparte de morir en combate. Tanto en un caso como en otro, el destino final era morar en el cielo mexica, en un llano cerca del sol. Después del ritual sacrificial, el guerrero captor disponía de los restos y los trasladaba a su calpulli . Según fray Juan de Torquemada:
[…] llegaba con sus deudos y amigos el que lo había cautivado y preso y llevábanselo con grandes regocijos y solemnidades y hacíanlo guisar, y con otras comidas hacían un muy solemne y regocijado banquete; y si el que hacía esta fiesta era rico, daba a todos los convidados mantas de algodón.
Por último, se realizaban ciertos ritos post mortem donde toda la comunidad, pero sobre todo el guerrero captor, los huesos de la víctima y su alma tenían un rol importante que desempeñar.
En toda la parafernalia descrita era muy importante la vestimenta, la apariencia física tanto de captor como de capturado. Solo ellos podían vestirse de esa forma, cuando existía todo un ritual formalizado con 48 clases de mantas distintas y 11 taparrabos. Cuando se acercaba el momento de la ejecución, el captor y su prisionero se vestían ambos con los atributos de las víctimas sacrificiales. Durante el mes de Tlacaxipehualiztli 108 se presentaban las víctimas rayadas de rojo y blanco, con banderas de papel y rayas pintadas de hule negro o huahuantin , mientras que los guerreros captores se pintaban de color rojo, con brazos y piernas cubiertos con plumas blancas de guajolote. De esa forma, uno y otro se identificaban y, de alguna forma, el captor resaltaba su posición al ofrecer un cautivo para el sacrificio.
El guerrero exitoso, capturador de enemigos, es decir aquel que contribuía a mantener a los dioses vivos gracias a la muerte de los capturados en batalla, recibía como premio poder gozar de un número variable de mujeres. De entrada, cuando un guerrero joven regresaba con un primer prisionero era el momento en que podía desposarse. Declercq cita al cronista Hernando de Alvarado Tezozómoc, que señalaba que existía una ley entre los mexicas según la cual:
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