Los primeros momentos
Antes de lanzar la primera pregunta es conveniente entablar una conversación breve y trivial que ayude a “romper el hielo” y favorezca la creación de un ambiente más relajado.
Al comienzo de la entrevista suele haber nerviosismo en alguno de los actores o en ambos. A veces mucho, a veces muy poco. Los dos tienen que perder. El periodista está expuesto al fracaso de la entrevista, porque el encuentro es la materia prima de su trabajo y si sale mal, saldrá mal su texto, o no saldrá. Y el entrevistado también está nervioso porque pone su ser y su quehacer en manos del periodista. Si el reportero no es bueno, no podrá comprender el sentido de las respuestas, no las jerarquizará adecuadamente, no podrá discriminar tonos, ni editará correctamente. Podrá incluso, con intención o sin ella, tergiversar la conversación. En lugar de delinear un retrato de la persona, el entrevistador hará una caricatura de ella o, peor aún, la deformará de tal manera que quedará irreconocible. En la entrevista ambos actores exhibirán ante los lectores lo mejor y/o lo peor de sí mismos.
En todo caso, “la última palabra la tiene el periodista. Eso es lo que alimenta la paranoia del entrevistado y, en consecuencia, demanda de un periodista de oficio la habilidad para hipnotizarlo. Se trata de suavizar para el sujeto la delicada circunstancia que está viviendo: que está siendo examinado públicamente y que lo que dice y lo que calla será expuesto a miles de personas”.h
Los nervios aumentan cuando la entrevista será grabada en video y entonces el lugar se convierte casi en un estudio de televisión. Las luces, los micrófonos y un grupo de personas que se mueve alrededor de los entrevistados propician que aumente la tensión y el diálogo pierda naturalidad. En el caso de las entrevistas trasmitidas en directo, la situación se vuelve todavía más compleja porque no hay posibilidad de editar, y lo dicho, dicho está.
Calma y tranquilidad. El periodista no debe asustar al entrevistado y tampoco debe asustarse. En el momento inicial establecerá las condiciones para favorecer un diálogo entre iguales. No en el sentido de camaradería, sino en el de libertad para preguntar en función del interés público. En ese momento, el periodista no es súbdito, ni feligrés, ni admirador; pero tampoco es profesor de moral, defensor de la nación, ni juez. Es un representante de los lectores que preguntará, siempre con respeto, lo que con conocimiento y honestidad considere que incumbe a los lectores.
Los primeros minutos son fundamentales y suelen marcar la pauta del resto del diálogo. Daphne Keats dice: “Las primeras etapas son una mutua exploración de la tarea que se requiere y el establecimiento de conductas favorables”.j
Manuel del Arco afirma: “En este primer contacto físico hay de repente una mutua observación que tiene mucho de disección anatómica. El personaje me escruta a mí y yo diagnostico en el acto. Y uno toma sus precauciones. El saludo preliminar tiene algo de tanteo. Según responde a nuestras palabras, así nos preparamos para la conversación”.k
Pero no se trata sólo de lograr empatía para que el diálogo fluya bien. Es, sobre todo, el momento en el que el periodista se sitúa como un profesional. Bastenier lo explica así: Establecer “buenas cartas credenciales es como decirle [al entrevistado] que ese tiempo de su vida no va a ser en vano, que aspiramos a algo más que cumplir el expediente; que hemos hecho los deberes antes de presentarnos ante su persona”.l
Esto además servirá para advertir al entrevistado que se encuentra frente a un periodista profesional que sabe del tema y al que, por tanto, no será fácil tomarle el pelo.
La actitud es fundamental. Si el entrevistado percibe que tiene al frente un interlocutor de nivel e interesado en el tema se sentirá más motivado a responder que cuando nota que el entrevistador está ahí porque lo mandaron. En una ocasión una persona llamó al periódico para decir: “La próxima vez que manden a esa reportera a entrevistarme, por favor denle antes un café”. Luego explicó que la reportera había pasado toda la entrevista recostada sobre el escritorio y bostezando.
La humildad es otra actitud que favorece el diálogo. La preparación del tema tiene como objetivo la posibilidad de sostener un diálogo de altura en función del público, pero cuando el entrevistador plantea la conversación en términos de un coloquio entre eruditos corre el riesgo de que su entrevista no sea interesante para el público en general. Si el periodista ya lo sabe todo sobre el tema o sobre la persona que tiene enfrente, se puede ahorrar la entrevista y pasar directamente a escribir un libro. Es, de nuevo, un asunto de equilibrio. El periodista tiene que saber mucho del tema, pero al mismo tiempo debe ser humilde y mantener una cierta dosis de ingenuidad. Con ello conseguirá que su texto contenga los elementos básicos que le permiten a cualquier lector entender el tema a la vez que le aportará al lector enterado datos novedosos.
Rudos y técnicos
Algunos periodistas consideran que una buena entrevista es un pleito. Creen que su tarea es hacer enojar al entrevistado, cuando de lo que queremos es hacerlo hablar. Por supuesto que no se trata de ser condescendiente con él ni que nuestra principal preocupación sea que pase un buen rato. En muchos casos habrá que hacerle preguntas duras que no le gusten y tal vez se moleste, pero no es su enojo lo que buscamos de entrada. Otros periodistas confunden su tarea y buscan ridiculizar al entrevistado o intentan convencerlo de algo. Pero no es tarea del periodista convertir a nadie sino conocer qué piensa y por qué piensa así una persona, por qué hizo o dejó de hacer algo. Es mostrar un punto de vista que puede ser distinto del suyo.
Además, la rudeza es poco productiva en términos informativos. Con preguntas agresivas “lo más probable es que se produzcan respuestas hostiles, agresivas, distorsionadas y limitadas y no producirán la “verdad”.;
Bastenier afirma que las entrevistas “no son justas de gladiadores en las que el periodista centra todo su esfuerzo en demostrar al lector —al entrevistado sí que ha de demostrárselo— lo inteligente que es, lo mucho que sabe del asunto, cómo acorrala al personaje y le obliga a confesar sus culpas; entre otras cosas, porque si se le acorrala es seguro que no confesará nada”.z
Rosa Montero tampoco está de acuerdo con los “boxeadores” de la entrevista. Se inclina, en cambio, por los entrevistadores
que quieren entender a sus entrevistados, que se esfuerzan en atisbar sus interiores, en deducir cuál es la fórmula íntima del interlocutor, el garabato esencial de su comportamiento y su carácter, y en esto, el afán de comprender y de saber, el periodista es como el novelista que, al desarrollar sus personajes, está explorando los extremos del ser e intentando desentrañar el secreto del mundo. Esta vertiente literaria es la que a mí más me interesa de las entrevistas, tanto a la hora de leerlas como a la de hacerlas. Por eso detesto al periodista enfant terrible, al reportero fastidioso y narciso cuya única ambición consiste en dejar constancia de que es mucho más listo que el entrevistado cuando en realidad siempre es mucho más tonto, porque no aprende nada […] Prefiero el tono íntimo, y esos momentos casi mágicos en los que, por quién sabe qué rara y efímera armonía de las voluntades, te parece haber podido conectar con el interior del otro. Son instantes en los que los entrevistados suelen decir cosas que jamás han dicho, en los que el tiempo parece suspenderse y las palabras construyen mundos.x
El diálogo
“El entrevistador es el responsable de la dirección que tiene que tomar la entrevista”,c afirma Keats. Por ello debe conducirla activamente en una aparente paradoja que consiste en llevar al entrevistado por el camino que hemos previsto, pero al mismo tiempo estar alerta porque suelen aparecer nuevas rutas a veces mucho más interesantes que las que habíamos diseñado. Habrá momentos para dejarlo hablar y salirse del tema y tendremos también que forzarlo a regresar y conducirlo al meollo del asunto. De ahí la necesidad de estar interesado y mantenerse atento, de preguntar, repreguntar y devolver respuestas. A algunos entrevistados les cuesta expresar con claridad sus ideas. Otros, en cambio, dan rodeos intencionalmente para no decir lo que piensan. En ambos casos es de gran ayuda plantear: “Lo que usted me quiere decir es tal cosa” o “Si yo escribo que usted dice tal cosa ¿sería correcto?”. Así los obligamos a precisar.
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