EQUILIBRIUM
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Iª edición
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ISBN: 978-84-18230-62-2
Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.
ALBERTO FERNÁNDEZ RHENZ
EQUILIBRIUM
Para ti, Pilar, que me hiciste creer en esta historia desde el principio, mi amor, mi compa ñ era siempre. Y para esas grandes mujeres, vosotras lo sab é is, que de una forma u otra hab é is formado parte de este sue ñ o conmigo. Y para ti, mam á .
Castellón de la Plana, 1 de noviembre de 2020
¿Y ahora qué? Aquella mirada perdida delataba una actitud extrañamente relajada. El joven se encontraba absorto, su espíritu había abandonado aquel cuerpo gratificado por la inquietante tranquilidad del momento. Mientras, por su mente fluía una catarata de recuerdos, tiempos pretéritos felices al abrigo de los brazos de su padre. Al lado de aquel ser protector no había lugar para el miedo o la angustia. Papá Carber siempre había procurado ponérselo todo fácil, había sido su guía, su dios particular y, durante muchos años, su única religión.
Sin embargo, con el paso del tiempo, llegando a la adolescencia, Leo llegó a la conclusión de que su referente le había fallado. El choque entre dos caracteres tan diferentes fue inevitable y esa admiración fue tornando en una insana envidia, que hizo brotar en aquel muchacho un sentimiento de tenue frustración que le llevó a adoptar una actitud rebelde e inconformista ante la vida, algo que conviviría con él desde su temprana juventud hasta el final de sus días.
Leo había situado el listón de sus expectativas demasiado alto; su padre era un espejo donde mirarse, todo lo que él quería ser en la vida, y ese deseo lo empujó a un esfuerzo de continua autoexigencia; sin embargo, fracasó en el intento y ello lo llevó a adoptar un sentimiento irracional de resquemor hacia la figura de su progenitor.
Con el tiempo, aquel joven llegó a la conclusión de que la brillantez y el éxito no tenían un origen genético y que se trataba de virtudes que debían forjarse durante toda una vida de esfuerzo y experiencias. Posiblemente esas experiencias vitales hicieron que el joven Leo desistiese de seguir la estela de su padre.
En aquel instante se encontraba viviendo un momento místico, había dejado de lado la tragedia que acababa de vivir. Aún conservaba en su boca el sabor del último trago del bourbon barato que se había agenciado el día anterior en el saqueo al supermercado Lidl del Polígono Sur. Su aliento profundo e intensamente alcohólico invadía aquella estancia y Leo no podía dejar de hacerse preguntas. Pese a ello, se encontraba demasiado aturdido por el alcohol y las horas de vigilia como para encontrar respuestas.
Recordaba que no habían transcurrido más de cuatro días desde aquel instante de la madrugada del lunes en el que salió de aquel garito de copas del centro de la ciudad, para fumar un cigarro junto a su amigo Rick y todo saltó por los aires.
Leo le dio una profunda calada al cigarro y, solo un instante después, quebró en el interior de su cabeza un zumbido hueco y profundo. Aquella violencia desatada, fuese lo que hubiese sido, hizo que perdiese el equilibrio y que se disipara en él cualquier mínima noción de tiempo y espacio. Una abrupta desorientación se abrió paso entre una amalgama de desagradables sensaciones junto con un regusto a sangre que se apoderó de su boca.
A su lado, tirado en el suelo, hecho un ovillo dentro de una tela de forro de las que se utilizan en las obras de construcción, se encontraba Rick. El resplandor de aquella explosión le había cegado. Cuando todo saltó por los aires, le reventaron los tímpanos, y la observación directa de aquella bola de fuego provocó que sus retinas se contrajesen como dos trozos de plástico expuestos a la llama cercana de un fósforo.
La onda expansiva había sido de tal magnitud que lanzó a los dos jóvenes al suelo contra la pared de un edificio en rehabilitación que se encontraba a sus espaldas. Un golpe seco y profundo recorrió todos sus huesos y, por un momento, Leo sintió que se le escapaba la vida.
Aturdido, tardó en reaccionar, pero lo hizo antes que su amigo, que se había quedado postrado en el suelo, tapándose la cara con ambas manos y sangrando profusamente por los oídos.
Después del estruendo inicial, un silencio cómplice ahogó todo atisbo de vida. Un caos mudo recorría las calles de aquella acogedora ciudad del Levante español y solo adivinaba a oírse algún quejido de dolor y una suerte de lamentos ahogados por el ruido de los cascotes de escombros que caían de los edificios afectados y que se estrellaban bruscamente contra las aceras.
En pocos segundos la temperatura ambiente había aumentado en más de cuarenta grados. Junto a aquella sensación de intenso calor, el suelo se estremecía sin control, desde sus cimientos hasta el punto más alto de la ciudad, removiéndose bajo los pies de cuantos se encontraban en vigilia a aquellas horas de la madrugada.
Hacía días que sus huesos paraban en aquel sucio y viejo edificio de fachada blanca y puertas de madera envejecida, que nos recibía abriéndose hacia un patio interior encalado; sus paredes se encontraban descascarilladas por el inexorable paso del tiempo y por un deficiente mantenimiento; un viejo Peugeot de color gris descansaba su metálico esqueleto en la cara sur del recinto. En el lado norte reposaba un encofrado que delataba la ejecución de algunas obras de rehabilitación inconclusas, con la finalidad de remozar aquella añeja fachada.
En la planta superior, aún podían apreciarse los colgajos de lo que en su día debió ser un proyecto de enredadera: sin duda, una Hedera helix o hiedra común, y en unos macetones cercanos se hallaban numerosos tallos secos de lo que debieron haber sido en otros tiempos exuberantes plantas de geranios. Las barandillas blancas del fondo anunciaban la presencia de una escalera interior que daba acceso a la primera planta del edificio. En los escalones, desgastados por el uso, podían observarse restos de objetos personales de los pobres infelices que habían tenido que salir de su escondite a la carrera. Llamaba la atención la presencia de un muñeco de trapo inerte en el suelo, huérfano de su pequeño dueño, y a su lado un chupete de color azul con una cadena de plástico blanca que en su extremo disponía de un imperdible, también de plástico, con la púa abierta.
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