Alberto Fernández Rhenz - Equilibrium

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Miriam y Leo son dos jóvenes que cruzan sus destinos una noche en la que se produce un acontecimiento devastador en la ciudad de Castellón de la Plana. Juntos vivirán momentos difíciles junto a otro grupo de supervivientes a la catástrofe con los que compartirán sus vidas. Mientras, el planeta pasará por un momento de especial inestabilidad física que tendrá su culminación en el incidente de Castellón.Por su parte, los miembros de un antiguo grupo de estudiantes universitarios, llegada su madurez, intentarán sacar a la luz los problemas que acechan a la Tierra y el peligro que atraviesa la estabilidad de la especie humana. El afán de Alexander Grodding y Willian Carber llevará a los Milenaristas a tomar una decisión fundamental para la Tierra, nuestro hogar. La realidad nunca será lo que parece y nadie confiará en nadie. A través de la páginas de la novela se irán desarrollando acontecimientos que pondrán al descubierto la existencia de algo más que un problema físico que afecte a nuestro planeta.

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A unos quinientos metros de la avenida de Lidón había un enorme foso excavado en el terreno con la finalidad de levantar los cimientos de un edificio en construcción. Míriam había pasado por delante en varias ocasiones y un día, por fin, se decidió a organizar el traslado de todos los cadáveres hasta aquel foso. Para ello se hicieron con dos carretillas de obra en las que iban sacando uno a uno los cuerpos que luego debían trasladar hasta su último lugar de reposo. Una vez depositados, se cubrían con una pila de arena de obra que había en el lugar.

Sin duda, aquel fue uno de los peores momentos que vivieron todos los habitantes del refugio de la avenida de Lidón. Había cadáveres que llevaban allí casi un mes y el hedor era insoportable. Sin embargo, las labores de vaciado se llevaron adelante con perfección militar y el refugio recuperó con prontitud un punto de dignidad.

Terminadas las labores necesarias para evacuar los muertos que se hacinaban desde hacía días en una de las salas del edificio, Leo y Míriam se decidieron a volver por el centro de la ciudad para comprobar lo qué había quedado en pie en aquella ciudad fantasma. Desde la plaza de María Agustina enfilaron la calle Mayor. Al llegar a la altura de la plaza de Cardona Vives, Míriam recordó que había un punto en alto que les podría servir para comprobar el grado de destrucción que había sufrido la ciudad. A pocos metros se encontraba la catedral de Castellón y desde su torre podría divisarse gran parte de la ciudad, la planta petroquímica y la cercana localidad de Almazora, limítrofe con la planta.

Se trataba de una torre que no se encontraba integrada en el edificio de la concatedral de Santa María. Era una de las pocas que existían en España con aquella configuración. Al lugar se le conocía como “El Fadrí”. Era una torre campanario exenta de planta octogonal y con una altura aproximada de 60 metros. Desde ella se podía observar la ciudad de Castellón y las zonas limítrofes con una envidiable claridad.

Accedieron al mirador que coronaba la estructura a través de unas escaleras de caracol configuradas en su interior. Al llegar a lo más alto, Míriam y Leo pudieron comprobar la destrucción que había sufrido la ciudad. La mayor parte de varios barrios, en especial el conocido como Peri 18, habían sucumbido a la explosión, al igual que lo había hecho la cercana localidad de Almazora, en la que pocos edificios se mantenían en pie. Observaron cómo una espesa capa humeante seguía subiendo hacía las alturas y hacía imposible que el sol tocase el suelo con sus rayos. Aquella circunstancia había contribuido, sin duda, al hecho de que las temperaturas hubiesen bajado de manera tan ostensible pasados varios días de la catástrofe.

Aquella explosión había sido algo más que un accidente en la planta química. El grado de destrucción era brutal y solo las zonas más cercanas al centro de la ciudad se veían aparentemente intactas. Míriam y Leo apreciaron la presencia de unas pocas personas en la calle pero no advirtieron la presencia de equipos de emergencias o de cualquier otro tipo de ayuda sobre el terreno.

Una vez comprobada la destrucción real, decidieron bajar y volver al punto de encuentro para poner a todos al corriente de lo que realmente había pasado en la ciudad.

DE COMPRAS

Castellón, finales de noviembre de 2020

Caía la tarde. Habían pasado más de veinte días desde el incidente en la planta química del Grao. Leo y Míriam acostumbraban a deambular por las callejuelas adyacentes al centro de la ciudad buscando provisiones que llevar al punto de encuentro. Rick había empezado a recuperar parte de la visión, aunque la ceguera que le había provocado la exposición a aquel resplandor era prácticamente irreversible, lo que haría imposible que volviese a ver de forma total.

Aquella otrora bulliciosa ciudad mediterránea se asemejaba a un campo yermo. El silencio se abría paso a través de las aceras de las principales avenidas, en las que únicamente podía advertirse la presencia de algún perro rebuscando entre las basuras o de algún grupo de supervivientes caminando sin destino fijo.

Las escaleras de acceso a los dormitorios del refugio estaban tenuemente iluminadas por velas. Quizá la noche era la peor hora del día; sin electricidad y sin tecnología las noches se hacían eternas y frías. Sin embargo, en el lugar se respiraba un ambiente ciertamente familiar. En medio del patio central del edificio, alrededor de una hoguera, se reunía muchas noches el grupo de siempre, donde cada uno contaba episodios de su vida. Aquel momento les servía a todos como terapia. Entre los habituales del corrillo siempre estaban Míriam, Leo, Josep, Laia y Arturo, el policía. Allí organizaban lo que debían hacer al día siguiente y repasaban lo que era necesario buscar para llevar al refugio.

A la mañana siguiente se repitió la misma rutina diaria, varios grupos salían del refugio a buscar todo aquello que se necesitaba, desde alimentos hasta elementos para improvisar la iluminación del lugar por las noches. Miriam y Leo salieron juntos, como de costumbre. Pasada media hora, después de andar un buen trecho, llegaron a la plaza del Juez Borrull. Se toparon con un grupo de supervivientes que se calentaban arremolinados alrededor del fuego de una pequeña hoguera improvisada, quemando hojas secas de palmera arrancadas de los árboles de un jardín cercano. El aire era denso y por momentos se hacía difícilmente respirable. Leo se acercó a aquel corrillo de polillas que revoloteaban alrededor de las llamas en busca de alguna noticia del exterior. Allí se encontraban una pareja con sus dos hijos, una abuela recostada en un banco de la calle con su nieta y dos muchachas jóvenes junto a sus padres. Todos parecían aturdidos, impasibles; únicamente se limitaban a mirar fijamente el chisporroteo que desprendían las llamas como si no hubiese otra cosa más que hacer. Leo llamó su atención, pero únicamente levantó la cabeza el más pequeño de los niños del grupo.

—¿Tenéis algo de comer? Tengo hambre —preguntó el chaval, que no tendría más de nueve años.

—Lo siento, no llevo nada. Estoy igual que tú. ¿Tenéis alguna noticia de lo que está pasando fuera? —contestó Leo apesadumbrado.

El pequeño guardó silencio y volvió a dirigir su mirada hacia las llamas. No parecían personas; prácticamente un mes sin electricidad ni alimentos les habían convertido en sombras espectrales. Leo metió la mano en el bolsillo derecho de su zamarra y le dio al niño un pastelito empaquetado que se había guardado de su ración del desayuno. Continuaron el camino y se dirigieron hacia la plaza Fadrell. A la altura de la calle del Maestro Ripollés, se encontraron con un grupo de personas que se dirigía hacia la salida de la ciudad por la avenida de Casalduch. Míriam interrumpió su camino y llamó su atención dándoles una voz.

—¿Sabéis algo de fuera?

Se giró hacia ellos una joven que vestía una parca estilo militar color verde.

—Nosotros teníamos una radio que funcionaba con pilas y lo último que escuchamos, hace ya más de veinte días, era que se había interrumpido el suministro eléctrico en todo el país y que el accidente de la planta del Grao no había sido tal sino un atentado terrorista. Pero a las pocas horas se perdió la señal de todas las emisoras y, además, nos quedamos sin pilas. Vamos al Lidl de la avenida de Valencia a buscar provisiones, agua, medicamentos y, por supuesto, pilas para la radio; puede que hayan vuelto a conectar las emisoras. ¿Venís con nosotros?

Míriam y Leo asintieron y se les unieron. Por lo menos estos parecían tener las ideas más claras que el grupo de zombis que acababan de dejar atrás. Siempre sería más seguro compartir fortuna acompañados que continuar camino a solas. Aquella cuadrilla siguió a lo largo de la avenida Casalduch hasta llegar a una rotonda cercana al antiguo Molí de Arrós. Cien metros a la derecha se encontraba su destino.

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