[Víctor Roura - Treinta decasilabos descalzos

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Treinta decasilabos descalzos, de Víctor Roura. Una relación muerta no puede ser revivida ni con palabras de aliento, a menos que ambos amantes quieran proseguir indiferentes con el simulacro.

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Colección Indócil ballenato

5

Primera edición enero de 2012 Director general Alejandro Zenker Director de - фото 1

Primera edición, enero de 2012

Director general: Alejandro Zenker

Director de la colección Indócil ballenato: Víctor Roura

Cuidado editorial: Elizabeth González

Coordinadora de producción: Beatriz Hernández

Coordinadora de edición digital: Itzbe Rodríguez Ciurana

Portada: Xiluén Zenker

Agradecemos al Centro Cultural El Juglar, A. C., el apoyo para esta publicación.

© 2012, Solar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V.

Calle 2, número 21, San Pedro de los Pinos.

Teléfonos y fax (conmutador): 5515-1657

Correo electrónico: solar@solareditores.com

Página electrónica: www.solareditores.com

www.edicionesdelermitano.com

ISBN 978-607-8312-25-2

Hecho en México

Índice

I. Divertimiento urgente e insensato I. Divertimiento urgente e insensato

1. Incluso sin sangre aún palpitan 1 Incluso sin sangre aún palpitan Dos cuerpos nunca, jamás, son uno. Y que me lo diga enfrente mío quien asegure ese tal escándalo. Por supuesto, hacer el amor no une a dos personas sino acaso de manera fugaz, momentánea, aunque hay los que escapan de ese rito: vaya uno a saber cómo demonios permanecen intactos, inmunes, invulnerables, indiferentes. Salen ilesos de los ardores corporales, lejos de las llamas que incendian, ¡ay!, a los corazones que, incluso sin sangre, aún palpitan. Un cuerpo no lo arman dos figuras en movimiento; sólo aparentan un pétreo enlace, una conjunción tonal en perfecta simetría. ¿Quién, pregunto, de los sumergidos está más compenetrado, más inmerso en el otro, ajeno, cuerpo? ¿El que ama, tal vez, o el que es amado? ¿Puede amar acaso el que es amado más que el que ama con todas sus células? Quizá pierden menos los que no aman (o no pueden amar, que es distinto): por eso se dejan querer, débiles; por eso sus simulacros cálidos pasan por verídicos, genuinos, axiomáticos, certificados. Pero ellos únicamente saben, pueriles e intensos, que el amor es sólo un divertimiento extraño: ingenuo y recio, urgente e insensato, que eso representa muchas veces el amor en su hosco anudamiento.

2. Huye el torrente de la pasión 2 Huye el torrente de la pasión Una hoja, postrada en una lápida, tiembla inmovilizada, vencida. Breve colibrí en una estampida de una dicha domada, invadida. Elementos inertes, carnada de lenguas mancilladas, morada de muertas naturalezas, nada retorna al amor ciega, callada, sorpresivamente: entonces huye el torrente de la pasión, fluye el rumor acrisolado, arguye el inopinado silencio, huye la palabra, el gesto, el reconcomio. Conduce el amor al manicomio (¿duerme al despertar?, ¿despierta insomnio?, ¿celebratorio, enfermizo, momio?), pero también a la negra tumba. Aturde el sentimiento, retumba en la cabeza, arde, explota, zumba: nace, vive y de nuevo a la tumba. Una hoja, un colibrí, una morada, elementos inertes, carnada enferma, sorpresiva y callada: aprensión invisibilizada.

3. Pared blanca con niña en la cuerda 3 Pared blanca con niña en la cuerda Dice la gente que las paredes se pintan de blanco para darles luz a las casas. Puede ser. Yo las pinto de blanco por razones diferentes. Para que me escriban dos o cinco poemas, por ejemplo. Una mujer que se dice tonta vino a mi casa. Le hablé de barcos solitarios que navegan en los jardines, de árboles que crecen en la palma de la mano izquierda; de hormigas que en los anocheceres con sus cánticos hacen cosquillas, de monstruos que habitan al cerrar los ojos. De su desnudez en mis labios entreabiertos. Le hablé también de los trenes que recorren mi cuerpo y de los vientos que silban con violencia cada amanecer. Pero ella sólo miraba las paredes blancas. “Voy a escribir un poema”, dijo. Entonces le di una pluma, en el preciso momento en que un tren empezaba a circular en mis brazos rumbo a no sé qué destinos. Escribió en la pared: “No lo digo porque tú me lo dijiste. Cree lo que quieras, pero esto es verdad: ese hermoso día quise besarte, vive Dios, porque sí”. Vi de nuevo la pared blanca. Ciertamente, las paredes blancas dan más luz a una casa. Apagué la lámpara. Y me puse a inventar un cuento. Nada más para mí. Un relato donde nadie hablara, sino sólo se contemplara una pared blanca. Ella se tendió, mientras, en la alfombra. Para contarse un lírico cuento también, supongo. Pregunta, de pronto, ¿qué hay detrás de esa pared blanca? La miro, a ella. Y luego a la pared blanca. Hay una niña saltando la cuerda, digo, y hay un enloquecido arlequín tomando una espumosa cerveza, un matemático de una raíz cuadrada ocultándose, una dama bebiendo agua en ríos silenciosos y dos amantes, le digo, amándose con violencia edulcorada, como nunca lo haremos, mujer, tú y yo.

4. Notas sordas, sutiles, de un piano 4 Notas sordas, sutiles, de un piano Yo no sé si estoy en un desierto pero no miro a mi alrededor un árbol, tampoco una montaña, ni arena en mis pies, ni un ser humano, no oigo una voz, no miro una casa, ni el bruñido murmullo de un río, ni el terso silbido de los pájaros, no siento mi cuerpo, ni el sonido del viento. § Me levanto sin prisa. Escucho, sordas, las notas de un piano: nimias, finas, sutiles. Las cortinas se encuentran cerradas. La luz del sol está fuera, no entra; luz apenas percibida, es nada. Oscuridad, tibia oscuridad. Quiero dormir con los ojos tensos. Pienso en una sonrisa que no es la mía. Miro un papiro de Giza en un libro caído al suelo. Miro un lápiz que no tiene punta. Veo unos ojos que no están conmigo. Las notas del piano inundan, lentas, la alcoba, la casa, el corazón. § Descansa, atónita, la palabra, que la han mencionado sin rubor. Han gritado: “¡El futuro se labra, mujer, con un poco de pudor!” ¿La palabra, acaso, es pudorosa? Me espino mil veces en la rosa. Como todos, olvida el decoro. Vamos, vamos a cantar en coro: “En el amor ninguna caricia vale menos, ¡ay!, que la avaricia”. Labra la palabra pudorosa. Y ella, airada, se espina en la rosa. § ¿Quién no quiere correr en un bosque con lluvia, escalar cerros pequeños, subir a la rama de ese árbol, el más alto, acostarse en la yerba a la sombra de una nube volátil, escuchar el sonido de un río, oír el diálogo del amor que no —nunca, nunca— se ha tenido?

5. Helena malhumorada, cínica

II. ¡Desnúdate, palabra, desnúdate!

Una relación muerta no puede

III. Y tu ausencia la cubre el susurro...

1. Mirada esquiva de roce leve

2. La frágil arena del reloj

3. Ahora no se me mueve la sangre

4. Por eso nos quedamos a solas

5. La inocencia de las tentaciones

6. Una muchacha con dos objetos

IV. Grano de arena: zozobra y pena

1. Velada de tardía condena

2. La mujer apacigua, enternece

3. Y el fuego se enciende a veces tarde

4. La carne urgida, hilada, trenzada

5. Fino afecto, súplica atenuada

6. A pesar del agobio y el sofoco

V. Ya en silencio, ya en ruido apagado

1. Una mentira sobre mentira

2. Dorso femenino con mural

3. A tientas, literalmente a tientas

4. Para que no me asalte la luna

5. Los ciclos amorosos se agotan

6. Vagos e insostenibles caprichos

VI. ¡Dónde el sosiego, dónde la rabia!

1. En el mar picado de nostalgias

2. Prendida en los márgenes del alma

3. El feroz afecto de los sexos

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