Julia Quinn
Treinta y seis Tarjetas de San Valentín
(Thirty-six Valentines)
En Mayo, Susannah Ballister encontró al hombre de sus sueños…
Hay tanto sobre lo que informar acerca del baile en Hampstead de la señora Trowbridge que Esta Autora apenas sabe cómo contarlo todo en una sola columna. Quizás el más asombroso – y algunos dirían que romántico- momento de la noche, fue sin embargo cuando el Honorable Clive Mann-Formsby, hermano del siempre enigmático Conde de Renminster, pidió a la señorita Susannah Ballister bailar.
La señorita Ballister, con sus ojos y su cabello oscuro, es reconocida como una de las bellezas más exóticas de la Temporada, aunque nunca se le incluyó entre las filas de las “Incomparables” hasta que el señor Mann-Formsby fuera su pareja en un vals – y después no se apartara de su lado durante el resto de la velada.
Aunque la señorita Ballister ha tenido su cuota de pretendientes, ninguno era tan apuesto o buen partido como el señor Mann-Formsby, quien rutinariamente deja una estela de suspiros, desmayos, y corazones rotos a su paso.
Revista de Sociedad de Lady Whistledown,
17 de mayo de 1813
En Junio, su vida era tan perfecta como era posible.
El señor Mann-Formsby y la señorita Ballister prosiguieron con su reinado como la pareja dorada de la Temporada en el baile de los Shelbourne a finales de la semana pasada – o al menos tan dorada como uno pueda imaginar, dado que el cabello de la señorita Ballister es más bien castaño oscuro. De todos modos, el dorado cabello del señor Mann-Formsby lo compensa sobradamente, y con toda honestidad, aunque Esta Autora no es dada a arrebatos sentimentales, es cierto que el mundo parece más emocionante en presencia de la pareja. Las luces parecen más brillantes, la música más encantadora, y el aire positivamente más brillante.
Y con esto, Esta Autora debe finalizar esta columna. Tanto romanticismo despierta mi necesidad de salir afuera y dejar que la lluvia restaure la disposición normalmente gruñona de una.
Revista de Sociedad de Lady Whistledown,
16 de junio de 1813
En Julio, Susannah comenzaba a imaginar un anillo en su dedo…
El señor Mann-Formsby fue visto entrando en la joyería más exclusiva de Mayfair el pasado jueves. ¿Es posible que vayan a sonar pronto campanas de boda, y realmente puede alguien decir que no sabe quién será la futura novia?
Revista de Sociedad de Lady Whistledown,
26 de julio de 1813
Y entonces, llegó Agosto.
Los puntos flacos y los romances de la sociedad son por lo general medianamente fáciles de predecir, pero de tanto en tanto ocurre algo que confunde y asusta hasta a Esta Autora.
El señor Clive Mann-Formsby ha realizado una propuesta matrimonial.
Pero no a la señorita Susannah Ballister.
Después de una temporada completa de cortejo más bien público a la señorita Ballister, el señor Mann-Formsby, en cambio, solicitó a la señorita Harriet Snowe en matrimonio, y, a juzgar por el reciente anuncio en el Times, ella ha aceptado.
La reacción de la señorita Ballister ante este acontecimiento se desconoce.
Revista de Sociedad de Lady Whistledown,
18 de Agosto de 1813.
Lo cual nos lleva, más bien dolorosamente, hasta Septiembre.
Ha llegado hasta Esta Autora el rumor de que la señorita Susannah Ballister ha dejado la ciudad y se ha retirado para lo que resta de año a la casa solariega de su familia en Sussex.
Esta Autora no puede culparla.
Revista de Sociedad de Lady Whistledown,
3 de septiembre de 1813
Ha llegado hasta Esta Autora la noticia de que el Honorable Clive Mann-Formsby y la señorita Harriet Snowe han contraído matrimonio el pasado mes en la ancestral capilla de los Mann-Formsbys, en la propiedad del hermano mayor, el Conde de Renminster.
Los recién casados han regresado a Londres para disfrutar de las festividades de invierno, al igual que la señorita Susannah Ballister, a quien, cualquiera que estuviera en Londres la pasada Temporada conocerá, ya que fue cortejada más bien diligentemente por el señor Mann-Formsby, hasta el momento en que él propuso matrimonio a la señorita Snowe.
Esta Autora imagina que las anfitrionas de la ciudad están comprobando, ahora mismo, sus listas de invitados. Seguramente no pueden invitar a los Mann-Formsbys y a los Ballisters a los mismos eventos. Hace bastante frío afuera; y sin duda el encuentro de Clive y Harriet con Susannah, sin duda, tornará el clima en glacial.
Revista de Sociedad de Lady Whistledown,
21 de enero de 1814
De acuerdo con Lord Middlethorpe, que acababa de consultar su reloj de bolsillo, pasaban exactamente seis minutos de las once de la noche, y Susannah Ballister sabía bastante bien que el día era jueves, la fecha veintisiete de enero, y el año mil ochocientos catorce. Y precisamente en aquel momento -a las 11:06 del jueves, 27 de enero de 1814, Susannah Ballister formuló tres deseos, ninguno de los cuales se cumplió.
El primero de ellos era imposible. Deseó que de alguna manera, quizás a causa de alguna clase de magia misteriosa y benévola, ella pudiera desaparecer del salón de baile en el que permanecía de pie en ese momento y encontrarse cálidamente acurrucada en su cama en la casa de su familia en Portman Square, al norte de Mayfair. No, mejor aún, aparecer cálidamente acurrucada en la cama, en la casa solariega de su familia en Sussex, que estaba lejos, muy lejos de Londres y, lo que era más importante, muy lejos de todos los habitantes de Londres.
Susannah llegó incluso hasta cerrar sus ojos mientras ella consideraba la encantadora posibilidad de que al abrirlos se hallaría a si misma en otro lugar, pero sin sorprenderse, vio que al abrirlos se encontraba en el mismo sitio, encajada en una oscura esquina en el salón de baile de la Señora Worth, sosteniendo una taza de té tibio, el cual no tenía intención alguna de beber.
Una vez que se hizo evidente que no iba a ninguna parte, por medios extraordinarios o incluso ordinarios (Susannah no podía abandonar la fiesta hasta que sus padres estuvieran preparados para hacerlo, y por su aspecto, pasarían al menos tres horas antes de que ellos quisieran retirarse), lamentó entonces que Clive Mann-Formsby y su nueva esposa, Harriet, quienes permanecían sentados al lado de la mesa de los dulces y pasteles de chocolate, no desaparecieran a cambio.
Esto pareció posible. Ambos estaban sanos; simplemente podrían ponerse en pie y marcharse caminando. Lo cual enriquecería enormemente la calidad de vida de Susannah, porque entonces ella sería capaz de intentar disfrutar de su velada sin necesidad de contemplar la cara del hombre que la había humillado públicamente.
Aun mejor, podría conseguir un pedazo de pastel de chocolate.
Pero Clive y Harriet parecían estar pasándoselo maravillosamente. Tan maravillosamente, de hecho, como los padres de Susannah, lo que significaba que se quedarían en la fiesta durante bastantes horas también.
Agonía. Pura agonía.
Pero tenía tres deseos, ¿no? ¿No recibían siempre las heroínas de los cuentos de hadas tres deseos? Si Susannah tenía que permanecer en una oscura esquina, formulando tontos deseos porque poco más tenía que hacer, usaría la cuota completa. "Deseo," dijo, con los dientes apretados "que no estuviera tan malditamente frío.”
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