Comprendiendo que no obtendría más información, el
hermano Bernardo decide emprender la redacción de lo que él llama un «proyecto», es decir, una versión inicial compuesta por la primera parte y por algunos capítulos de la segunda. Estas primeras páginas, copiadas por el
hermano Román5, se le enviaron a
Juan
Luis de La Salle, a Reims, «para que él mirara si no había nada que pudiera molestar a su familia». No fue el hermano Bernardo quien las envió, sino muy probablemente
Juan Jacquot. Pero Juan Luis no responde. El autor, mientras aguarda pacientemente, revisa su manuscrito, que le parece una paráfrasis de las memorias que había utilizado y de un estilo «muy incómodo». Entonces, toma una decisión: «recomenzar completamente de nuevo esta obra y […] hablar según mi estilo y no según el de los otros» (Hermans, 1965a, CL 4, p. 103). Al cabo de seis meses le hacen saber que Juan Luis de La Salle reclama el resto del libro antes de enviar cualquier cosa. Así, él termina su «segundo proyecto», lo que le tomará dieciocho meses en total, a un ritmo promedio de «dos horas por día, y entrecortadas en varios momentos». No se sabe con exactitud cuánto tiempo consagró a la escritura del «primer proyecto»; pero es seguro que no pudo acabar el segundo antes del comienzo de la primavera de 1722, probablemente en el verano.
Los superiores lo envían a Reims para que el canónigo de La Salle examine la totalidad de ese segundo manuscrito, «a fin de que, después de esto, se le pudiera dar la última mano, lo que todos los hermanos desean con apremio»6. Como él estaba ocupado en dictar clases, es posible que haya llegado para la entrada al colegio en el mes de octubre. Pero en una carta del 4 de mayo de 1723 el
hermano Juan debe instar al canónigo de La Salle a:
tomarse la molestia de leer el manuscrito entero de la Vida del señor de La Salle… a fin de que usted tenga la bondad de ver si todo está en buen orden, si no hay nada falso o algo que se contradiga. (Bernardo, 1965, CL 4, pp. 102-104)
Debido a que
Juan
Luis de La Salle se tarda en reaccionar, se invita al
hermano Bernardo a someter su manuscrito a otro lector, el canónigo Guyart, de la catedral de Laón, quien había conocido bien a Juan Bautista. Esto significa que hubo al menos tres manuscritos de ese «segundo proyecto»: uno conservado por el autor, a partir del cual él realiza o hace realizar dos copias sucesivas, una para Juan Luis de La Salle, otra para el canónigo Guyart. Es probable que haya existido otra, conservada en San Yon por el
hermano Timoteo7.
Las Observaciones (Remarques) del hermano Bernardo y la carta del hermano Juan nos revelan algo que plantea un problema. Sus términos, un poco alambicados, son muy explícitos para quien conoce, aunque sea un poco, este difícil periodo de la Iglesia galicana. El segundo precisa:
varias personas desearían mucho que se dejase lo que está reportado en dicho manuscrito de sus verdaderos sentimientos sobre los asuntos del tiempo y de diversos sentimientos, agregando como razón que ahí está en juego el interés de nuestro instituto; los otros, que de lejos son muy pocos, dicen que no se debe hacer nada. Por lo demás, señor, si es posible que yo diga mi pensamiento al respecto, yo creo que parece bien e incluso necesario que se expongan las cosas tal como son, sin chocar a nadie, sin embargo, lo que nos resultará provechoso.
La piedra de choque es la bula Unigenitus Dei Filius del 8 de septiembre de 1713, con la cual el papa
Clemente XI centelleaba una última, global y solemne condenación del jansenismo a través de 101 proposiciones extraídas de la obra de
Pasquier Quesnel Réflexions morales sur le Nouveau Testament (Reflexiones morales sobre el Nuevo Testamento). Esta bula, reclamada por
Luis XIV, suscitó profundas divisiones en Francia, entre la clerecía y la magistratura particularmente; la línea de fractura atravesaba a la familia de La Salle, como lo veremos luego. Esos eran los «asuntos del tiempo y los diversos sentimientos» evocados con pudor por el
hermano Juan. No era del interés del instituto que la sumisión de Juan Bautista se silenciara: él aún no era oficialmente reconocido por la Corona ni por Roma. El examen de sus constituciones estaba en curso. No obstante, ¿qué significaba sumisión: de corazón o de convicción, o solo de labios para afuera con restricción mental?
Era necesario darle al fundador una imagen irreprochable. Pero ¿por qué someter el manuscrito al hermano de Juan Bautista, notable anticonstitucionario, como se les llamaba entonces a quienes se oponían a la bula? Probablemente, los hermanos Timoteo y Juan no pertenecían al campo de los constitucionarios más celosos y no les molestaba consultar a un oponente, tanto más que ellos tenían en él a uno de los testigos más cercanos y aún vivos de la juventud de Juan Bautista. Entre los «muy pocos» de aquellos evocados por el hermano Juan, que deseaban la discreción sobre esos asuntos y sobre la posición adoptada por Juan Bautista, figura justamente el canónigo Guyart, quien había cometido:
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