El manuscrito del
hermano Bernardo
La recolección de testimonios iniciada por el
hermano Bartolomé se realizó con aquellos que habían conocido bien al fundador, principalmente hermanos (Hermans, 1965a, CL 4, p. 10). De esta recolección y de sus resultados casi no se sabe nada. ¿Quién se solicitó y quién respondió? ¿Cuántos testimonios efectivamente se recuperaron y centralizaron en la Casa General de San Yon? ¿Algunos se rechazaron o destruyeron? ¿Cuándo se terminó de hacer la recolección? Tantas preguntas que permanecen sin respuestas. El hermano Bartolomé no sobrevivió mucho tiempo después del fundador. Murió el 8 de junio de 1720. La ejecución del proyecto de biografía, de la cual no sabemos exactamente cuándo ni en qué circunstancias se decidió, ya era sin duda atribuida al
hermano Juan. El
hermano Timoteo, elegido por el Capítulo General reunido en el mes de agosto siguiente, parece haber confirmado esta misión.
Juan Jacquot (1672-1759) fue uno de los compañeros más cercanos a Juan Bautista, como los hermanos Bartolomé y Timoteo. Él participó en el Capítulo General reunido en San Yon en mayo de 1717, durante el cual contribuyó a la elección del
hermano Bartolomé y fue elegido primer asistente. A través de estos tres hombres se repetía una historia acaecida con frecuencia en la evolución de las órdenes religiosas: la primera generación se sitúa como ejecutora testamentaria y acapara el monopolio de la transmisión de la memoria.
En el mes de septiembre de 1720, Juan Jacquot le confió la organización de la documentación al
hermano Bernardo. Este último sigue siendo desconocido. Nacido el 24 de junio de 1697 en Friburgo, Suiza, se llamaba
Juan
Dauge. Había entrado al noviciado de París en marzo de 1713, a la edad de dieciséis años, sin que se supiera qué lo había conducido a la capital. Parece que, con otros tres hermanos, formaba parte de la pequeña comunidad de Grenoble en enero de 1716. Volvió enseguida a París, donde se encontraba por lo menos desde octubre de 1720: quizás lo llamaron justamente para confiarle la escritura de esta biografía. Habría sido transferido a Reims en 1723. El
hermano José, director de la casa, casi no apreciaba las libertades que él se atribuía:
él solo actúa por capricho. Yo no tengo ningún poder sobre su espíritu y cualquier cosa que se pueda decir no produce ninguna impresión. Él sale cuando le parece bien, hace todo lo que él quiere y actúa mucho más libremente que un hermano director […]. Yo nunca vi en nuestros hermanos lo que veo en este hermano. Nuestros hermanos siempre han guardado las reglas y la observaban (sic) bien de otra manera desde que el hermano Bernardo perturba todo con su antojo1. (Hermans, 1960b, CL 3, p. 55, n.º 13)
¿Por qué razón lo escogieron para escribir la biografía de Juan Bautista? El misterio permanece: era muy joven (veintitrés años en 1720), no había aún pronunciado sus votos perpetuos (lo hizo el 16 de junio de 1726) y parecía difícilmente controlable. Sin duda, él aparecía como una de las raras y buenas plumas del instituto que, en efecto, no tenía vocación de atraer a los escritores. Pero ¿por qué no se solicitó a un autor reconocido en el seno de una orden con la que se tenían buenas relaciones, por ejemplo, a un jesuita?
El
hermano Bernardo redactó las Remarques sur la vie de monsieur de La Salle (Observaciones sobre la vida del señor de La Salle)2, que nos aclaran, si no sobre la elección del superior general, al menos sobre las razones que pudieron incitarlo a mantener esta empresa en el seno del instituto. Él nos enseña un poco más sobre la documentación que le confiaron «aquellos que estaban por encima de mí»: «un gran número de memorias», de las cuales no precisa la fuente, y un «manuscrito bastante largo, escrito por la propia mano de M. de La Salle, el cual incluye el comienzo y el progreso del instituto». En el cuerpo del relato él vuelve sobre este texto, desafortunadamente perdido hasta hoy:
un manuscrito que se encontró, escribe con su propia mano, que él guardó escondido durante más de veinte años, y que afortunadamente se descubrió, durante su viaje a Provenza, hasta el decimocuarto año de su institución […]. Por eso será de ese manuscrito que nosotros sacaremos todo lo que vamos a decir hasta el año catorce de su institución3. (Bernardo, 1965, CL 4, p. 22)
Si a él le causó «mucho placer» leerlo, y hay que creerlo sin dificultad, tenía necesariamente que constatar las lagunas de otras memorias que le habían entregado: «yo vi muy bien que ellas no eran suficientes para hacer un libro tal como se deseaba». Esta observación resuena como la de un experto que conoce la tarea. El
hermano Bernardo lamenta sobre todo la poca información acerca del periodo de la vida de Juan Bautista antes de la fundación del instituto, es decir, hasta el comienzo de los años 1680: la infancia, la juventud y los estudios, la vida familiar, el contexto en el cual nació esta vocación.
Se solicitaron nuevos testimonios —muy probablemente por el
hermano Juan o por el mismo
hermano Timoteo— al hermano de Juan Bautista, el canónigo
Juan
Luis de La Salle, y a su primo Juan Francisco4. Este último, cuya familia vivió con la de Juan Bautista en el Hotel de la Cloche durante varios años, responde enviando «una memoria que incluye algunas particularidades de la piedad que él [Juan Bautista] había mostrado desde su más tierna edad». Se perfila desde ese momento el topos hagiográfico que se les aplicará a los relatos de la vida de Juan Bautista, el de la vocación precoz, identificable a través de la piedad del niño. La fuente de ese dato sería esta memoria única redactada por un primo. Pero esto no le basta al hermano Bernardo. Como si las precisiones sobre la infancia no le aclararan suficientemente el nacimiento de la vocación, como si no estuviera satisfecho con un discurso que haría correr el riesgo de traer a Juan Bautista a lugares comunes sobre la santidad, él toma la iniciativa de contactar a las Hermanas de los Huérfanos, es decir, las Hermanas del Niño Jesús, fundadas por
Nicolás Roland, de las cuales Juan Bautista se ocupó algún tiempo después de la muerte de este último: él quiere comprender la «conversión» de Juan Bautista hacia la niñez pobre. Nueva decepción: «yo, sin embargo, miraba eso como algo sin importancia». Entonces, se dirige al director de San Sulpicio, M. Leschassier. En efecto, Juan Bautista no solo fue su estudiante en el seminario, sino que lo fue igualmente en su parroquia, donde él implantó la primera escuela parisina de los hermanos. La memoria de Leschassier le permite documentar «lo que él había hecho durante todo el tiempo de su permanencia en San Sulpicio», pero no más: se puede constatar que no sacó gran cosa de aquí.
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