En este punto, es de justicia reconocer y agradecer el trabajo extraordinario de José María Siciliani, quien se dio a la tarea de traducir el libro de Bernard Hours; me alegró mucho que le hubieran encomendado la tarea porque aquí no se trataba solamente de transvasar del francés al castellano un texto. Para hacerlo bien, hay que tener no solamente un manejo excelente de ambas lenguas, sino también un contexto y el manejo de un vocabulario que puede resultar ajeno o, incluso, impreciso para alguien que conozca bien los idiomas, pero no mucho los lenguajes eclesiales y teológicos. José María lo logró y con creces. El libro tiene una cadencia cautivadora que pareciera haber sido escrito en castellano. Un agradecimiento enorme para José María por su pasión, dedicación y profesionalismo. Sus ya excelentes aportes previos sobre la espiritualidad lasallista lo capacitaban para hacer esta tarea gigantesca.
Quiero rendir aquí un homenaje a un hombre que nos ha permitido conocer en castellano muchos textos clásicos para entender a La Salle. Y lo hago, porque sé que siempre anheló realizar la traducción de esta biografía: el Hno. Bernardo Montes. Cuando serví de mensajero para entregarle el libro en francés, le sentí el dolor de que no podría hacerla. Desgastó su vista con los años, entregándonos con generosidad mil textos que por él pudimos conocer en castellano. También a otros que nos legaron traducciones maravillosas como Edwin Arteaga y Fernando Granada, quien se le midió a la obra del Hno. Alfred Calcutt (también citado por Hours), y que tuvo que ser publicada en dos tomos para poder cubrir las mil páginas del texto.
Finalmente, va mi agradecimiento a la Universidad de La Salle, al Hno. Niky Murcia —Rector—, y al extraordinario trabajo de Ediciones Unisalle por hacer posible esta biografía, así como otros muchos libros relacionados con la vida y obra de san Juan Bautista de La Salle. No obstante, el objetivo de esta y de las demás publicaciones va mucho más allá de saciar nuestra curiosidad intelectual sobre La Salle.
Si hoy es importante publicar la biografía crítica de La Salle, es porque su conocimiento nos debe permitir acrecentar la admiración de un santo en una época, «un místico en acción» y continuar su riquísimo legado para seguir haciendo de la educación un medio para construir un mundo mejor y generar las oportunidades para el servicio educativo de los pobres y la promoción de la justicia en un presente que clama transformaciones, un nuevo humanismo, una nueva primavera, una educación para la paz, la equidad y la fraternidad universal. En pocas palabras: ser fieles al legado de La Salle.
Carlos G. Gómez Restrepo, FSC
Introducción
Escribir la vida de Juan Bautista de La Salle
Que un instituto religioso quiera tener una vida de su fundador que se vuelva referencia es algo habitual. Que la evolución cultural y religiosa conduzca a cada generación a producir una nueva vida más conforme al gusto del tiempo no tiene nada de sorprendente. Tampoco lo son las campañas de publicaciones, muy a menudo repetitivas, al filo de las largas etapas que jalonan una causa de canonización.
Lo que más bien atrae la atención en el caso de Juan Bautista de La Salle es, primero, la política muy voluntarista del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y, segundo, el control estrecho que supo guardar hasta hoy sobre esta producción. Acerca del conjunto de autores, la mayoría fueron miembros del instituto, mientras que los laicos, historiadores de profesión, son muy minoritarios. Y, en un caso como en otro, la escritura encontró su origen en una solicitud del instituto: desde entonces hasta el presente, la empresa ha tenido un objetivo hagiográfico. Georges Rigault (1938, L’oeuvre religieuse et pédagogique…), convertido en historiador oficial del instituto, recordaba que él había sido solicitado «por el muy honrado hermano superior general, en realización del voto formulado por uno de los capítulos de su congregación» (p. 1). La presente biografía resulta de una demanda idéntica y querría inscribirse en la continuidad de una política concertada desde hace más de sesenta años. En efecto, la tercera comisión del Capítulo General reunido en Roma a comienzos del verano de 1956 emitía una sugerencia que iba a revelarse decisiva:
la continuación de los trabajos sobre la vida y los escritos de san Juan Bautista de La Salle, con estudios críticos cuyo conjunto constituirá los Monumenta lasalliana, base inicial de una futura biografía crítica y de un estudio profundo de la espiritualidad del santo. (Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, 1956, p. 51)
Probablemente, los hermanos tenían como modelo la colección Monumenta Historiae Societatis Jesu. Ese fue el punto de partida, en particular de los Cahiers lasalliens (Cuadernos lasallistas), que, a lo largo de setenta entregas, han publicado fuentes y estudios que hacen hoy posible esta biografía crítica. Responder a esta solicitud es inscribirse en esa continuidad crítica y rendir homenaje a todos los hermanos que de manera paciente y minuciosa han puesto al día otras fuentes inéditas y han hecho posible su explotación.
Sin embargo, escribir la biografía de Juan Bautista de La Salle plantea un problema. La recolección de las memorias sobre la vida del fundador se decidió poco después de su muerte, en el mes de abril de 1719, por el
hermano Bartolomé, su primer sucesor. Ella resulta de un procedimiento ordinario en una orden religiosa cuando desaparece una personalidad fuera de lo común, a fortiori cuando se trata del fundador, cuya memoria servirá para la edificación de las generaciones siguientes. Una biografía compuesta gracias a estas recolecciones, y según los cánones del género, se realiza con el fin de instruir y orientar los procesos de beatificación. El gobierno de la orden religiosa impone en ese momento una figura oficial que servirá de modelo para la formación de los miembros futuros. Ella contribuye a fijar —algunos podrían decir esclerosar— una tradición.
Ahora bien, ese modelo se construye, en realidad, con base en una documentación parcial. En efecto, esto ocurre cualquiera que sea el rigor del biógrafo a quien se le confía este material, incluso si él hace un reagrupamiento para conservar solo los testimonios convergentes (pero muy pocos autores revelan su metodología) o si estos testimonios pretenden guardarse de toda deformación hagiográfica. No obstante, las primeras biografías descuidan una parte esencial de la documentación que permitiría escribir una historia según las reglas de la disciplina. Ellas ignoran los archivos muy variados de la vida de cada día, que sufren el desgaste del tiempo. También descuidan muy a menudo los escritos y, si estos se mencionan, a veces en citas, no se ubican históricamente ni se estudian. Pero hay que reconocer que, sin ese trabajo de los primeros biógrafos, muchas causas, llamadas históricas en la jerga técnica de la Congregación para las Causas de los Santos, apenas estarían documentadas. No le conviene al historiador de hoy rechazar esta literatura bien particular; sin embargo, debe asumirla como lo que es: igual que todas las fuentes de su trabajo, no se produjo para servirle de material a su tarea. Entonces, hay que comprender cómo y por qué se produjo, a qué sesgos está sometida, y sería vano preguntarle a ella misma.
En el caso de Juan Bautista de La Salle no se produjo una, sino tres biografías. Ninguna logró la unanimidad. Una de ellas, escrita por el canónigo Blain (1733), permaneció como la referencia oficial en el instituto hasta la segunda mitad del siglo XX (hasta el capítulo de 1956 justamente). Sirviendo de punto de vista inevitable a toda nueva tentativa biográfica, ella suscitaba, sin embargo, reservas, incluso críticas. Hasta el punto de que hoy el título de la biografía crítica esperado por el instituto podría casi declinarse así: ¿Para terminar con Blain? Y no es seguro que la respuesta sería positiva…
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