Se sabe que Nyel visita a Juan Bautista: ¿le rinde cuentas de las dificultades que tienen las dos escuelas o este último ya está informado de otra manera, por
Nicolás Dorigny, por ejemplo? ¿Va al lugar para hacerse un juicio por él mismo? Seguramente, porque el cambio crucial que él decide está destinado en particular a permitirle ver a los maestros con mayor frecuencia (Bernardo, 1965, CL 4, p. 35).
A finales del año, él firma un contrato de arrendamiento —que comienza a regir el 24 de diciembre— de una casa situada en su parroquia de San Symphorien, «cercana a la muralla», y no lejos de la casa de La Salle que él ocupa con sus hermanos. Esta proximidad le facilitará también «hacer preparar su alimentación en su casa». Las preocupaciones financieras no son extrañas en esta decisión, que permitirá algunos ahorros. Pero hay que meditar un poco sobre esta etapa decisiva. Al alquilar esta casa para hospedar a los maestros, Juan Bautista eclipsa a Nyel y a la
señora Maillefer, y se encarga del futuro de ese pequeño grupo aún informal. Sustrayéndolo de la hospitalidad del párroco de San Mauricio, él le da autonomía a ese grupo con respecto a la institución parroquial. Los maestros continúan enseñando en San Mauricio y en San Santiago, pero ellos podían muy bien terminar sus actividades y hallar un acuerdo con otro párroco, y continuar viviendo juntos bajo el mismo techo. Las condiciones están reunidas para el nacimiento de una entidad autónoma, pero Juan Bautista, preparándose para organizar la vida de ese pequeño grupo, no tiene conciencia de que él juega ya el rol de un fundador. A posteriori, comprendemos que es realmente en ese momento cuando se abre el porvenir de una futura congregación. Este futuro no es aún seguro, pero en ese otoño de 1679 se ponen las premisas. Es el comienzo de ese proceso de engranaje que el mismo Juan Bautista analizó:
Dios, que gobierna todas las cosas con sabiduría y suavidad, y que no acostumbra a forzar la inclinación de los hombres, queriendo comprometerme a que tomara por entero el cuidado de las escuelas, lo hizo de manera totalmente imperceptible y en mucho tiempo; de modo que un compromiso me llevaba a otro, sin haberlo previsto en los comienzos. (Blain, 1733, t. I, p. 169)
La vocación de Juan Bautista nació, pero ella solo se le revelará de manera progresiva. En lo inmediato, Nyel se alegra porque le parece que su misión se realiza con facilidad. Como los maestros viven de ahora en adelante en la parroquia de San Symphorien, ¿por qué no proponer a su párroco que abra allí una nueva escuela? Juan Bautista asiente y la tercera escuela abre, seguramente, en los primeros meses del año 1680. Según Maillefer, «ella se volvió más numerosa que las otras dos en muy poco tiempo». Es muy seguro que haya que reclutar en ese momento a un nuevo maestro, lo que aumenta el grupo a seis, según Bernardo. Sus jornadas se comienzan a regular en horas fijas para la dormida y la levantada, la oración, la misa y las comidas. Desafortunadamente, se ignora todo de esos primeros maestros: su identidad, su origen, su calificación, su reacción frente a este primer reglamento de vida que se parece al de un seminario. La única indicación —bien rápida y bien vaga— que nos da Bernardo es su juventud.
A partir del comienzo de 1680, se hace evidente que Juan Bautista y Nyel no comparten las mismas prioridades. El segundo busca la misión que se le ha confiado: la fundación de escuelas gratuitas para los niños salidos de familias pobres. A inicios de abril de 1681, durante la Semana Santa, él va a Guisa. La ciudad, gracias a una fundación de María de Lorena, última
duquesa de Guisa, quiere establecer un hospital y escuelas. Para las niñas, ella solicita a las Maestras Caritativas. A pesar de las reticencias de Juan Bautista, quien, según Maillefer, «no aprobó su intención porque le parecía muy poco reflexionada», Nyel parte para plantear poner en marcha las escuelas de los niños. Esta primera tentativa termina en un fracaso, pero a su regreso a Reims la situación de los maestros ha de nuevo evolucionado bajo la impulsión de Juan Bautista.
En efecto, con mucha rapidez, el joven canónigo juzga que la vida de los maestros no está aún bastante regulada. Los tres primeros biógrafos atribuyen esta situación una vez más a Nyel. Bernardo (1965) es el más concreto:
como el señor Nyel frecuentaba mucho, estaba casi todos los días en su escuela de San Santiago, e iba los domingos y fiestas para hacer asistir a sus escolares a la gran misa, y no permanecía casi nunca en la casa, no podía haber entre los maestros una verdadera conducta de comunidad tal como debía ser. No había ni orden, ni silencio, cuando él no estaba allí. Ellos comulgaban cuando querían y empleaban toda la mañana de las fiestas y los domingos corriendo y paseando a donde querían. (CL 4, pp. 35-36)
Aquí vemos cómo se forja a posteriori la «leyenda hagiográfica» (De Certeau, 1982). Volvamos, en efecto, al comienzo de ese año 1680. Los maestros que viven bajo el mismo techo ¿tienen el deseo de formar una comunidad? Ellos son laicos, célibes y católicos, probablemente. Aceptan su misión en su doble dimensión religiosa y profana: dar una instrucción a los niños para hacer de ellos buenos cristianos. ¿Por qué aceptan estar reunidos en el mismo techo? Muy seguramente porque esos jóvenes célibes ven allí ante todo el modo de vida más económico para ellos, tanto más que esperan ganar un salario, a fin de tener un ahorro. Se les impone regular su jornada: no es seguro que todos hayan adherido de la misma manera. No se sabe nada sobre la forma en que se apropian del modelo al cual se les quiere conformar. No es seguro que ellos tengan algún reproche contra
Adrián Nyel por no ser bastante directivo. Quizás ellos están muy satisfechos del reglamento sumario puesto en marcha para la semana y muy felices de disfrutar de cierta libertad el domingo: es sorprendente que no se mencione su eventual deseo de visitar de vez en cuando a sus familias. Ahora bien, nuestros tres hagiógrafos ya describen ese grupo como se haría de una comunidad que «se relaja», aplicándole a posteriori un modelo que no es operatorio en esta época de su historia, porque esos maestros no se conciben como una comunidad.
El mismo Juan Bautista no tiene aún en su mente el modelo de la comunidad religiosa, pero resulta evidente que para él toda forma de vida se debe regular. No se sabe cómo estaba organizada la vida familiar en su infancia. Hay inclinación a creer que los La Salle, aparentemente piadosos, si no devotos, habían puesto orden a las jornadas de sus hijos. Por el contrario, es seguro que en San Sulpicio, donde él vivió durante casi dieciocho meses, Juan Bautista hizo la experiencia de una vida regulada y que esta satisfizo su expectativa espiritual, tanto que para él no podría haber vida cristiana sin orden. Solo se puede suscribir lo que escribe Blain al respecto:
por muy joven que haya estado el señor La Salle, él fue un hombre de regla; la regularidad fue siempre el alma de su conducta, su virtud querida y la que él usaba para dar movimiento a todas sus acciones. Él había visto grandes ejemplos en el Seminario de San Sulpicio, y él mismo, primero, había obtenido los frutos.
Читать дальше