Sin duda, los reproches contribuyeron a precipitar el momento de la opción; pero quizás no haya que conceder más crédito del que conviene a la insistencia de los biógrafos sobre las reacciones familiares. Estas últimas sirven demasiado bien al proyecto hagiográfico: marginalizando a Juan Bautista de los suyos, ellos lo sitúan de modo implícito en la posición del profeta incomprendido de su país. Sin embargo, el examen de la reorganización decidida en la segunda mitad del año no impone la idea de un grave conflicto familiar. Con su cuñado Juan Maillefer las relaciones sí parecen haberse enfriado definitivamente: es significativo que Juan Bautista no se mencione nunca en su Periódico. No obstante, sin ver allí una ayuda aportada por su familia a Juan Bautista para que pueda realizar su proyecto, hay realmente que constatar que la partida de los menores aligera su carga. Se puede también pensar que la cuestión del hospedaje de los tres hermanos menores se habría necesariamente planteado con el reglamento definitivo de la sucesión de su padre y la venta de la casa de La Salle. Por lo demás, en esos años decisivos nadie le cuestiona la tutela de sus hermanos, que él asume por segunda vez hasta 1684[66]. Es igual de significativo que Blain, el autor más tardío, sea quien insista más en las presiones familiares para quitarle a Juan Bautista sus tres hermanos menores. Allí donde Maillefer precisa las divergencias en el seno de la familia, el canónigo de Ruan ve unanimidad:
lo miraron como a un hombre terco y apegado a su opinión, de quien no se podía esperar nada más sino proyectos nuevos de un celo exagerado, más ruidosos que los primeros. No se pensó sino en quitarle a sus hermanos; y si se hubiera podido, lo habrían puesto a él mismo bajo tutela, en lugar de dejarle aquella de la cual estaba encargado. (Blain, 1733, t. I, p. 174)
El sobrino de Juan Bautista escribe de manera más reposada en la segunda versión de su texto:
[él] respondió con una moderación tan cristiana que muchos se retiraron muy edificados y resueltos a no presionarlo más por temor a oponerse a las vías de Dios. Los otros […] lo miraron desde entonces como un hombre apegado a su opinión, que nada podía doblegar, y resolvieron retirar sus tres hermanos de su casa.
Incluso si Maillefer no da más detalles, parece al menos que una parte de los familiares estuvo impresionada favorablemente por el proyecto de Juan Bautista.
La formación de la primera comunidad
Maillefer es el único en evocar la pena de Juan Bautista ante la partida de sus hermanos y escribe con pudor que «esta separación afectó sensiblemente, pero no lo abatió». Por el contrario, Blain planta a su héroe «inmóvil como una roca en medio del oleaje de la tormenta». En el fondo poco importa: no hemos guardado ninguna confesión de Juan Bautista al respecto, no más, por lo demás, que de la muerte de sus padres unos diez años antes o del deceso de su hermana
María Rosa el 21 de marzo del mismo año en la abadía de San Esteban de las monjas. No sabemos, pues, nada de lo que él experimentó y toda conjetura es vana. Lo que nos importa más es que ese desprendimiento objetivo con respecto a los suyos, aunque relativo, dado que él asume la tutela de sus hermanos sin ser cuestionado, corresponde a un compromiso suplementario con los maestros. La dimensión comunitaria del grupo se refuerza. Se trata ahora de su vida espiritual.
Desde su instalación en la calle Santa Margarita, Juan Bautista los invita a escoger un confesor. Ellos se dirigen al párroco de San Symphorien,
Henri Gonel, luego a otro presbítero cuyo nombre no se revela. El primero no habría tenido «el espíritu de comunidad»; en cuanto al segundo, su confesionario es muy frecuentado: hay que «esperar y prepararse entre personas de diferente sexo y volver a menudo más tarde» (Bernardo, 1965, CL 4, p. 43). Una parte de los maestros pide a Juan Bautista ser su confesor y él acepta. Pasan algunos meses o semanas antes de que confiese y dirija al conjunto del grupo. ¿Este giro decisivo se completó a finales de 1681? Se puede suponer, pero nada lo testifica. Maillefer (1966) prefiere insistir en la organización de la vida espiritual de la comunidad:
él se aplicó seriamente a organizar su pequeña comunidad. Comenzó por inspirar a sus discípulos el espíritu de modestia, de humildad, de pobreza, de piedad y de una caridad sin límites; cualidades todas que debían ser el fundamento de la simplicidad de su estado; pero como él no quería introducir nada por autoridad, y como él quería hacer un establecimiento sólido, él se contentó con orientarlos a la perfección a donde quería conducirlos gradualmente. (CL 6, ms. 1723, p. 44)
En la versión modificada de su manuscrito agrega: «él se aplicó así todo ese año a acostumbrar a los maestros a una sucesión de ejercicios con los cuales los familiarizaba de forma insensible». Esta evolución comienza en junio de 1681 y, cuando llega el verano de 1682, la estructuración de la comunidad ha progresado, sin reconocimiento canónico, bajo la guía de un eclesiástico bien inserto en la institución, pero que actúa ahí como un director espiritual en un marco privado. Es el carisma de Juan Bautista que está en acción y no se sabe casi nada de la reacción de los maestros. Se puede al menos suponer que ella no es unánime, porque solo algunos (sobre seis o siete, solo dos o tres) tomaron la iniciativa de pedirle que fuera su confesor.
El segundo cambio determinante de este periodo se produce al final de la primavera de 1682, en parte, bajo coacción. El 24 de junio, con los maestros, Juan Bautista deja la casa paterna de la calle Santa Margarita y se instala en la entrada de la calle Nueva en dos casas alquiladas frente al convento de los cordeliers (Aroz, 1975, CL 40.1, n.° 92, pp. 80-81; 1982, CL 42, p. 73).
Adrián Nyel ya no forma parte del grupo: había dejado Reims desde hacía seis meses para fundar nuevas escuelas. Esa mudanza se inscribe en un doble contexto. Por una parte, la sucesión de
Luis de La Salle opuso jurídicamente a Juan Bautista contra su cuñado
Juan Maillefer y su hermana María. Estos últimos se casaron el 20 de marzo de 1679, un lunes de Cuaresma, periodo prohibido para los matrimonios, y Juan Bautista firmó como testigo de su hermana. Esto confirma las buenas relaciones que se adivinan al leer el informe de tutela: a pesar de la emancipación de María, Juan Bautista gastaba con gusto para «sus necesidades». Para comprender las tensiones que van a estallar a la vista de todos, menos de dos años después del matrimonio, hay que recordar el estatuto de la casa de la calle Santa Margarita. Ella se legó de forma indivisa a los hijos de La Salle y Juan Bautista, como ejecutor testamentario, la puso primero en alquiler a partir del 24 de junio de 1672. Por falta de cliente, él mismo se hizo arrendatario, por cuenta de la indivisión, por 250 libras al año. Por tanto, María es copropietaria de la casa. Aroz (1993, CL 52, p. 52) supone que la pareja habría reclamado con bastante rapidez la división de la sucesión para obtener su parte.
Juan Maillefer inicia el procedimiento a finales del año 1680 y, a comienzos del mes de enero siguiente, Juan Bautista es notificado legalmente para proceder a la división de la herencia.
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