Ahora bien, en el periodo de la Navidad de 1679 Juan Bautista se empezó a preguntar si no debía irse a su casa con los maestros. Esta coincidencia lleva a interrogarse sobre otras motivaciones de Juan Bautista: ¿piensa él poder así guardar la casa de La Salle? O más bien, ¿no es justamente lo que temen Juan y María, quienes viven muy cerca y ven a esos maestros de lamentable figura, a los cuales se les lleva la comida en la calle Santa Margarita? La sucesión incluye otra casa en la calle de los Dos Ángeles, una granja en Beine —a unas leguas al este de Reims— y viñas situadas en Chigny y Daméry sobre los costados norte y sur de la montaña de Reims, respectivamente. Las casas se visitan varias veces, mientras que Juan Bautista inicia los procedimientos para recuperar los alquileres no pagados. Así, pues, cuando él instala a los maestros en la calle Santa Margarita, el 24 de junio de 1681, no se ha hecho aún la sucesión y no parece que Juan Bautista haya solicitado la opinión de la pareja. Esta instalación parece un hecho ilegal; pero cuando los expertos establecen que los bienes no pueden ser «fácil y útilmente divididos», el alguacil del arzobispado dicta sentencia a finales del mes de agosto: ordena poner en pública subasta las propiedades de
Luis de La Salle. La venta tiene lugar en julio de 1682 y solo al final del mes, una vez aceptadas las adjudicaciones, el monto se reparte entre los cinco hermanos y la hermana.
Juan Bautista llegó hasta 9700 libras para comprar la casa de La Salle, ofrecida por 6000. Luego él cedió y fue un burgués de Reims,
Francisco Favart, extraño a la familia, quien la obtuvo por 10.025 libras. Maillefer insistió: él llegó hasta las 10.000 libras, pero después se calló (Aroz, CL 52, p. 41). Se convino que Juan Bautista podía permanecer en la calle Santa Margarita hasta el fin del año, pero para esta fecha él ya la había dejado con los maestros. Los trabajos de L. M. Aroz, quien ha exhumado de manera meticulosa todas las actas de la sucesión de
Luis de La Salle, arrojan otra luz sobre las tensiones suscitadas entre Juan Bautista y su cuñado por la instalación de los maestros en la calle Santa Margarita. ¿El honor de la familia y la educación de los hermanos menores son verdaderamente los únicos asuntos en juego? ¿No temió
Juan Maillefer que la ocupación de la casa la sustrajera a la sucesión y a su división? La venta de los inmuebles y fondos produjo la suma de 16.043 libras para dividir entre cinco. Juan Bautista retira entonces personalmente 3208 libras y doce soles.
Por otra parte, se da la renovación completa del grupo de maestros. Los que siguen a Juan Bautista en la calle Nueva, a finales de junio de 1682, no son los que se instalaron en la casa de La Salle a comienzos del verano de 1681:
la mayor parte de los maestros que habían permanecido con el señor Nyel en la casa que había sido alquilada para ellos, y que eran los menos regulados, y habiendo llevado una vida libre y que no sentían en absoluto necesidad de la comunidad, no pudieron acomodarse por mucho tiempo a una vida tan moderada y retirada, tal como aquella a la que los comprometía nuestro ferviente canónigo en su casa. Esa fue la causa por la que se retiraron poco tiempo después, deseando llevar una vida más libre y más independiente. Él mismo se vio obligado a despedir a algunos que no tenían bastante talento ni vocación para las escuelas, aunque tuvieran mucha piedad y que habían sido recibidos solo por necesidad. De suerte que en poco tiempo, es decir, en menos de dos meses, él se hizo a una casa nueva, no teniendo allí, salvo uno o dos, sino nuevos sujetos. (Bernardo, 1965, CL 4, pp. 46-47)
Dicho de otro modo, desde el comienzo de la primavera de 1682, el grupo de maestros se renovó casi en su totalidad. Esta transformación es significativa. Los primeros seguramente se sintieron atraídos ante todo por la perspectiva de un empleo y por las facilidades de vida que representaba el servicio de la comida y la dormida. Ellos no fueron a formar una comunidad regulada con una finalidad religiosa y se marcharon cuando comprendieron la dirección hacia la cual quería llevarlos Juan Bautista. Una comunidad no se forma sobre la base de la coacción, sino del voluntariado o, en otros términos, de la vocación. Por el contrario, una vez el grupo se instala en la casa de La Salle y sigue una vida regulada, se sabe a qué se compromete uniéndose a él. Se entra porque se quiere y porque se aceptan las condiciones, lo que no significa que el proyecto esté coronado por el éxito. Según Bernardo, los «nuevos sujetos» se comienzan a presentar entre el mes de diciembre de 1681 y «comienzos del año 1682». Quizá es en ese momento cuando entran Henri L’Heureux y
Nicolás Vuyard, de quienes hablaremos de nuevo más adelante. La mutación es esencial no solo para los maestros, sino también, y quizás primero, para Juan Bautista. Muy lejos de venir «únicamente» a apoyar a
Adrián Nyel y a las buenas obras de la
señora Maillefer, él está a punto de poner en marcha, sobre la base del voluntariado, una comunidad religiosa con fines educativos, una comunidad que fundará su vocación educativa sobre la calidad de su vida comunitaria.
Los primeros días de la primavera de 1682 son decisivos. Representan a la vez el momento en que Juan Bautista comprende que él quizás no conservará la casa de La Salle, puesta en venta, y el momento en que toma conciencia de la verdadera dimensión de su acción: nuevas fundaciones de escuelas comienzan fuera de Reims. Él siente la necesidad de distanciarse. Blain es el único que reporta ese hecho. Juan Bautista alquila un jardín cercano al convento de los agustinos y a las murallas de la ciudad. El jardín tiene una construcción en la cual el canónigo alberga sus meditaciones y, según la memoria citada por Blain, sus penitencias:
¡ah!, si las murallas del pequeño despacho que le servía de célula pudieran hablar, qué no dirían ellas de sus sangrientas disciplinas, y de otros piadosos ejercicios en los cuales lo arrojaba la embriaguez espiritual del vino nuevo que él comenzaba a gustar.
Se puede asumir con prudencia un lugar común hagiográfico, pero conviene resaltar el puesto dado a este retiro en la maduración del proyecto de Juan Bautista. Blain es formal en su retórica muy propia: «fue allí donde, comenzando una vida completamente nueva, él formó el primer plan de la más sublime perfección». La conjunción en este periodo de diversos elementos que hemos subrayado inclina a aceptar su afirmación.
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