En lugar de desistir en favor de su hermano menor, Juan Bautista inscribe sobre su carta de renuncia el nombre de
Juan Faubert, uno de los eclesiásticos que vive con él en la calle Nueva, originario de Château-Porcien, donde se había fundado una escuela en 1682. La evolución ulterior de las cosas reveló que Juan Bautista, sin duda, no dio pruebas de discernimiento: el celo de Faubert se desvaneció con rapidez en las dulzuras de su prebenda y Bernardo precisa que Juan Bautista habría expresado algunos pesares al respecto. Las reacciones de la familia desposeída de una bella prebenda no se hacen esperar porque, desde un estricto punto de vista social, la dimisión de Juan Bautista se puede asimilar a una traición a los suyos: «se le dijo que no servía de nada no trabajar únicamente para sí mismo» (Maillefer, 1966, CL 6, ms. 1723, p. 62). «Hubo una más fuerte serie de críticas de parte de sus familiares y de sus amigos que le reprocharon varias veces su dureza de corazón» (Bernardo, 1965, CL 4, p. 56). Incluso si hay que tener en cuenta aquí la perspectiva retórica hagiográfica que exalta así su resolución, prueba de la gracia divina que la anima, sin embargo, designar a Faubert es un poco como si Juan Bautista hubiera roto las amarras que lo ataban a la nave familiar. Queda aún una última atadura que él suelta un año más tarde: la tutela de sus hermanos menores. Él renuncia de modo definitivo a ella el 16 de agosto de 1684 para dársela a
Nicolás Lespagnol.
Esa opción también es la de la pobreza, porque él sabe que su familia estimará que ya no le debe nada más. Salvo Juan Luis, quien permanece a su lado hasta la crisis de la Unigenitus, no se encuentra durante su vida ninguna prueba de un apoyo de los La Salle a las escuelas o al instituto antes de que Pedro, después de la muerte de Juan Bautista, termine interesándose en ello. Pero tras la prebenda él se debe desprender del resto de sus bienes: los hagiógrafos afirman que ese despojo fue total y que él no conservó nada como propio. Sin embargo, nosotros vemos que Juan Bautista continúa velando sobre las entradas de dinero incluso después de renunciar a su tutela. Ahora bien, el instituto no tiene reconocimiento legal, por consiguiente, tampoco personalidad moral antes de 1725. Es realmente en nombre propio que él se compromete procediendo así.
En una visión simplificadora, la hagiografía evoca de manera habitual las limosnas de Juan Bautista que le habrían permitido completar su desprendimiento, en particular con ocasión del hambre del otoño de 1684 y del invierno de 1685, multiplicando las distribuciones de comida en las tres escuelas de niños de Reims y en las cuatro escuelas de niñas de las Hijas del Niño Jesús. Blain llega incluso hasta a hacerle distribuir 40.000 libras de limosna, dato puramente novelesco, porque Juan Bautista no dispone de tales recursos en esta fecha y, por lo demás, nunca dispuso de ellos. Poutet estima que gastó durante esos meses cerca de 15.000 libras y que no le queda nada cuando llegan las cosechas de 1685. En 1676 su fortuna era de 16.260 libras, de las cuales la mayor parte estaba constituida por capitales colocados. De la venta de la casa de la calle Santa Margarita, él sacó más de 3000 libras. A comienzos de 1684, con Aroz (1982), se puede estimar su fortuna en unas 26.081 libras, lo que representaba un aumento significativo y revelaría sus talentos reales de administrador67 (CL 42, p. 225). Nada indica que Juan Bautista haya demandado el rembolso de los fondos de inversión colocados, que constituyen aún la mayor parte de sus bienes. Son las rentas de esas inversiones que dan el efectivo necesario para sus limosnas. Hay, pues, que revisar a la baja la estimación de las sumas distribuidas bajo cualquier forma que sea: parece que de 3000 a 4000 libras podría ser un orden de magnitud máximo verosímil. Esta suma importante se emplea en las distribuciones de pan, tanto para los estudiantes como para los pobres que se presentan en la casa de la calle Nueva y los «pobres vergonzantes» socorridos en sus domicilios.
Bernardo precisa también que bajo la orden de su director, Santiago
Callou, Juan Bautista se reservó doscientas libras de rentas68 (Poutet, 1970, t. I, n.º 45, p. 722; Bernardo, 1965, CL 4, p. 61). Pero es claro que estas no forman todo su haber a partir de esta fecha: los capitales de inversión y no rembolsados continúan dando sumas más importantes. Y son estas últimas las que van a permitirle, como lo dice Bernardo, «hacer largos y penosos viajes que él emprende, llenar su biblioteca de libros para su uso y su comunidad; [financiar] otras obras de piedad, como ornamentos de iglesia, vasos sagrados y hábitos sacerdotales, cosas que proveía con gran cuidado», que le permiten también y, en primer lugar, financiar el alquiler de la calle Nueva.
En esas condiciones, ¿la cuestión de la pobreza permanece vigente? La prebenda a la que renunció no forma ni un décimo de sus rentas. ¿En qué se unió a la precariedad de los hermanos? ¿En qué se hizo «pobre con los pobres a fin de hacerles amar su estado de pobreza»? ¿La tradición hagiográfica no está sumergida en la plena hipocresía? Blain (1733) no da muestras aquí de ninguna moderación:
esta distribución diaria de pan en su casa se hacía todas las mañanas; y era después de la celebración de la santa misa cuando él venía a socorrer […] él se ponía a sus pies, y se le veía arrodillado para darles la limosna con los signos de respeto y de alegría como si él hubiera dado, visto y alimentado a Jesucristo en persona. Él hacía más: hecho pobre él mismo, asistiendo a los pobres, él tomaba en calidad de pobre una porción de pan que les distribuía y se la comía de rodillas ante sus ojos, con un gusto y una alegría que hacía sentir el placer que él encontraba en el seno de la pobreza y la caridad reunidas.
Él llevó más lejos las cosas: celoso del mérito de la pobreza más humillante, él quería tragarse la vergüenza de la mendicidad y comer una limosna de confusión pedida de puerta en puerta. La humildad y la necesidad se le impusieron finalmente; porque, despojado de todo y vuelto más pobre que aquellos a quienes había alimentado, él fue, a su vez, a expensas del amor propio, a pedir limosna, de casa en casa, de algunos pedazos de pan. Después de muchos rechazos, el recibió de una buena mujer un pedazo de pan muy viejo, que él comió de rodillas, por respeto y con una gran alegría que no se puede expresar. (t. I, p. 221)
Sin embargo, Blain señala su sorpresa: que las memorias puestas a su disposición no evoquen nunca la reacción de la familia ante la venta de sus bienes por Juan Bautista, mientras que insisten en el escándalo provocado por su renuncia a la canonjía:
¿cómo es posible que su misma familia se viera tranquilamente despojada de un bien que ella esperaba heredar, sin oponerse a ello, y sin atar las manos de aquel que daba, perjudicándola, todo su patrimonio a los pobres? Es lo que me sorprende y hay, me parece, de qué asombrarse. (t. I, 216)
La respuesta es simple: ¡no hubo escándalo porque para esa fecha Juan Bautista se desprendió solo de una parte de su patrimonio y no lo hizo en favor de los pobres, sino de sus propios hermanos! En efecto, en 1684, antes de renunciar definitivamente a su tutela, él les cedió una parte de la casa que compró en 1675 en la calle Santa Margarita por 1200 libras, estimada desde ahora en adelante en 1229 libras (o sea, una plusvalía de 2,5 % en menos de dos años), cuyo alquiler producía 66 libras; por otra parte, también les cedió ocho contratos de anualidad principales de 9177 libras. Le quedarían cerca de 11.000 libras de capital, que le producen una renta de cerca de 550 libras, o sea, aproximadamente el costo del mantenimiento anual de dos maestros, sin exceso. Juan Bautista está teóricamente al abrigo de la miseria, pero no está en la abundancia, sobre todo porque el pago de una renta es algo muy inseguro.
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