Los primeros biógrafos son unánimes: Juan Bautista habría insistido para que Adrián Nyel, en lugar de ir a pedir hospitalidad donde el hermano de la señora Maillefer con la carta de recomendación con la cual ella lo había provisto, se alojara en su casa, en la calle Santa Margarita. Eso para guardar el secreto necesario al proyecto.
Alojándose en esta casa, era imposible que no se supiera en poco tiempo en la ciudad el tema de su venida; y que, como los señores de la ciudad habían puesto muchos obstáculos al establecimiento de las hijas, y que ellas no se hubieran podido establecer sin la autoridad de monseñor el arzobispo, a partir del momento en que ellos vieran una vez más comenzar las escuelas de niños por gente desconocida, ellos se informarían de todas sus intenciones y bien podrían devolverlos, por temor a que no se hagan, a pesar de ellos, nuevos establecimientos. (Bernardo, 1965, CL 4, pp. 24-25)
Es, pues, un hombre del establishment remense —Juan Bautista se puede calificar de esta manera— quien recomienda actuar al abrigo de las miradas, de tal manera que las autoridades se pongan ante el hecho cumplido. Rodear de secreto una buena obra naciente es la manera de actuar de la Compañía del Santo Sacramento, que reclutaba entre los notables y las personas de poder. Aunque su historia se desconoce, la sucursal —seguramente fundada en Reims a comienzos de los años 1640— sin duda no existe a finales de los años 1670 y la cuestión de la pertenencia de Juan Bautista ya no se plantea; sin embargo, solo se puede ser sensible a la similitud de las estrategias. Pero ¿por qué la discreción obligaría a Nyel a renunciar a la hospitalidad de
Cristóbal
Dubois? Según los primeros biógrafos, Juan Bautista habría alegado su apariencia, la del tipo devoto: «él usaba un rabat, cabellos cortos y un hábito negro». Él no pasaría desapercibido en una ciudad de talla pequeña, a fortiori en un barrio donde residen los notables y se cruzan a diario. Él no se confundirá entre los burgueses: su presencia donde Cristóbal Dubois le parecerá insólita al vecindario. Curiosamente, Juan Bautista habría afirmado que estaría más cómodo confundido con uno de los «eclesiásticos o curas del campo» que iban a menudo donde él. Eso deja pensar que el uso de la sotana está aún lejos de ser generalizado en los campos remenses en esa época. Es también una información interesante sobre la sociabilidad de Juan Bautista en el momento: la casa familiar ve pasar suficientes eclesiásticos extraños a la ciudad para que Nyel no atraiga la atención con sus idas y venidas. Bernardo reporta también que Nyel preveía ir a Nuestra Señora de Liesse. Él pasaría mucho más desapercibido, puesto que Juan Bautista alojaba a eclesiásticos en peregrinaje hacia uno de los principales santuarios marianos del reino.
El impulso que lo condujo a ofrecer hospitalidad a Nyel es el de un notable caritativo y protector de buenas obras. Es también algo más. Juan Bautista ofrece su apoyo a la misión de Nyel, se compromete a ayudarlo y se implica. De modo espontáneo, él se sitúa en un lugar comparable al que
Nicolás Roland le confió antes con respecto a su instituto naciente. Como canónigo piadoso y miembro de la élite remense, y también como dirigido por Roland, él comprende que la obra de las escuelas, la cual moviliza a los devotos en varias ciudades del reino, constituye un nuevo terreno de combate para «construir el cielo sobre la tierra» (Gutton, 2004). Como él mismo lo escribió, es solo «una atención de pura caridad» (Blain, 1733, t. I, p. 169): no se ve aún como actor directo de la educación y la evangelización popular. No es ineluctable que él devenga eso algún día. Salvo en una lectura providencialista, no se puede afirmar que, acogiendo a Nyel, Juan Bautista puso el dedo en el engranaje que lo conduce a la fundación de un nuevo instituto enseñante. Él hubiera podido perfectamente contentarse con hacerlo aprovechar de su posición social y de su generosidad pecuniaria.
Convencido por su huésped, tanto por su notabilidad en la ciudad como por su piedad manifiesta y su seriedad, Nyel se apega a él y acepta su protección. Con él discute sobre la buena estrategia para introducir la red de las escuelas de los niños, conversaciones de las cuales no nos llegó ningún testimonio. Juan Bautista decide consultar a don Claudio
Bretagne, prior de la abadía de San Remí. La costumbre lo guía hasta allí de modo espontáneo: a este benedictino Roland conducía a sus dirigidos cuando estaba ausente. En esta fecha, el monje maurista seguramente ha acabado de redactar la Vida del señor Bachelier de Gentes, que se publicará el año siguiente, en 1680: ella narra la vida edificante de
Pedro Bachelier, miembro de una de las principales familias de la ciudad, a la cual los La Salle están aliados de forma indirecta por vía de los
Frémyn. Es muy seguro que Juan Bautista no solo haya escuchado hablar de él en su juventud, sino que también lo haya encontrado: Pedro Bachelier murió en 1672, el mismo año que
Luis de La Salle. Y uno de los profesores de Juan Bautista,
Daniel Egan, asistió al moribundo y le dio su aprobación al libro. Blain cuenta que Juan Bautista «no se contenta sin embargo con el aviso» de Claudio Bretagne, sino que él «quería tener los consejos de los eclesiásticos más piadosos de la ciudad y los más capaces de prever los inconvenientes que había que evitar […] él los reunió con el padre Bretagne y tuvo con ellos dos reuniones» (Blain, 1733, t. I, p. 163). Ninguna otra fuente confirma la realización de varias reuniones. Bernardo no es muy claro. Primero, afirma que Juan Bautista consultó a «varias personas piadosas» (se puede tratar de laicos), como a don Bretagne. Unas líneas más adelante, él evoca una sola «asamblea», que reunió a don Bretagne y a algunos «piadosos eclesiásticos», sin precisar si Nyel participó en esa reunión, en el curso de la cual las decisiones se habrían tomado (Bernardo, 1965, CL 4, pp. 26-27). Esta asamblea solo posee un estatuto privado y no tiene nada de comparable con aquella de agosto de 1678 que se había hecho en presencia del lugarteniente de los habitantes para el reconocimiento de las Hijas del Niño Jesús; pero se puede suponer que igualmente se consultaron los miembros de la red que protege a estos últimos, en particular los hermanos Rogier y Francisca
Duval. Leyendo a Maillefer entre líneas, es un eufemismo escribir que el benedictino aportó solo un concurso limitado al proyecto de Nyel:
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