él hizo notar todos los inconvenientes; ya se les había previsto, pero se le consultaba únicamente para encontrar los medios de solucionarlos. Él no quería decidir nada por sí mismo, solo opinó que no se precipitara nada y que se consultara a otras personas más avezadas que él en estos asuntos. (Maillefer, 1966, ms. 1740, CL 6, p. 35)
En cuanto a la estrategia decidida por esta asamblea, Juan Bautista sería el autor:
poner a los maestros que deben comenzar bajo la protección de un párroco dispuesto a encargarse de ellos, y decir que es él quien los emplea en la instrucción de sus parroquianos, y no hay persona que pueda poner obstáculo a eso. (Bernardo, 1965, CL 4, pp. 26-27)
El contexto remense casi no deja opción. La fundación de Roland no se habría terminado sin la intervención del arzobispo. Se comprende que este modelo no haya parecido el más oportuno para las escuelas de los niños, tanto más que Nyel había ido solo en misión temporal y que había que poner en marcha esas escuelas en un plazo relativamente corto. Ahora bien, ¿qué experiencia traía él consigo? En la Oficina de los Pobres de Ruan él estaba a cargo de las escuelas pertenecientes al Hospital General. El modelo parecía difícilmente transportable a Reims, donde había sido necesario vencer las reticencias de la ciudad para sustraer las escuelas de las niñas del control directo del hospital y ponerlas bajo la guía de la nueva congregación. De Ruan, sin embargo, Nyel aporta también otra experiencia, la de
Nicolás Barré. Llegado a la capital normanda en 1659, el religioso mínimo se había asociado a Antonio La Haye, párroco de San Amand, quien tenía una escuela gratuita para algunos niños (Flourez, 1998, p. 87). Igualmente, en el marco parroquial comenzaron a actuar las maestras. Tiene la ventaja de ofrecer una cierta autonomía, bajo la autoridad del párroco, al quien incumbe procurar la instrucción cristiana a los niños. El maestro de escuela, si lo recluta la comunidad de los habitantes, se pone bajo su control. El mismo
Guillermo Rogier confió la escuela de los niños de su parroquia a un sacerdote, el abad Bartolomé, párroco de Mouzon, discípulo de
Nicolás Roland. Es bastante lógico que Nyel y Juan Bautista hayan pensado en esta solución para establecer en Reims escuelas gratuitas para los niños sin recurrir a un procedimiento que corría el riesgo de chocarse con las fuertes reticencias del consejo de la ciudad.
Las primeras escuelas parroquiales
Queda por encontrar al párroco que acepte acoger bajo su jurisdicción la primera escuela que se establecerá. La misma asamblea53, que optó por la solución parroquial, delibera luego sobre la opción de la parroquia. El prior de San Remí insiste para que se escoja el párroco de San Timoteo, Nicolás
Boutton, quien es también el sobrino del oficial; pero Juan Bautista objeta que este parentesco lo hace muy dependiente del arzobispo e incapaz de resistir a un eventual rechazo viniendo de ese lado. Bernardo solo reporta los consejos emitidos por Juan Bautista, de modo que él parece haber tenido el rol principal en esta asamblea y haber conseguido la decisión. No obstante, hay allí, quizás, un puro efecto de fuente: las memorias solicitadas por Bernardo para la biografía solo tenían el objetivo de recolectar el máximo de información sobre el fundador de los hermanos y sacarlo a la luz. No existe ningún proceso verbal ni reporte de esta reunión. Otros tres párrocos se consideraron: el primero,
Henri Gonel, párroco de San Symphorien54, a quien se juzga por «no ser querido por los superiores»55, el segundo, «no tiene bastante celo» (Bernardo, 1965, CL 4, p. 27)56; la elección, entonces, recae sobre el tercero,
Nicolás Dorigny, párroco de San Mauricio, «quien, además, tenía bastante piedad, celo y firmeza para mantener lo que él hubiera emprendido» (Bernardo, 1965, CL 4, p. 27). Esas no son sus únicas cualidades: entre sus parientes se encuentran nombres tales como Maillefer, Cocquebert y Rogier.
Bernardo y sus sucesores subrayan la feliz coincidencia entre la decisión de la asamblea y los deseos de Nicolás Dorigny: solicitado, este último acepta con entusiasmo, porque la proposición le viene como anillo al dedo para realizar su proyecto de una escuela gratuita de niños dirigida a los pobres y de reclutar a un eclesiástico para hacer la clase. ¿Ese proyecto era tan secreto que ciertos participantes de la asamblea no estaban informados antes y que la elección de este no se orientó por ello? Por lo menos se puede plantear la pregunta. La propuesta aceptada por el párroco de San Mauricio no corresponde con exactitud a su intención primera. ¿La aprobó de buena gana? ¿No lo forzaron un poco? En efecto, su idea consistía en confiar su escuela de niños a un eclesiástico que quisiera «comprometerse a permanecer con él». Ahora bien, se le demanda confiar esta escuela a
Adrián Nyel y al garzón que lo acompaña desde Ruan, de catorce años; dicho de otro modo, a dos laicos. Se agrega a esto un argumento de peso: la renta de cien escudos, o sea, trescientas libras reales, prometida por la
señora Maillefer para subvenir a las necesidades de los dos maestros. Dorigny instala en su casa a los dos enviados. ¿Tiene el conocimiento de los pormenores de su misión?
La primera escuela gratuita para niños comienza a funcionar en Reims, en la parroquia de San Mauricio, en 1679. La tradición lasallista precisa: el 15 de abril, segundo sábado de Pascua. Ninguna fuente confirma esta fecha que supone gestiones muy rápidas: cinco o seis semanas a lo sumo. Desde el exterior, la apertura de la escuela aparece como una iniciativa del párroco. No se trata de la primera escuela «lasallista», propiamente hablando. Juan Bautista cumplió solo una misión de «pura caridad» en la cual se había involucrado. Como lo escribe Blain (1733), «no había más que hacer, según pensaba, sino agradecer a Dios, y a encerrarse en el ejercicio de los deberes de un buen presbítero y de un buen canónigo» (t. I, p. 165).
Bajo la pluma de los tres primeros biógrafos, Nyel aparece como un personaje poco fiable. Ciertamente, «era un gran hombre de bien que tenía un gran celo por la gloria de Dios y que buscaba todos los medios para lograrla» (Bernardo, 1965, CL 4, p. 28). Blain afirma que era «amigo del bien, veía con gozo su práctica y la favorecía con sus ejemplos»; pero Bernardo lo califica igualmente de «insinuante» y Maillefer subraya sus lagunas:
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