Nicolás Roland muere brutalmente el 27 de abril de 1678, llevado por la fiebre púrpura que contrajo estando en la cabecera de los miembros de la comunidad afectados por la epidemia. Su deceso interviene cuando las negociaciones por el reconocimiento de esta comunidad entraban en la fase decisiva, con la última estadía de Roland en París, entre noviembre 1677 y abril 1678. Bajo el impulso de un nuevo lugarteniente de los habitantes,
Claudio Cocquebert, el consejo de la ciudad puso el asunto en deliberación a comienzos del mes de marzo. Confió la instrucción a una comisión de cuatro miembros, entre los cuales estaba
Luis Roland, el primo de Nicolás. El arzobispo dio a conocer su apoyo. El 19 de abril el consejo hizo saber que esperaba las cartas patentes del rey antes de concluir y, el mismo día, Roland cayó enfermo. Licenciado en Teología desde febrero, Juan Bautista acababa de ser ordenado presbítero, el 9. Cabe suponer que Nicolás, habiendo regresado de París el 6, asistió a la ordenación de su dirigido. El 23 de abril lo designa su ejecutor testamentario, con
Nicolás Rogier, aún un simple diácono y bachiller en Teología, en quien ve al sucesor de su prebenda canonical (Aroz, 1995, CL 53, pp. 47-57). Eso supone que Juan Bautista fue a la cabecera de su cama y que tuvieron intercambios profundos. Por lo demás, el día de su muerte el teologal entrega a Juan Bautista un memorando firmado de su mano que lleva el inventario de todos sus bienes, que él cede a la comunidad del Niño Jesús. Cuando él recibe los últimos sacramentos, Juan Bautista está presente con todo el capítulo y escucha la última exhortación del moribundo.
De ahora en adelante está estrechamente asociado a la obra escolar del difunto, que lo va a poner en relación directa con el arzobispo. En efecto, le corresponde, en primer lugar, organizar los funerales. Solicita la autorización de celebrarlos en la capilla del orfanato. Le Tellier, dando su acuerdo, aprovecha para pedirle «una copia de su testamento, a fin de que yo sepa lo que él ordenó con respecto a la comunidad que él quería fundar y establecer en Reims bajo mi autoridad» (citado en Poutet, 1970, t. I, p. 547). Los recursos de la fundación se reúnen desde diciembre de 1677 por medio de varios contratos notariales negociados a nombre de Roland por su tía y por Francisca
Duval. El prelado da su apoyo:
Nicolás Rogier obtiene la prebenda del teologal y Juan Bautista recibe la misión de negociar la finalización del establecimiento. Como joven presbítero que no ha recibido aún los poderes de confesar, y con solo veintisiete años, no se le confía la guía de la comunidad: Le Tellier nombra superior al canónigo
Guillermo Rogier. La intervención del arzobispo en la corte es decisiva. El 9 de mayo, en San Germán, el rey firma una carta con sello para intimar al consejo de la ciudad a reconocer la nueva comunidad. Le Tellier se la transmite a
Claudio Cocquebert, quien se la lee al consejo el 24 de mayo y recoge un asentimiento tanto unánime como espontáneo. Queda la sucesión, que le corresponde a Juan Bautista llevar a término: Roland demandó expresamente que
los serios ejecutores del presente testamento puedan tratar y negociar en su lugar el establecimiento de dicha casa y comunidad de las Hijas del Niño Jesús y de los medios para poder llegar al dicho establecimiento, y esto hasta que sea perfecto y consumado. (citado en Aroz, 1995, CL 53, pp. 44-45)
La comisión designada por Cocquebert quiere conocer primero las constituciones de la nueva comunidad, depositadas entre las manos de monseñor Le Tellier por
Nicolás Roland. Ella exige la modificación de una cláusula que prevé que el capital destinado a la fundación sería otorgado al Seminario de las Misiones Extranjeras de París si las constituciones se cambiaban. Esta disposición da testimonio de la aspiración misionera del difunto y de su deseo de entrar al seminario parisino, que él nunca realizó. El consejo de la ciudad refunfuña frente a la eventualidad según la cual el capital constituido en Reims por una obra remense pueda aprovechar a los foráneos… El arzobispo deja conocer su impaciencia a Claudio Cocquebert el 19 de julio. El trabajo de Juan Bautista consiste en negociar con cada uno de los fundadores una modificación de los contratos, lo que él obtiene sin dificultad: en caso de ruptura del contrato de fundación, el capital volverá a las obras pías de la diócesis y a la casa de los huérfanos. La nueva redacción calma también otras inquietudes de los consejeros relativas a la edad de los huérfanos acogidos por las hermanas. La mayoría de ellos no considera que se puedan acoger niños mayores de nueve años: ellos juzgan conveniente la utilidad, antes de esta edad, de enseñarles los fundamentos de la religión porque sus padres son incapaces o los párrocos abandonan el catecismo; pero para ellos está fuera de discusión que más allá de esa edad no se les obligue a trabajar. Se estipula, entonces, que «su edad mínima [será] de tres años» y que «a la edad de siete años y medio, ocho a lo sumo, esos niños serán retirados por el consejo de la ciudad y puestos en el Hospital General u otro lugar apropiado». Esos artículos, firmados en particular por Juan Bautista,
Guillermo Rogier (por su hermano Nicolás aún menor) y
Claudio Cocquebert, los ratifica Le Tellier el 1.º de agosto de 1678. El 11, ante el lugarteniente general, todas las partes reconocen la utilidad de la fundación y aceptan «el establecimiento de la comunidad de las hijas seculares bajo el nombre del santo Niño Jesús». El 12 la encuesta de commodo et incommodo reúne ante el lugarteniente de los habitantes, además de los doce ejecutores testamentarios, a varios canónigos, los doce párrocos de la ciudad, los abades de San Remí, San Nicasio y San Denis, y los superiores de los agustinos, los capuchinos, los carmelitas, los cordígeros, los jesuitas y los dominicos. Ella concluye de manera unánime sobre la utilidad de la fundación. Quedan por obtener las cartas patentes del rey:
Luis XIV las firma en San Germán a comienzos de febrero de 1679 y el Parlamento las registra el 17(50).
Читать дальше