Pilar de Rosa - Seda de Florencia

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Seda de Florencia: краткое содержание, описание и аннотация

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Seda de Florencia es una novela que aborda la capacidad transformadora del ser humano, pues es desde la transformación personal que se alcanzan las verdaderas transformaciones sociales. La protagonista, Teresa Sousa, las chicas de la seda y el pueblo imaginario de Pontes son un reflejo de la misma vida. Adormecidos en la manipulación de la familia Trasosmontes, despiertan abruptamente y se encuentran devastados, empobrecidos y sin ánimos.
Teresa logra salir, gracias a su familia, en un viaje iniciático a Florencia en el que se descubre a sí misma, abandona sus miedos vitales y, transformada, regresa a Pontes para crear el taller de Seda de Florencia y para compartir su energía con las chicas de la seda. Será la ilusión y el esfuerzo de las veinte mujeres que formaran la cooperativa, así organiza la protagonista su empresa, lo que las llevará al éxito. La trama construida en tres tiempos: antes, durante y después de Seda de Florencia nos irá descubriendo las vidas de Teresa y las chicas de la seda desde su juventud hasta su vital ancianidad.

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No se habían casado, no se habían podido casar, ¡pobre María Rosa!, pero fueron felices. Lo que más seguía echando de menos eran esas tardes de verano cuando, después de cerrar la sastrería y Seda, ya anochecido se iban a cenar a alguna terraza o a pasear por las calles de Madrid. Entonces, apoyada en el brazo de Nicolás, se decía que la vida le había dado mucho más de lo que esperaba: Nicolás y Seda de Florencia.

El primer viaje que hicieron juntos fue a Florencia, en primavera, y al abrir la ventana se encontró con un azul del cielo mucho más hermoso que el de sus visitas anteriores. Ni Miguel Ángel ni Botticelli habían sido capaces de pintar un azul como aquel. Florencia estaba más hermosa que nunca, la razón era muy simple: Nicolás estaba a su lado. El primer día desayunaron juntos en la habitación, sin prisas, con el palacio Vecchio entrando por la ventana, luego visitaron la Accademia, debía presentarle a David y a los Esclavos. Aquella noche, mientras cenaban en un pequeño restaurante arriba de la escalinata de la plaza de España, le contó lo que habían significado en su vida. No le habló de su catarsis hasta que admiraron juntos las estatuas de Miguel Ángel.

Su cuñada fue la que más la apoyó. A su hermano no le gustó su decisión, se lo dijo y ya está, no modificó en nada su comportamiento hacia ella, no puso pegas cuando quiso presentárselo, ni a que fuera a comer a su casa. Para sus sobrinos siempre fue su tío Nicolás, hasta que fueron mayores ignoraron que no estaban casados. A sus padres tardó mucho en decírselo…

Tras empezar a vivir juntos decidió que debía hablar con sus padres. Nicolás decía que no hacía falta, ya eran mayores para admitirlo y Pontes no era Madrid; pero él se lo había dicho a sus hijos y dos de ellos habían dejado de hablarle. ¿No eran los hijos más importantes que los padres? Él también podía haber disimulado su existencia y no lo hizo, la quería y la respetaba demasiado como para vivir con ella en secreto. Ocultar a Nicolás le hacía sentirse hipócrita, falsa como Elena y no quería ser como ella. Si había tomado la decisión de vivir con Nicolás era con todas sus consecuencias. Sin embargo, no terminaba de encontrar el momento adecuado.

Septiembre era el mes en que se comenzaba a preparar la nueva colección y debía revisar los nuevos modelos, concretar los diseños de los encajes y bordados con Marucha, el patronaje con Campos para definir las tallas y cuánta tela precisaba cada modelo, definir colores para luego encargar las sedas, la maqueta del nuevo catálogo con Merche. Al menos iba a estar un mes en Pontes y no quería estar tanto tiempo separada de Nicolás.

La otoñada iba envolviendo el aire en sus colores cálidos: ocres, marrones, rojizos, dorados. Los días se iban acortando y la lluvia los acompañaba. Añoraba a Nicolás. Un domingo, después de que Tecla les sirviera el café, les dijo que quería invitar a un amigo a pasar unos días en Pontes. Su madre sonrió complacida, la pobre pensaba que aquel desconocido amigo de su hija quería conocerlos para pedir su mano. Les explicó el tipo de relación que mantenía con Nicolás. A su madre se le cayó el café y su padre se quedó como petrificado. El silencio se fue alargando sin que ninguno de los tres supiera cómo acabarlo, hasta que su madre se levantó y salió llorando de la habitación. Su padre seguía inmóvil, mirándola con unos ojos que no le conocía, tal vez ni había pestañeado desde que comenzó a hablar.

—Nunca pensé que pudieras hacer algo así —dijo con voz muy grave.

—Me gustaría que lo conocierais. Nicolás es un buen…

—No, tu madre no soportaría ver a ese hombre… y posiblemente yo tampoco. Además, no quiero hacerlo.

—No voy a dejarlo.

—No eres una niña, así que supongo que sabes lo que haces.

—Lo sé.

Al doctor Sousa le temblaban las manos, cogió el periódico y comenzó a leerlo; para él la conversación había terminado. Se levantó, se acercó a su padre y lo besó en la cabeza, no hizo ningún gesto ni de rechazo ni de aceptación. Cerró despacio la puerta y subió a la alcoba de sus padres, llamó a la puerta y entró en la habitación sin esperar respuesta. Su madre estaba sentada en el borde de la cama, la cara cubierta con las manos, los hombros temblando por los sollozos.

—Mamá…

—Vete, por favor —dijo sin moverse.

Volvió a llamarla con todo el cariño que fue capaz. Su madre levantó la cabeza y la miró.

—¡Dios mío, Teresa! ¡Qué vergüenza!

Intentó explicárselo, hacía años que María Rosa estaba ingresada, que no reconocía ni a Nicolás ni a sus hijos. Que él cuidaba de ella con todo el cariño del mundo, que iba a seguir haciéndolo, que iba a ayudarle en todo lo que pudiera. El llanto de su madre arreció, la besó en la cabeza, como había hecho con su padre, y la abrazó por los hombros. Su madre no la rechazó, pero no dijo nada ni se movió. Ya estaba dicho, ahora debían ser sus padres quienes reaccionaran. Se puso la gabardina y salió de la casa. Por un momento estuvo tentada de ir a ver a Adela para hablarle de Nicolás. No lo hizo al darse cuenta de que lo que buscaba en ella era consuelo, que le dijera que lo que hacía no estaba mal. Estuvo andando por el bosque hasta que empezó a hacerse de noche, luego se fue al taller y pidió una conferencia con Madrid. Mientras esperaba estuvo dibujando rayas inconexas que poco a poco fueron tomando la forma del esclavo Atlante. Se apoyó en la mesa y comenzó a llorar. Sonó el teléfono. Respiró con fuerza un par de veces antes de descolgar, no quería que Nicolás notara que había llorado. Él no preguntó por qué lo llamaba, nada más escucharla debió de figurarse lo que había pasado. Se lo fue contando muy despacio, con lo ojos cerrados para poder verlo sentado en el despacho de la tienda. Al otro lado del teléfono no se oía nada, pero ella sabía que la escuchaba con atención.

—Es natural que no lo entiendan —dijo cuando terminó de hablar.

Tenía razón, debía de tenerla porque ella a veces tampoco lo entendía.

—No hace falta que te conviertas en su defensor.

—¿Qué harán ahora?

—No tengo ni idea —dijo a la vez que se encogía de hombros—, pero no creo que me digan que me vaya de su casa. Menudo escándalo supondría. La hija de los Sousa viviendo en pecado… Igual que la de los Trasosmontes…

—¡Teresa!

—Necesitaba decirlo. El fin de semana me voy a Madrid, o quizá antes. —La idea se le había ocurrido en ese momento—. Tanto a ellos como a mí, nos vendrá bien estar separados una semana.

—¿Quieres que vaya?

—Esta vez prefiero ir yo, pero la próxima te pediré que vengas.

—Ya tengo ganas de ir.

Sonrió al colgar, la voz de Nicolás, como siempre, le había devuelto la tranquilidad; el beso que él le había mandado, sus palabras cariñosas la habían reconfortado. El fin de semana se iría a Madrid. Consultó el reloj, eran poco más de las seis, se quedaría hasta las nueve y así no tendría que encontrarse con sus padres a la hora de cenar. Tenía mucho trabajo, pero necesitaba irse unos días de Pontes. Lo organizaría todo para que su ausencia no se notase mucho. Aún debía perfilar un par de modelos. Si los terminaba esa noche, entre el lunes y el martes elegiría las telas, los bordados y los encajes. Si no terminaba en Pontes, lo haría en Madrid; para eso estaba el teléfono y el fax. Enfrascada en el trabajo salió del taller pasadas las nueve y media.

Al meter la llave en la puerta, Tecla salió a recibirla.

—Me tenías preocupada.

—Estaba en el taller, necesitaba adelantar trabajo —contestó mientras se quitaba el abrigo.

Tecla inclinó ligeramente la cabeza sin dejar de mirarla, era un gesto muy suyo cuando había algo que no entendía o no le parecía verdad. Las dos sabían que si un domingo necesitaba trabajar, lo hacía en su despacho.

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