Teilhard de Chardin, por otra parte, nunca hizo esto último. Él habla de una fenomenología. Para presentar correctamente “todo el fenómeno” lo extrapola hacia delante y hacia atrás, cosa totalmente legítima, siempre que sepamos que se trata de eso, de una extrapolación. 6
En tercer lugar, esta totalidad siempre está estructurada . Esto significa que es una totalidad compleja, en la que intervienen distintas instancias, estructuras o totalidades menores. Estas no están caprichosamente dispuestas, sino que poseen su legalidad. Existen leyes que rigen la totalidad o estructura general, y leyes para cada una de las instancias.
Al hablar de leyes lo hacemos en dos niveles distintos que debemos mantener siempre en clara separación. Uno es el correspondiente a las leyes que se dan los hombres en la estructura jurídico-política cuyo sentido será convenientemente aclarado en el capítulo 5 y otro, el concepto científico de ley , que es el que ahora nos interesa.
Cuando decimos que el universo de los astros tiene sus leyes, entendemos que los fenómenos que allí se producen no ocurren al azar. Existe entre ellos una cierta constancia, de tal manera que, producidos determinados fenómenos, siempre les siguen determinados otros. En el conocimiento de estas constancias radica el avance científico. Este es el sentido en que aquí tomamos el concepto de ley.
En consecuencia, afirmamos que los acontecimientos históricos no advienen al azar o simplemente por el genio de algún determinado individuo, sino por causas que se encuentran en la totalidad estructurada, y que es posible detectar mediante el análisis científico. Dos aspectos es necesario tener en cuenta al intentar dicho análisis: la forma dialéctica, no mecánica, en que juegan dichas leyes, y la especial dificultad que ofrecen las contradicciones en la estructura política. Sobre ambos aspectos hablaremos más adelante.
Ya estamos acostumbrados a pensar en leyes cuando nos referimos a la naturaleza que nos rodea o al mundo de los astros. Sabemos que los vegetales obedecen a determinadas leyes con respecto a la luz, el agua, el sol, la tierra. Conocemos incluso los nombres científicos de muchas de ellas, como el fototropismo, el heliotropismo o el geotropismo. No solo no nos extraña que los astros estén regidos por leyes que estudia la astronomía, sino que nos causaría sorpresa e incredulidad si se nos dijera lo contrario. Ello forma parte de nuestro ethos . Precisamente una de las características del ethos burgués es la cientificidad.
Pero la cuestión se presenta de manera diferente cuando nos referimos a los conjuntos sociales. A pesar de todos los estudios sociológicos, a veces pareciera que estos conjuntos fuesen totalmente inmunes a las leyes. En consecuencia, se procede como si los hombres pudiesen comportarse y obrar en forma totalmente libre. A decir verdad, se suele pasar alternativamente a uno de estos dos extremos: creer que los hombres son completamente libres, sin condicionamientos por la totalidad estructurada, o que están totalmente determinados.
En realidad, tanto la totalidad estructurada como cada una de las instancias tiene sus leyes no establecidas en alguna legislación humana, sino generadas por las mismas estructuras, y resulta imposible obrar sin conocerlas. Por ejemplo, en una sociedad capitalista, cuando la materia prima base en determinada región –como el tanino que se extraía del quebracho en el Chaco, podía ser extraído a menor costo en otra zona, como puede ser de la mimosa de África–, los capitales salen de la primera región y se dirigen a la segunda. Esto a su vez provoca la emigración de las personas que vivían de la industria que ahora ha sido desmantelada. En oleadas abandonan sus tierras, donde quedan los “pueblos fantasma”, e invaden los suburbios de las grandes ciudades, formando las villas miseria. Esto, a su vez, provoca distintos efectos, como la desintegración de la familia con sus consecuencias de inmoralidad y crímenes, desnutrición y enfermedades en los chicos, mayor oferta de mano de obra, con la consecuente caída del salario.
Quien desconoce estas leyes, prescindiendo de quienes las conocen y actúan directamente en salvaguarda de sus intereses, puede aprobar medidas represivas contra esa gente, o pretender predicarles “moralidad” y amor al trabajo. No faltará el sacerdote que lance anatemas contra la prostitución, el ocio y la bebida. Cuando la situación se torne explosiva, la Iglesia alzará su voz para señalar la supuesta raíz de los males en la pérdida de los valores espirituales por parte de todos los sectores, y hacer un llamado a la conversión.
Como es fácil ver en el ejemplo citado, los males no derivan de una pérdida de valores por parte de todos los sectores, sino que fueron efectos de la fuga de capitales de una región a otra. Pero, por otra parte, esta fuga tampoco es debida a la maldad individual del o de los capitalistas que hicieron la operación. En un sistema social en el que el capital debe producir siempre más so pena de ser devorado por el avance de los otros, el capitalista no puede obrar de otra manera si no quiere arruinarse como tal.
Una empresa que, en lugar de preocuparse de las ganancias, se propone solucionar los problemas económicos de la población, se funde. Por otra parte sabemos que ya no es un capitalista el que maneja el capital, sino “sociedades anónimas”, trusts, cárteles… sin rostro humano visible, sin alma que pueda conmoverse ante llamados a la conversión.
Esta categoría de la “totalidad dinámica-estructurada”, propia de las aperturas del hombre, es de la máxima importancia. Solo entendiéndola llegamos a la comprensión de fenómenos como el de la dominación capitalista y el de la revolución liberadora. Porque la sociedad tiene sus leyes de funcionamiento, es posible que un sector social se apodere de los mecanismos del poder que domina esa totalidad y la estructure de acuerdo con sus intereses. Pero por eso mismo es posible que otro sector produzca el cambio revolucionario.
Uno de los problemas característicos del pensamiento burgués, pasada su etapa de ascenso, radica en la dificultad que tiene para captar esta categoría. Por eso justamente cree poder vivir en sectores que nada tienen que ver con la realidad político-social. No es raro que el profesor de filosofía crea poder enseñar una filosofía que nada tiene que ver con el proyecto político que se impulsa en el país, o que un cristiano crea que su amor al prójimo no tenga relación con la marcha de sus negocios.
Dos extremos suelen darse en la interpretación de esta totalidad, igualmente erróneos, no por ser extremos, sino por no contemplar acertadamente sus rasgos esenciales. Uno es el que acabamos de señalar, propio de los sectores medios de una burguesía que ya ha pasado su etapa de ascenso social. Toda clase en ascenso tiene un profundo sentido de la totalidad. Por ello precisamente lucha a fin de apoderarse de los resortes que le permitan configurarla de acuerdo con sus intereses. Pero, después de un tiempo, una vez realizada la toma del poder, su capacidad sufre un agotamiento. Lo que en la subida, en el calor de la lucha, le parecía una totalidad de la que debía apoderarse para comunicarle un nuevo sentido, ahora siente que se le fracciona entre las manos.
Esta visión de la totalidad, expresada en forma más o menos lúcida por pensadores como Montesquieu y D’Alembert, es la que dio energías a la burguesía francesa para llevar a cabo las memorables jornadas de la Revolución de 1789.
Pero una vez configurada la nueva realidad, el nuevo mundo humano correspondiente a los ideales de la burguesía se dispersa en sus distintos sectores, de acuerdo con sus intereses particulares. Esto ocasiona el nacimiento de los sectores de clase media –como profesores, abogados, médicos, ingenieros–, que viven encerrados en sus respectivos ámbitos, con una ilusión de independencia que se rompe bruscamente cuando todo el orden instalado entra en crisis.
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