Rubén Dri - Ethos, ética y sociedad

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El ethos es distinto de la ética. O más bien, se trata de dos niveles diferentes de una misma instancia. El ethos es el «modo de habitar el mundo» que tiene el hombre, la manera de comportarse frente al mundo, a los demás, a sí mismo y a la historia. Podríamos decir que está formado por todos nuestros hábitos, que nos hacen actuar y reaccionar frente a las cosas, personas y acontecimientos de una manera casi mecánica. Está siempre a la mano y reluce tanto en la forma como nos aseamos, nos comportamos en la casa, en la calle y en el trabajo, como en la manera en que encaramos los problemas profundos que nos presenta la vida, tales como la muerte y la lucha por grandes ideales, en que se juega todo. Es como «la casa» en la que uno habita.
La ética transcurre en otro nivel, el teórico. Constituye una tematización, profundización y justificación o corrección del ethos en una dirección determinada, la de la acción guiada por las nociones del bien y del mal, que ya se encuentran actuantes en el nivel del ethos sin estar tematizadas, es decir, estructuralmente conceptualizadas. No se puede dar una razón lógica que las justifique. Ello constituye una tarea de la ética. Pero esta no siempre se limita a tematizar y profundizar el ethos, sino que muchas veces le propone correcciones. Puede asumir una posición revolucionaria frente al ethos dominante en una sociedad, pero es porque supone un nuevo ethos.

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El profesor universitario que estaba tratando de explicar la “apertura al Ser” según Heidegger, o la “vida teorética” según Aristóteles, se encuentra repentinamente en una situación en la que le es imposible seguir con sus clases porque hay una intervención, e incluso comienza a temer quedarse sin trabajo. La totalidad se hace presente. No es seguro, sin embargo, que el burgués la asuma. Una huida hacia la intimidad, hacia sectores de la cultura aparentemente neutros, siempre será una tentación que tendrá que vencer.

El otro extremo está formado por lo que podemos llamar el “fetichismo de la totalidad”, constituido por quienes la consideran de manera rígida, estática, ahistórica. En este extremo existe una amplia variedad que va desde quienes sostienen un sistema totalitario de derecha al estilo del fascismo hasta quienes, hablando de la dictadura del proletariado, implantan el dominio absoluto de una burocracia. Las teorías estructuralistas y organicistas siempre están bordeando este extremo, si es que directamente no están en su interior.

Una correcta visualización de la “totalidad dinámica-estructurada” es absolutamente indispensable para formular de una manera no alienante y escapista los problemas filosóficos fundamentales que interesan al hombre, como el de la libertad y el amor. El problema de la libertad planteado fuera del contexto de la totalidad se torna un problema “metafísico” en el sentido peyorativo de la palabra, el que le daba Marx, es decir un problema abstracto, ahistórico, fuera de la realidad.

La ética, enfocada fuera de dicho contexto, constituye una evasión de la realidad, independientemente de la conciencia que de ella tenga su autor. Una ética “eudemonista” por ejemplo, si sostiene que el máximo bien del hombre y su felicidad consisten en la contemplación del Bien Supremo, se le llame a este Ser o Dios, constituye una invitación a abandonar el mundo inferior y corrompido de la totalidad, para emerger solo o en compañía de pocos en la pura atmósfera de lo incorruptible. De esta manera, al proponer una solución evasiva, forma una pantalla que no permite ver la verdadera situación.

Esto se agrava en países dependientes como el nuestro, en el que estas posturas intelectuales evasivas copian posiciones adoptadas en situaciones reales totalmente diferentes. Cuando Aristóteles habla de la contemplación del Ser y considera a este de dos formas distintas y Heidegger define al hombre como “pastor del Ser” ambos responden a situaciones sociales determinadas, que no son las que corresponden a sus imitadores de un país dependiente como el nuestro.

4. LA ESTRUCTURACIÓN

Marx ha analizado la estructuración de la totalidad social de una manera precisa. A él debemos recurrir. Toda sociedad puede compararse a un gran edificio en el cual es necesario distinguir la base o infraestructura, 7diríamos los cimientos, sobre los que se levanta el edificio o superestructura.

La base o infraestructura está constituida por lo que conocemos con el nombre de realidad económico-social, sobre cuya naturaleza abundan los equívocos, siendo en consecuencia imprescindible su aclaración. Comprende dos instancias: las fuerzas productivas y las relaciones de producción.

Las fuerzas productivas , como su nombre lo indica, son aquellas que producen los bienes que constituyen la riqueza de la sociedad. Se incluyen en este rubro desde los músculos del hombre, pasando por los elementos que nos brinda la naturaleza como el agua, el fuego, el aire y la tierra, hasta los instrumentos que el hombre ha ido creando a lo largo de la historia para facilitar y multiplicar la producción de bienes.

Los instrumentos como las fábricas, las usinas generadoras de electricidad, los medios de transporte colectivos, los campos, etc., más la materia que se emplea para el trabajo, como el carbón, el petróleo, la madera, etc., constituyen los medios de producción . Son los medios con los cuales las fuerzas productivas producen los bienes que constituyen la riqueza de la sociedad. Es fácil ver la importancia que revisten en toda comunidad, pues de ellos depende su vida. Una sociedad sin medios de producción o con medios de producción insuficientes, en la actual etapa de las superpotencias mundiales, está condenada a la dependencia.

Hay medios de producción que aseguran a quienes los detentan un poder casi absoluto sobre los demás. Tales son los medios de producción estratégicos conocidos en general bajo la denominación “industria pesada”. Dependientes de ellos están los que pertenecen a la “industria liviana” y, debajo de todos, la “materia prima”, constituida por los elementos como cereales, carne, hierro y petróleo con los que se fabrican los artículos que constituyen los dos estratos citados de la industria.

Las burguesías instaladas en los centros de poder acaparan el monopolio de los medios de producción estratégicos, con lo cual tienen asegurada su dominación como clase. De acuerdo con el desarrollo del propio capitalismo, se permitirá y facilitará o impondrá en los países dependientes el uso de determinados medios de producción. Así en la etapa del capitalismo industrial, cuando los centros de poder situados en Inglaterra, Holanda y Francia necesitaban materia prima barata, de la que ellos carecían, los países dependientes fueron forzados a producirla. De esa manera nació el fenómeno del monocultivo. Desde los centros de poder se determinaba qué región del universo los abastecería de café, algodón o caña de azúcar.

Es el momento en que nosotros nos transformamos en el “granero del mundo”; nuestra pampa húmeda había sido destinada a producir “carne y cereales”. La oligarquía nativa era un apéndice de los centros de poder. Dentro de nuestro territorio, a Tucumán se le asignó la caña de azúcar y al Chaco, el algodón. A la zona teórica de la ideología le correspondería la misión, como veremos, de hacer que nosotros nos sintiéramos orgullosos de ser el granero del mundo, los tucumanos de tener la caña de azúcar y los chaqueños de hacer brotar en sus tierras el “oro blanco”.

En la primera etapa, la burguesía industrial de los centros de poder había acumulado una gran cantidad de capitales que necesitaba invertir, y en condiciones de óptimos rendimientos. Un capitalista nunca invierte para perder o por fines humanitarios. Siempre lo hace para ganar, y para ganar bien. Es el momento de invertir en los países dependientes, donde la mano de obra es más barata por cuanto la clase obrera no está organizada o lo está en forma deficiente. Se invierte entonces en trabajos de infraestructura como caminos y puentes, y en la industria liviana.

Es el momento en que nosotros ya no funcionamos solo como granero del mundo. Comienza a desarrollarse la industria textil, la del cemento, incluso del hierro en escala reducida. Este desarrollo industrial no rompe los lazos de la dependencia. Por el contrario, contribuye a soldarlos más por cuanto solo constituye un apéndice de la industria pesada de los centros de poder. 8

Los medios de producción son creados por los hombres para satisfacer sus necesidades que se van transformando a lo largo del devenir histórico. 9En dicho proceso los hombres se van colocando de distinta manera con relación a dichos medios, de tal suerte que algunos son quienes los detentan, mientras que otros son excluidos.

Con los bienes se produce el circuito económico que va desde su producción, pasando por la comercialización y distribución, hasta terminar en el consumo de ellos. 10Quienes son excluidos de la propiedad se van ubicando en distintas zonas del circuito, sea en la comercialización, como los comerciantes, o puramente en la producción, sin injerencia alguna en la posesión de los bienes de producción como es el caso de los obreros, siempre dentro del sistema capitalista.

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